Declaración: Expresar pesar por el fallecimiento del escritor portugués Jose Saramago

Fecha de ingreso: 28.07.2010
Estado: Aprobado el 14.09.2010
Firmantes: Heller, Carlos Salomon – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Ciudad De Buenos Aires; Sabbatella, Martin – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Buenos Aires; Ibarra, Vilma Lidia – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Ciudad De Buenos Aires; Basteiro, Sergio Ariel – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Buenos Aires; Rivas, Jorge – Nuevo Encuentro Popular y Solidario Buenos Aires

La Cámara de Diputados de la Nación

DECLARA:
Su pesar por el fallecimiento del escritor portugués José Saramago. Su compromiso ético con un arte profundo y transformador, así como su consecuente militancia humanista, lo convierten en ineludible referente de las jóvenes generaciones para la construcción de una cultura democrática y un orden social igualitario y emancipador.

FUNDAMENTOS

Señor presidente:

A los 87 años de edad, falleció el escritor portugués José Saramago. Su obra perdurará en el tiempo por la profundidad de su contenido y la belleza de sus formas.

Entre los textos fundamentales de labor literaria, se pueden mencionar: «Poemas Posibles», «Probablemente Alegría» y «El año de 1993», escritos entre 1966 y 1975.

En 1977 publicó «Manual de pintura y caligrafía» a la que siguieron «Casi un objeto» (1978) y la obra de teatro «La noche» (1979).

En 1984 fue premiado por «El año de la muerte de Ricardo Reiss», y luego publicó una seguidilla de trabajos que lo encumbraron como literato universal.

En 1991 escribe «El evangelio según Jesucristo», texto prohibido en su país por presiones de sectores religiosos. Esta censura le provocó tanta indignación que tomó la decisión de irse a Lanzarote, una isla del archipiélago canario en el Océano Atlántico, frente a las costas del sur de Marruecos, perteneciente a España.

En 1995 fue premiado por su «Ensayo para la Ceguera» que referido a – si la hay- una «naturaleza humana» es continuado por «Todos los nombres» (1998) en el que aborda el siempre intrincado tópico de la subjetividad y la identidad.

En 2000 se edita «La Caverna» y en 2002 «El hombre duplicado». En 2004 publica «Ensayo sobre la Lucidez» y un año más tarde «Intermitencias de la Muerte». Siguieron «Las pequeñas memorias», el «Viaje del Elefante» (2008) y Caín (2009) que le valió una declaración de «L’Osservatore Romano» un día después de su muerte acusándolo de ser «un populista extremista» y un «ideólogo antirreligioso».

La nota de «L’Osservatore Romano» define a Saramago como «un hombre y un intelectual de ninguna capacidad metafísica, que vivió agarrado hasta el final a su pertinaz fe en el materialismo histórico, alias marxismo». El enorme rencor que expresan esas palabras, parece traducir una concepción profundamente conservadora, autoritaria y antidemocrática.

Las críticas que se le han ha prodigado a Saramago tienen como centro fundamental la profundidad de su pensamiento y el expandido reconocimiento del valor de su obra. Así lo revelaron las múltiples manifestaciones de artistas, políticos, hombres y mujeres de los más diversos pueblos, científicos, y también de hombres y mujeres religiosas.

Pero Saramago no sólo descolló con sus escritos, sino que fue un inclaudicable luchador por todas las causas justas. Militante del Partido Comunista Portugués, fue un incansable batallador por la justicia y la igualdad en un mundo rebalsado de inequidades, un luchador de la palabra y de los gestos; apoyando toda lucha que permitiera avanzar un paso en la dignidad de del ser humano.

José Saramago es capaz de «estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir»; es un «hombre de una sola palabra, de una sola pieza», subrayó Pilar del Río, esposa del escritor, cuando en 1998 le entregaron el Premio Nobel de Literatura.

De muchas maneras y a través de distintas formas expresó que su principal aporte era decir lo que pensaba, sin cortapisas, sin especulaciones, sin enmascaramientos. Ese escudriñar del mundo concluía en contundentes denuncias contra una humanidad perdida por el crimen que los poderosos convertían en un estilo de vida: «Sólo soy alguien que, al escribir, se limita a levantar una piedra y a poner la vista en lo que hay debajo. No es culpa mía si de vez en cuando me salen monstruos», afirmó en 1997.

Y fue así, contundente en las palabras, cuando pronunció en la Academia Sueca, el 7 de diciembre de 1998, hablando de él mismo: «Ciegos. El aprendiz pensó «estamos ciegos», y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupa el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después, el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: una persona que busca a otra persona sólo porque comprende que la vida no tiene nada más importante que pedirle a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos. Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, a buen decir, más voz que la voz que ellos tienen. Perdóneseme si les ha parecido poco esto que para mí es todo».

Su partida se encontró con el eco universal de artistas, docentes, políticos, científicos, hombres y mujeres de los pueblos agradecidos por su aporte consistente a la denuncia de un presente inadmisible, requisito para el anuncio de otro futuro posible.

Pero no todas las voces fueron laudatorias con su prédica y su acción. Hay que recordar que sus opciones existenciales lo llevaron a sufrir la persecución y la censura.

En efecto, José Saramago fue hasta hoy el único premio nobel de Portugal, pero antes de ese reconocimiento, como se expresara anteriormente, fue castigado duramente por el poder político de su país.

En 1999, cuando recibió el premio «Ideales» dijo: «Cuando no pertenezca al mundo de los vivos me gustaría que se editara un último volumen en el que se recojan todas las cartas de los lectores y de los amigos. Creo que sería un magnífico complemento para saber lo que se piensa sobre la calidad literaria de mi obra».

Por eso, señor Presidente, hoy para nosotros valen las palabras de Eduardo Galeano:
«Se fue, pero se quedó. No quiero palabrear emociones. Digo que en este mundo hay finales que también son comienzos, muertes que son nacimientos. Y de eso se trata. Siempre estuvo al lado de los perdedores. Nos hará falta, pero seguirá resonando desde sus libros. Como dije sobre Mario Benedetti hace un año: ‘Hay cosas que se dicen callando’.»

Por todo lo expuesto, es que solicitamos la aprobación del presente Proyecto de Declaración.

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