En un acto en Tecnópolis, donde realizó anuncios en materia de salud, desarrollo social y educación, la presidenta Cristina Fernández alertó que «el objetivo es muy claro: asustar para ajustar», ejemplificando con una información capciosa de medios periodísticos que anunciaban que en nuestro país casi la mitad de los trabajadores está en la informalidad. Es capciosa porque los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) toman la totalidad de empleados, incluyendo asalariados y cuentapropistas. Un cálculo totalmente distinto al que realiza el Ministerio de Trabajo argentino, que toma en cuenta el porcentaje de asalariados no registrados sobre el total de asalariados, cuya última medición arroja el 33,1%, la cifra más baja de estos últimos años, aunque debe reconocerse que aún es elevada.
En esa campaña de asuste, los candidatos opositores han salido al unísono, cual si fueran movidos por el mismo titiritero, a comentar que, de ser gobierno, derogarían la mayoría de las leyes que se votaron estos últimos años. En principio, tales propuestas tienen un claro sentido antidemocrático: esas normas han sido aprobadas por el Parlamento, cuyos integrantes fueron elegidos por voluntad popular, la cual se fortalece cuando se consiguen mayorías sólidas en el Congreso que permiten legislar. Cabe recordar que cuando el Grupo A tuvo esa mayoría, en 2010 y 2011, evidenció un desempeño legislativo paupérrimo.
Todos los candidatos opositores proponen derogar la Ley de Comunicación Audiovisual, buscando la complacencia de los grandes medios monopólicos, esencial para sus campañas marketineras. En la lista «derogadora» también se encuentran la ley de regulación de la producción y el consumo, conocida como ley de abastecimiento y la nueva normativa del mercado de capitales, que indica un gran avance en la organización de este mercado. Otra de las leyes en la picota es la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central, que permitió un progreso significativo en las funciones de la autoridad monetaria y su relación con el gobierno. La anterior versión, a la cual se volvería con la derogación, es la votada en plena época neoliberal de los noventa.
Pero sucede que esta campaña de asuste logró su efecto con muchos potenciales votantes, que comenzaron a preguntarse qué sucedería con los importantes beneficios obtenidos en la década, como la vuelta al régimen de jubilación de reparto, las moratorias previsionales, la Asignación Universal por Hijo (AUH) o si habrá que volver a la vergüenza y el desasosiego de ver cómo las empresas privadas vacían nuevamente Aerolíneas Argentinas o YPF.
Los primeros en intentar desmarcarse fueron los diputados del PRO, seguidos por Mauricio Macri, quien salió a prometer que seguiría con la AUH, y comentó que «ya se perdió lo que se había hecho (añorando las AFJPs), ahora hay que lograr que funcione el sistema de reparto». Al referirse a YPF, Macri reiteró que no fue una expropiación ni una estatización sino que fue una «confiscación» de las acciones, pero aclaró que «no volvería atrás» con la medida (Ámbito Financiero 16.10.14), un enfoque a todas luces falaz ya que la ley habla de expropiación. Seguramente le hubiera pagado a Antonio Brufau los U$S 15 mil millones que solicitaba, «para no confiscarlo».
Cuando se recuerdan los 10 km de subte por año prometidos, o las más de 118 leyes aprobadas por la Legislatura de la CABA y vetadas por el alcalde, muchas de ellas promovidas por su propio partido, cuesta creer que pueda sostener sus actuales promesas, puesto que, además, van contra su propia naturaleza privatista y desreguladora, de la que ha dado sobradas muestras con su gestión en la CABA. Para muestra basta un botón, las declaraciones de Macri en septiembre pasado sobre el programa ARSAT-1: «Hay mucho despilfarro. Hacen empresas tecnológicas que no hacen falta, se generan empresas satelitales que no funcionan». Afirmaciones que colisionan con su posterior felicitación con un tuit a CFK, luego del exitoso lanzamiento y el amplio apoyo recibido por la presidenta de gran parte de la población, orgullosa de los logros tecnológicos de nuestro país.
La volatilidad de ciertas variables constituye un escenario propicio para la avanzada de planteos conservadores. Por caso, se llevó a cabo un seminario organizado por el Banco Ciudad, bajo el lema «Cómo Insertar a la Argentina en el Mundo», una definición muy emparentada al idioma de los años noventa, porque la inserción que ellos desean es la de las relaciones carnales y el Estado mínimo. El toque «académico y legitimante» de esta perspectiva la dio el ex ministro de Hacienda de Chile, Andrés Velasco, quien señaló (El Cronista 17.10.14) que «la política es nuestra principal falencia. Nuestros sistemas políticos son débiles, populistas, dominados por la consigna y por el afán de las cámaras. En los últimos tiempos hubo un común denominador en la región: el populismo, la demagogia y el cortoplacismo». Acto seguido, concluyó con una frase de colección, digna de ser expresada por cualquiera de los miembros más encumbrados de nuestra oposición, los «derogadores», al señalar: «Espero que esto esté tocando fin y podamos tener en Argentina el gobierno que se merece.»
Por más que intenten recubrir sus políticas, el verdadero propósito de la oposición es volver a instalar el neoliberalismo, una amarga receta que hemos sufrido y que hoy están siguiendo los países desarrollados, que no logran salir de la crisis económica y social en que están inmersos.
UN MUNDO MENOS DINÁMICO. En su último informe de octubre, el FMI describe un panorama de mayor debilidad de la economía mundial, con una recuperación que se ve ensombrecida en las principales economías avanzadas, a la vez que los países emergentes se estarían “ajustando a tasas de crecimiento económico más bajas que las que habían alcanzado durante el boom previo a la crisis y la posterior recuperación”. Ante este panorama, el FMI ha vuelto ha reducir las proyecciones de crecimiento para 2014 (3,3%), por debajo del valor estimado a principios de año (3,7%).
La situación en la Eurozona sigue siendo delicada. Italia, por ejemplo, no crece desde 2011 y continúa evidenciando un deterioro de su frente fiscal; Grecia genera nuevas dudas, a la luz de la pronta finalización del paquete de rescate de la Troika. A éstos debe sumárseles la debilidad de la principal potencia de la zona, Alemania, que para ciertos analistas verificará una nueva caída del PIB en el tercer trimestre, tras el descenso del 0,2% del segundo trimestre, pudiendo entrar en recesión. De hecho, los datos de la producción industrial muestran que en agosto ésta se contrajo un 4% respecto de julio, la caída más pronunciada desde febrero de 2009.
En Estados Unidos, las proyecciones de enero del FMI del 2,8% de crecimiento en 2014 han sido derribadas por la propia Reserva Federal, al estimar recientemente un 2% de aumento del PIB para este año, considerando que en 11 de los 12 distritos que componen el esquema de la FED se ha verificado un crecimiento entre «modesto» y «moderado». No hay que perder de vista algunas de las causas que podrían explicar este pobre desempeño, entre ellas el profundo recorte del déficit presupuestario, que a septiembre de 2014, cierre del año fiscal, se situó en los US$ 483.400 millones, dos tercios por debajo del valor de 2009 (US$ 1.4 billones), y que opera como un factor contractivo del nivel de actividad.
Semejantes condiciones de contexto plantean importantes desafíos para los países de nuestra región, principalmente derivados del impacto en términos de crecimiento económico, a través del canal de las exportaciones, que para la CEPAL variarían apenas un 0,8% durante este año.
Ante ello, el FMI ha avanzado nuevamente con su prédica ortodoxa, señalando la necesidad de que «las principales economías de mercados emergentes emprendan importantes reformas estructurales para impulsar el crecimiento de una manera más robusta». En lo que respecta a América Latina, en caso que las transformaciones estructurales no se lleven a cabo, «el crecimiento podría seguir siendo decepcionante» y por lo tanto «poner en peligro los importantes avances sociales logrados en la región», una afirmación temeraria que esconde las verdaderas causas de la moderación actual del crecimiento global: las políticas conservadoras que ha impulsado el FMI. Esta visión fue criticada por el propio director general de la OIT, Guy Ryder, quien sostuvo que «las reformas estructurales no son una receta mágica para generar crecimiento y reducir el desempleo».
Ajustes a los cuales muchos opositores locales quieren llevarnos (y que algunos líderes sindicales acaban de definir como inevitables) con técnicas más elaboradas que los espejitos de colores, muchas veces con las mentiras más flagrantes, suficientemente edulcoradas y vagas, para intentar volver a una situación muy similar a la de la empobrecida Argentina de los noventa.
Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 19 de octubre de 2014.