Los párrafos dedicados a los desafíos del mundo actual en la nueva exhortación apostólica del Papa Francisco, se convierten en una dramática descripción de la globalización capitalista y entran en directa colisión con las declaraciones del ex presidente francés Nicolas Sarkozy en su reciente visita a la Argentina.
«La alegría del Evangelio» trata sobre gran cantidad de temas, sea confesionales, de la propia Iglesia, de la feligresía, que escapan a esta columna. Pero las menciones sobre el funcionamiento de la economía, que indican una revitalización del discurso económico, aparecen como un importante llamado de atención del máximo conductor de una Iglesia Católica que tiene peso en el mundo, más allá aún de los muchos que comparten la misma fe que Francisco.
Uno de los párrafos más difundidos por su contundencia, claridad y crudeza es el primero del acápite «no a una economía de la exclusión». Francisco comenta que «así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata». Y va más allá aún al considerar que «ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive (…) los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»».
En este punto resulta conveniente aclarar que la necesidad de intervención del Estado juega un papel fundamental en la exhortación de Francisco: «mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común».
Esta necesidad de intervención estatal queda aún más clara cuando advierte que «en este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante». Coincidiendo con el Papa, y como muchas veces hemos dicho, lo único que se derrama en este modelo globalizador es la inequidad y la exclusión.
Cifra la actual crisis financiera «en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano». Estas palabras nos dan un importante marco a aquellos que defendemos la economía como una ciencia social, y priorizamos, en esta definición, no sólo las relaciones de clase, sino también que el objeto principal de esa ciencia debe centrarse en el ser humano, y que el «ajuste» o «austeridad fiscal» sólo tiene un resultado: el empeoramiento de las condiciones sociales, en especial de los más débiles.
Francisco se muestra a favor de «una reforma financiera que no ignore la ética», lo cual «requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos», a quienes exhortó «a afrontar este reto con determinación y visión de futuro», y para ser más explícito aún, escribe a continuación y con signos de admiración que «¡el dinero debe servir y no gobernar!». En este concepto, también considera que «la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real». Si lo sabremos los habitantes de Latinoamérica, que sufrimos el yugo de la deuda tantos años, tema que otorga mayor relevancia aún a la reducción de la deuda argentina a través de los importantes canjes de 2005 y 2010, y también explica el encono de los «endeudadores seriales» expresado, entre otros, en la virulencia de las demandas de los fondos buitre.
El Papa no deja de considerar cómo impacta la exclusión sobre la seguridad, pues expresa que «hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia». También reniega de la carrera armamentista y de la represión, «como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos». Los problemas relacionados con la violencia «no sucede(n) solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz». Profunda reflexión, puesto que si la injusticia está en la raíz del sistema social y económico, puede deducirse que el único cambio verdadero posible pasa por comenzar a imaginar un nuevo sistema, cuyas raíces estén formadas por la defensa a la integridad humana y mientras tanto, ir bregando por un Estado que pode cada día más esas raíces gestoras de injusticia.
En el acápite referido a «algunos desafíos culturales», Francisco hace una clara definición de los impactos de la globalización, al considerar que en muchos países, «ha significado un acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas pero éticamente debilitadas».
COMO SIEMPRE, SARKOZY A LA DERECHA. Una visión manifiestamente contraria a la recién expresada se encuentra en los dichos de Sarkozy, quien ante un grupo de empresarios y funcionarios de recursos humanos vernáculos, fomentó la apertura económica irrestricta, justificándola en que «se parte de una paradoja: más se abre el mundo, más se globaliza, más se quiere mantener la identidad. Porque ante más apertura, más queremos tener los pies en nuestras raíces».
Sarkozy, político experimentado, no titubeó al expresar: «no quiero meterme en política, pero creo que el control de cambio no es la respuesta a todo» (Ámbito 28.11.13). Sin duda, todo lo que sea control es desaprobado por este conservador galo. Además, ha insistido: «si queremos conservar nuestro estilo de vida, nuestros empleos, tenemos que asociarnos con los que comparten nuestra visión. Ustedes tienen que hacerlo con Brasil, Colombia, Chile».
Esta frase permite al menos dos comentarios; primero, la utilización de «nuestra» visión, dando por supuesto que Latinoamérica y Europa comparten la misma visión, un enfoque que intenta naturalizar las negociaciones por el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur, no muy distinto a lo que intentó ser el ALCA. Los actuales sucesos de la Zona Euro nos han mostrado cómo pesan las asimetrías, y que siempre gana el más grande, todo un tema para reflexionar.
En la misma orientación, el otro comentario, su deseo de parecernos y unirnos a Chile y Colombia, que integran la Alianza del Pacífico junto con Perú y México, una asociación que se propone «construir, de manera participativa y consensuada, un área de integración profunda para avanzar progresivamente hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas» (alianzapacífico.net). Esta visión es compartida por Sarkozy, pero difícilmente sea compartida por el Mercosur, o la mayoría de países de la Unasur y la CELAC, que buscan otro tipo de integración.
En todo momento se produce la confrontación de dos modelos políticos, sociales, ideológicos y económicos. En este caso relatamos uno de ellos que critica enérgicamente la globalización capitalista actual, por tener una raíz excluyente y propone una mayor participación de los estados, y el otro enfrentado, de la exasperante liberalización de los mercados, la flexibilización salarial y la privatización de la economía.
Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 1ero de diciembre de 2013.