Fecha de ingreso: 10.08.2010
Estado: Dictamen con modificaciones de la Comisión de Educación el 05.10.2010
Firmantes: Basteiro, Sergio Ariel – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Buenos Aires
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La Cámara de Diputados de la Nación
DECLARA:
Su pesar por el fallecimiento del maestro Luis F. Iglesias.
FUNDAMENTOS
Señor presidente:
El pasado domingo 8 de agosto murió «el maestro Iglesias». Así era conocido en ámbitos docentes quien en vida se llamó Luis Fortunato Iglesias y cuyo pensamiento innovador y humanitario fue el faro que orientó a varias generaciones de educadores argentinos y latinoamericanos.
Hijo de un matrimonio gallego -el padre, herrero de mina; la madre, campesina-, Iglesias nació en 1915 en Tristán Suárez, localidad bonaerense hoy integrada al gigante urbano que es el Área Metropolitana de Buenos Aires, pero -por entonces- plena pampa habitada por agricultores y tamberos.
Desde pequeño se sintió tironeado por dos vocaciones. Así se lo confió a Gerardo Ceriani durante una entrevista que le concedió hace no mucho. Durante la charla, el anciano maestro contó: «En realidad, nunca supe bien por qué ingresé a la escuela normal. En ese entonces, la Normal de Lomas de Zamora era para «gente bien» que pasaba algunos años por la escuela y luego iba al Colegio Militar o a la Escuela Naval. Yo era un caso raro. Creo que en mi vocación influyó mucho una maestra, Isolina Maffía, gran luchadora, socialista, pacifista, gran lectora y propagandista del trabajo humano, que me inició en la inquietud por lo social. Pero, en realidad, yo tenía una gran duda: no sabía si quería ser maestro o escritor».
A renglón seguido, Iglesias reconocía ante su interlocutor que jamás había resuelto esa disyuntiva; y esa indecisión suya fue un verdadero aporte a la cultura argentina que hoy puede contabilizarlo entre sus más destacados educadores y entre sus plumas más incitadoras del pensamiento y la reflexión.
Iglesias había egresado como Maestro Normal Nacional en 1935. Comenzó a ejercer en una escuela urbana de Monte Grande y luego en un establecimiento de su pago natal. En 1938 se negó a afiliarse al Partido Conservador y las autoridades de entonces lo «castigaron» ordenando su traslado a la Escuela Rural Nº 11 de Tristán Suárez.
Sus intolerantes censores de entonces ignoraban que Iglesias sabría convertir ese castigo «en una apuesta a la vida, a la niñez y a la sociedad, desde la escuela», tal como se consigna en un correo electrónico que circula por estos días y que fue emitido desde el Instituto Nacional de Formación Docente para dar cuenta de su fallecimiento.
Aquella escuela rural era un rancho ubicado a dos leguas del pueblo y a ella concurrían boyeritos y otros niños iniciados en diversas tareas de campo a muy temprana edad. Allí, Iglesias permanecería durante veinte años como único maestro y desarrollando sus experiencias pedagógicas que, con el tiempo, sistematizaría y difundiría a través de su obra escrita y de su contacto personal con otros docentes.
A esa etapa de su vida corresponden sus primeras innovaciones en materia de recursos didácticos como el laboratorio y el museo escolar, los «guiones didácticos» y los «cuadernillos de pensamientos propios», en los que cada uno de sus alumnos escribían e ilustraban sus ideas, experiencias de vida y sentimientos para que luego el maestro los leyera, aportara su opinión y generara debates en el aula.
Pero la lectura no se limitaba a lo escrito por sus chicos. En la escuela de Tristán Suárez ocupaba un destacado lugar la «Biblioteca menor», sobre la cual Iglesias escribiría: «para los más chicos, es como un escaparate que ofrece mercadería al público exponiendo las tapas policromas de los cuadernillos y libros. […] A los niños les gusta -¿quién no lo sabe?- elegir los libros por las tapas y las ilustraciones; con ello están delineando el tipo de mueble que necesita la biblioteca infantil. Verlo todo con sus ojos, dar vuelta y rebuscar todo con sus manos, son condiciones que es necesario respetar si de veras se piensa en la formación del niño lector».
Para facilitar la formación de lectores, Iglesias apelaba a algunas artimañas que revelaría en su «Diario de ruta. Los trabajos y los días de un maestro rural». Dice en uno de sus tramos: «Les un capítulo de Platero, ‘Juegos del anochecer’, y lo saborean. Cambio al leer muchos vocablos: linyera por mendigo, rengo por cojo… que me perdone don Juan Ramón. Tampoco uso la jerga andaluza, y digo: «-Mi padre tiene una escopeta…(N del A: en lugar de ejcopeta)» Así, todo va bien. Les leo por leer, porque nos gusta a todos. Antes les he prevenido que no hay que hacer ningún trabajo, sino que vamos a gustar de una página sin intención alguna.».
Aquellas lecturas eran disparadoras de polémicas entre sus alumnos que el maestro alentaba convencido de que «no hay aprendizaje posible sin el respeto a la palabra del otro. En nuestra escuela los conocimientos se adquirían de un modo vivencial. Utilizábamos el lenguaje cotidiano no solo para hablar, sino para escribir. En «Viento de estrellas», que es una antología de creaciones infantiles, se puede percibir y disfrutar el habla cotidiana, plena de belleza y cercana a las experiencias y a las emociones de los niños».
Tenía razón el maestro. En aquella antología en la que recopiló escritos de sus alumnos podía leerse que «Las agujas del reloj dan vueltas y no se cansan.» (Francisco Calvo, 8 años) o que hay «Preguntas sin repsuestas: ¿Cuál es el último número? ¿Quién rompió la primera botella? ¿Cuándo se apaga la luz, adonde va? (Albor J. García, 9 años) o «Yo voy a inventar un auto a vapor. Pero todavía no hice nada.»(Juan F. Tarragona, 9 años) o «El gato de mi casa, siempre duerme, come lo que se le da y no come lo que no se le da.»(Natalia Stepaniuk, 12 años).
Aquellos pequeños autores son hoy septuagenarios. Tenían consigo esa carga de espontaneidad que siguió presente en los niños de las generaciones siguientes -así lo demostraría años después el maestro uruguayo José María Firpo en su libro «Que porquería es el glóbulo»- y se mantiene en las actuales camadas de niños y niñas cuyas reflexiones son rescatadas tanto por sus docentes como por los medios. La diferencia es que las voces de los alumnos de Iglesias fueron las primeras en ser consideradas y valoradas por los adultos.
Como escritor, Iglesias fue autor de las siguientes obras a cuyos títulos acompañamos con una breve referencia del propio creador:
– La escuela rural unitaria: «… es casi un ‘diario’, una especie de libro de bitácora de la escuela rural…»
– Diario de ruta: «…ha recogido toda la belleza, la alegría y la complejidad del mundo infantil en los momentos más precisos de su transformación y desarrollo…»
– Didáctica de la libre expresión: «…metodología para la conducción del aprendizaje de la lengua en sus más difíciles y delicadas funciones…»
– Aprendizaje vivencial de la lectura y la escritura: «…no nos habla de encuadres, porcentajes, diagnósticos, instrumentos ni variables: relata el trabajo diario y real en el aula…»
– Los guiones didácticos: «surgieron como respuesta a la necesidad de conducción en la clase por siete caminos independientes simultáneamente «.
En 1958 Iglesias ascendió a supervisor en los distritos bonaerenses de Esteban Echeverría y San Vicente. Más tarde, accedió al cargo de inspector en jefe y aún hoy es recordado por los estímulos que brindaba al personal docente.
También fue profesor universitario, miembro del entonces Consejo General de Educación Bonaerense y asesor de la UNESCO. El gobierno de México editó su libro «La escuela rural unitaria» y lo distribuyó gratuitamente entre los maestros de todo el país, a la par que ponía el nombre de Iglesias a varias de sus escuelas.
Hubo también en Iglesias una destacada faceta: la de militante por la escuela pública. Como tal, ente 1961 y 1977 dirigió el periódico «Educación Popular» que difundían diferentes sindicatos docentes y que tenía entre sus colaboradores -según evoca el pedagogo Rubén Cucuzza- a Olga Cossettini, Álvaro Yunque, José Pedroni, Leonidas Barletas, María Teresa Sirvent, Alfredo Bravo, Yolanda Alberriaga, Delia Echeverri, Ovide Menin, Pilar Ojeda, Berta Braslavsky y Telma Reca, entre otros.
A partir de 1985, su larga trayectoria es reconocida por distintas organizaciones que le otorgan sucesivos premios:
– 1985: «Amigos de Aníbal Ponce» lo distingue con la 11a. entrega de su premio anual.
– 1986: recibe el «Premio Konex de Platino», otorgado por la fundación Konex (capítulo Humanidades, Educación, Maestros).
– 1988: la «Fundación Navarro Viola» le otorga el 1er premio de Educación.
– 1992: la «Fundación Ricardo Rojas- Karakachoff»(ciudad de La Plata) le otorga Medalla de Honor «por su defensa de la Escuela Pública».
– 1993: la comunidad educativa de la «Escuela Normal de Veracruz, México», realiza numerosos actos en «Homenaje a la obra pedagógica del Maestro Luis F. Iglesias».
– 1994: la Universidad Nacional de Lomas de Zamora le otorga el título «Doctor Honoris Causa».
– 1994: el II Congreso Ibero-Americano de Historia de la Educación Latinoamericana, celebrado en Campinas (Brasil), le otorga una plaqueta de reconocimiento junto con los pedagogos Paulo Freire y José Lunazzi, como lo mejores educadores vivos de América.
– 1995: en el «Encuentro Pedagogía ’95», realizado en La Habana (Cuba), donde asistieron 5.000 maestros delegados de toda América latina, se lo nombra profesor titular adjunto del Instituto Superior Pedagógico «Enrique José Varona» (diploma y medallón de plata).
– 1995: El Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño (IPLAC) lo designa profesor adjunto por su destacada actuación como educador en Latinoamérica.
En 1993, cuando el gobierno de Carlos Menem pugnaba por imponer lo que sería la tristemente célebre Ley Federal de Educación, vimos al maestro Iglesias disertando en esta casa durante un acto de resistencia al proyecto oficial que se realizó en el salón Auditorio con el auspicio del por entonces diputado Alfredo Bravo. Por entonces, un cántico recorría las calles del país repletas de manifestantes que sostenían: …la educación del pueblo no se vende; se defiende».
Para finalizar esta evocación del maestro Iglesias queremos rescatar una de sus reflexiones que, aunque destinada a los que hoy siguen su tarea en las aulas, puede ser útil a quienes desempeñamos otras actividades. Dijo el maestro: Yo he aprendido muchísima pedagogía leyendo a Mark Twain, Dostoievsky, Unamuno, más que estudiando a Pestalozzi. No hay posibilidad de aprender lo educativo si uno no tiene una visión humanística integrada. Esto no es una técnica. Un maestro que no lee no funciona.»
Por lo expuesto, solicitamos la aprobación de la presente iniciativa.