Los países avanzados alcanzaron el desarrollo sobre la base al descuido monumental de todo lo que tenga que ver con la protección del medio ambiente. Para poner algunos ejemplos, el mundo subdesarrollado en el año 2007 emitió 2,8 toneladas métricas de dióxido de carbono por habitante, mientras que en los países desarrollados se emitieron 12,2 toneladas por habitante, cinco veces más.
Las organizaciones internacionales y los gobiernos de aquellos países que no aparecen subordinados a los dictados de ese capital financiero y productivo, nos vienen diciendo permanentemente que estamos en límites próximos de estas prácticas devastadoras.
La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) presentó un informe en la 5ta. Cumbre de las Américas realizada en el año 2009 en Trinidad y Tobago, en el que incluía un apartado sobre Sostenibilidad y Medio Ambiente. En dicho informe se decía que los principales problemas ambientales en América del Norte se deben a la contaminación del aire y del agua, a el crecimiento descontrolado de áreas urbanas y a la alta intensidad en el consumo de energía basada en combustibles fósiles, es decir petróleo y gas. A su vez, aseveraba que en América Latina y el Caribe se hace cada vez más evidente la pérdida de biodiversidad y de bosques y la sobre-explotación de los recursos naturales por encima de su capacidad de reposición, lo cual trae aparejada la degradación de los suelos, y el agotamiento de las pesquerías. Señalaba, además aquel informe, que la urbanización acelerada y desarticulada y la persistencia de patrones insostenibles de producción y consumo, están agravando problemas como la creciente generación de basura y el aumento de la contaminación del aire de las ciudades.
Dejar de contaminar tiene costos, y el gran capital concentrado, que es el gran contaminador, no los quiere pagar. La naturaleza fue y seguirá siendo una de las principales víctimas de este proyecto predador.
Existen actores que no sólo lucran con el deterioro, sino que generan mecanismos de una perversidad notable. Hay empresas que son grandes fabricantes de la destrucción del medio ambiente y lavan su conciencia haciendo aportes dentro de sus programas de responsabilidad social y empresaria a los cuidados del medio ambiente.
Esto por supuesto que puede darse porque existen gobiernos que, bajo justificaciones productivistas y bonanzas económicas, no sólo toleran estos proyectos productivos dañinos sino que incluso le dan cobertura legal, brindándole, por ejemplo, facilidades impositivas. Esto, creo yo, es de una inconsciencia gravísima.
Es necesario, hoy más que nunca, desplegar políticas públicas reparadoras de esos modelos: hay que ponerle el freno a la depredación del medio ambiente basado en el máximo lucro sin tener en cuenta lo que se está destruyendo.