Hace unas semanas apareció en el diario La Nación un gráfico que marcaba las variaciones de precios que ha tenido la tierra en la zona agrícola-ganadera.
En el año 2001, por ejemplo, la hectárea de tierra superaba mínimamente los US$3.000. Luego de la crisis, en el 2002-2003, la misma hectárea llegó a estar por debajo de los US$2.000.
Tomando solamente el último año (2010), dice La Nación, las tierras de la Pampa Húmeda aumentaron en promedio más del 20%, y las de la zona núcleo, es decir las mejores (Pergamino, Rojas, Salto), un 25 %. Traducido a dólares, la hectárea está hoy en día entre 15 y 20 mil dólares.
El precio de la tierra está íntimamente ligado a la productividad y más específicamente a la rentabilidad, es por ello que estos aumentos son una indudable demostración de la enorme rentabilidad que están dando en general y en promedio las actividades rurales.
La contrapartida de esto, por supuesto, está en los que alquilan tierras, porque al subir el valor de la tierra sube el valor del alquiler, y como consecuencia el pago del alquiler se lleva toda la rentabilidad de los campos.
Esta situación beneficia a los dueños de la tierra de manera prioritaria, pero además nos plantea un círculo vicioso imposible de saldar. Si calculamos la rentabilidad deseable sobre un campo que vale 20 mil dólares la hectárea, volveremos a determinar que se gana poco, pero la realidad es que la hectárea vale 20 mil dólares por lo mucho que se gana; y esto generalmente los representantes de las patronales agropecuarias no lo dicen.