Intentos de instalar un próximo ajuste

Tiempo Argentino | Opinión
La semana económica

El papelón de los falsos «gurúes» económicos de la derecha y la respuesta del ministro Kicillof.

cristina_honda

En los últimos tiempos se han realizado varios seminarios con los «gurúes» económicos, cuyas conclusiones casi siempre terminan, atávicamente, recomendando el ajuste. En la semana se expresaron Miguel A. Broda, José Luis Espert y Carlos Melconian, frente a gran cantidad de empresarios, muchos de ellos industriales, en un almuerzo del Consejo Interamericano de Comercio y Producción que preside Eduardo Eurnekian, una actividad que el diario La Nación tituló: «Un debate sobre cómo ajustar la economía incomodó a los empresarios.»
Creo que los empresarios deberían elegir mejor a los expositores, y no convocar a gente cuyo pensamiento se conoce ampliamente, con ideas neoliberales, de ajuste, que terminan hiriendo de gravedad a la actividad productiva.
Seguramente varios dueños de empresas manufactureras hayan quedado perplejos cuando Espert criticó «el gasto público y el déficit fiscal que la Argentina tiene desde hace varias décadas», gracias al «populismo industrial», reprochando las políticas de sustitución de importaciones, y afirmando que los sectores que tienen ventajas competitivas, como el agro, pagan derechos de exportación. En línea con estas expresiones, comentó que la Argentina debía «dedicarse a vivir del libre comercio, sin aranceles ni retenciones»; una postura profundamente anti industrialista. Son varias las frases desafiantes lanzadas por Espert, como proponer «congelamiento del gasto público y, como mínimo, echar a toda La Cámpora». Pero no puede dejar de citarse su expresión: «Yo creo que no tendría que haber paritarias, eso es fascista. El Estado no tiene por qué meterse en eso.» Recalcitrantemente ortodoxo.
Para Broda, los empresarios «necesitan un equipo como el de Cavallo de 200 profesionales» porque «lo que hay que hacer es lo políticamente incorrecto», pudiendo entenderse esta frase como la recomendación de un brutal ajuste.
Melconian habló en carácter de asesor de Mauricio Macri, y expresó claramente las ideas que sostiene el líder del PRO, ya que «acá no hay ideología: hay capitalismo, reglas de juego, sentido común». En este aspecto mencionó una anécdota en la cual un vendedor le comentó su urgencia porque se terminara el kirchnerismo pero le pidió que, si llegara a ganar Macri, mantenga el plan Ahora 12. La evocación de esta anécdota muestra la desesperación de la derecha por mostrar una cara popular, prometiendo mantener muchas de las conquistas del kirchnerismo, las cuales –de asumir el PRO la conducción económica nacional– quedarían en el olvido porque chocan con las bases fundamentales de su pensamiento individualista y pro mercado.
La elección de las palabras para designar procesos económicos tiene una importancia fundamental porque ellas encierran en sí mismas una opinión. Como la referencia al «cepo» para describir las medidas de administración de las reservas internacionales, que Melconian dijo tener instrucciones de anular; o al prometer «eliminar el impuesto inflacionario», expresión que intenta asignar la total responsabilidad de los aumentos de precios al gobierno, e incluso lo muestra como su beneficiario, exculpando de los causales de la inflación a las grandes empresas formadoras de precios.
Axel Kicillof fue claro en Washington al referirse a estos gurúes: «apoyaron todas las políticas liberales que se llevaron adelante en la Argentina, fueron los intelectuales orgánicos del neoliberalismo económico y cargan en sus espaldas tantos pronósticos fracasados como fracasos económicos.»
En esta línea ideológica se inscriben las declaraciones de dos ex funcionarios de organismos internacionales. Claudio Loser, ex director argentino ante el FMI, comentó que la economía argentina «va a hacer una devaluación importante» para superar el esquema de restricciones para la adquisición de dólares y que habrá que «ajustar la parte fiscal sin quitar los programas sociales pero cobrando precios que no sean ultrasubsidiados», un consejo contradictorio.
Por su parte, Sebastián Edwards, ex economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial durante los noventa, expresó que «el populismo siempre termina mal: los salarios caen, la inflación sube, hay que hacer igual un ajuste al final». Para Edwards, el populismo nace luego de una gran crisis que hace surgir a un líder populista, con una retórica que divide al mundo entre «nosotros» y «ellos». «Ellos» son los culpables de las desdichas de «nosotros». «Ellos» son el Fondo Monetario Internacional, la banca internacional, las multinacionales, el sector privado, las grandes empresas nacionales y la banca internacional; «nosotros» es el pueblo. Repare el lector que Edwards coincide con la estrategia de Melconian, exculpando a los verdaderos artífices de las crisis, y que choca brutalmente contra la reciente noticia de la acusación y congelamiento de cuentas por fraude fiscal y lavado de dinero contra el ex director gerente del FMI, Rodrigo Rato, uno de los que puso grandes trabas a la reestructuración de deuda argentina.
Otro actor importante son las calificadoras de riesgo, que como bien definió Kicillof: «Antes del default de 2001 le daban a la Argentina una calificación mucho más alta que en estos 12 años», y fueron además cómplices de la burbuja financiera que estalló en 2007.
Los objetivos de estos «gurúes» son evidentes, con distintos enfoques intentan demostrar la inevitabilidad del ajuste, cuidándose de indicar que no se hará a costa de la situación social, un imposible. Estas ideas pasan intencionalmente por alto las duras experiencias de ajuste que hemos vivido en nuestro país y en Latinoamérica, y las que están sufriendo los países de la periferia europea.
Este tipo de declaraciones encuentra terreno fértil en un contexto global complejo, caída de los precios de las materias primas mediante, que afecta decididamente a las economías en desarrollo y emergentes. En el último informe del FMI, «Perspectivas Económicas Mundiales», se menciona que «los datos de crecimiento sorpresivamente negativos han empañado las expectativas en torno a las perspectivas de crecimiento a mediano plazo», un panorama más que propicio para alimentar mitos que luego terminan castigando a los intereses populares. Dejando de lado todo rastro de maquillaje, el informe deja ver el claro retorno del FMI a los cauces del más puro neoliberalismo, dado, por ejemplo, que la palabra «reforma» (estructural) aparece unas 28 veces en el primer capítulo, duplicando las menciones recibidas en el anterior texto (octubre 2014). Al hablar de la región, el FMI también señala que «el principal desafío consiste en gestionar el ajuste», un insumo más para los principales referentes económicos y políticos de la derecha vernácula.

INTENTOS DE MARCAR LA CANCHA. Muchos analistas de la derecha han mostrado su desasosiego por la influencia que ha tenido el kirchnerismo en el «sentido común» de la gente, que la ha llevado a legitimar la intervención del Estado y a dar por conquistas irrenunciables los logros sociales obtenidos durante esta última década. Sin embargo, desconocen que ese beneplácito por la acción del Estado ha sido una postura histórica del pueblo argentino, que si bien se revirtió durante el vendaval neoliberal de los noventa, se reavivó en la última década. También es cierto que el gobierno tiene una orientación ideológica muy marcada, que se refleja en sus acciones y en sus mensajes, posicionamiento que ha sido el responsable de los logros sociales y económicos obtenidos desde el 2003.
En este derrotero se inscriben las palabras que Cristina expresó en la inauguración de la producción de un nuevo modelo automotor de la firma Honda, que en una primera etapa demandó el desarrollo de 60 autopartes con proveedores nacionales. En el citado acto la presidenta destacó la importancia de las inversiones que realiza el Estado y expresó: «no hay ninguna otra manera de achicar la demanda que reduciendo los salarios», una idea interesante que intenta dejar en claro que el ajuste impacta necesariamente sobre los trabajadores. Siguiendo esa reflexión, se dirigió a los empresarios al comentarles que «para aumentar la inversión, hay que disminuir un cachito la rentabilidad o traer alguna de la (plata) que se llevaron afuera».
La crónica expresada en esta columna indica la preocupación por parte del conservadurismo de intentar marcarle la cancha al próximo gobierno; muchos dicen que se está dejando una «bomba de tiempo económica», tratando de crear el clima para que, si hay un cambio de rumbo, quien venga tenga despejado el camino para generar un ajuste brutal. Otros machacan la idea del «fin de ciclo», un tema que desde esta columna hemos criticado en varias oportunidades, y que coincide con las recientes palabras de la presidenta Cristina Fernández en un encuentro con militantes radicales: «Muy lejos de entrar en un fin de ciclo, estamos en el comienzo y en el corazón de un nuevo ciclo político.

Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 19 de Abril de 2015

Scroll al inicio