Hace unas semanas secelebró en nuestro país la XVII Conferencia de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), en la que participaron cerca de medio millar de cooperativistas de todo el continente americano, con el objetivo de lograr un compromiso cooperativo para la defensa del planeta. El calentamiento global, las fuentes de energía, las nuevas tecnologías, los recursos hídricos y el saneamiento ambiental fueron algunos de los temas que se trataron en el foro a través de ponencias, charlas y coloquios. Quiero compartir con los lectores de Debate las principales líneas de mi exposición en el evento realizado.
En los últimos años, la comunidad científica, distintas organizaciones sociales, así como una diversidad extendida de colectivos militantes vienen denunciando los riesgos que entraña el desarrollo de un modelo capitalista que, fundado en la búsqueda incesante de lucro, no tuvo escrúpulos en promover acciones predadoras que multiplicaron los riesgos que ponen en un signo de interrogación la continuidad del género humano y de las distintas formas de vida existentes en nuestro planeta.
En estos tiempos de cambios profundos debemos unirnos para evitar una catástrofe que viene siendo anunciada sin eufemismos.
Si el neoliberalismo produjo una catástrofe social, productiva, militar, política, también la dimensión ecológica ha sido impactada por ese modelo inviable en términos de un análisis realista.
Algunos datos pueden ser interesantes sobre esta cuestión. Hay un mundo con grandes asimetrías entre los países centrales y aquellos en desarrollo, situación que se expresa tanto en las inequidades económicas como en las ambientales.
La desmedida búsqueda de mercantilizar la existencia y ordenar según parámetros privatizadores todas las relaciones sociales, tuvo como consecuencias el incremento de la injusticia, que está demostrada en los escuetos datos siguientes.
Según una estimación de Naciones Unidas (Reporte 2010 de Metas de Desarrollo para el Milenio), el PBI por persona ocupada en 2009, no superó los doce mil dólares constantes de 2005 para la totalidad de países en desarrollo, mientras que para los países de-sarrollados orilló los setenta mil dólares, casi seis veces superior a la lograda por los países en desarrollo.
Una medida usualmente utilizada para evidenciar el grado de concentración en los ingresos es calcular el porcentaje que recibe el veinte por ciento de la población más pobre sobre el total, que varía para los distintos continentes, un guarismo doloroso para nosotros porque marca que América Latina es la más desigual, pues el veinte por ciento más pobre recibe el 2,9 por ciento del total de ingresos, en comparación con el 7,4 por ciento de Asia del Sur, o del 3,3 del Africa Subsahariana, la región más pobre del planeta.
Otro dato incontrastable de las inequitativas condiciones de la población es la cantidad de trabajadores por debajo de la línea de pobreza (que reciben menos de un dólar por día, calculado a paridad de poder adquisitivo). El grupo de países en desarrollo posee un 30,7 por ciento de trabajadores pobres o, mejor dicho, indigentes, mientras que para América Latina y el Caribe ese guarismo llega a sólo al 8,5 por ciento, y para los países desarrollados es cero por ciento. En los países centrales, hasta ahora y habrá que ver cuánto más dura esta conquista social, ningún trabajador es pobre. Una situación que debería extenderse a todo el mundo, de no ser por el sistema predador de producción que existe.
También podemos citar la tasa de mortalidad infantil para menores de cinco años, que para los países en desarrollo alcanza un 72 por mil, mientras que para los países desarrollados es del seis por mil, siempre siguiendo las estimaciones para 2009 de las Naciones Unidas.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advierte que los principales problemas ambientales en América del Norte son la contaminación del aire y agua, el crecimiento descontrolado de áreas urbanas y la alta intensidad en el consumo de energía basada en combustibles fósiles. A su vez, se asevera que en América Latina y el Caribe se hacen cada vez más evidentes la pérdida de biodiversidad y de bosques, y la sobreexplotación de los recursos naturales por encima de su capacidad de reposición, lo cual ha provocado la degradación de suelos y el agotamiento de pesquerías, y se señala que la urbanización acelerada y desarticulada, así como también la persistencia de patrones insostenibles de producción y consumo están agravando problemas como la creciente generación de basura y el aumento en la contaminación del aire en las ciudades. Para todo el continente, el panorama descripto se ha visto agudizado por los impactos del cambio climático y el aumento de la intensidad y frecuencia de huracanes, inundaciones y deslizamientos. Según la Cepal, “el impacto del cambio climático en los ecosistemas y las economías ya son significativos y se incrementarán durante este siglo, y serán mucho más graves en los países en desarrollo, en los pequeños Estados insulares y en las comunidades socialmente menos protegidas”. Y continúa: “Desde la perspectiva global, actualmente las emisiones de gases de efecto invernadero de América Latina y el Caribe representan una proporción menor de las emisiones mundiales y tienen un crecimiento menor que las emisiones globales entre 1990 y 2000, pero continúa el crecimiento de consumo de energía fósil en la región. Esta trayectoria podría ser difícilmente sostenible en un entorno global que apunta a un futuro cada vez más restrictivo en cuanto a las emisiones de carbono” (Cepal, Quinta Cumbre de las Américas 1994-2009 Indicadores seleccionados).
Mientras que el mundo subdesarrollado emitió, en 2007, unos 2,8 toneladas métricas de dióxido de carbono (CO2) por habitante, en los países desarrollados la emisión llegó a las 12,2 toneladas, cuatro veces y algo más.
En la medida en que se planteen objetivos de reducción porcentuales para todos los países, se producirá la paradoja de que los países centrales seguirán con su ritmo de crecimiento y esperamos, contaminando en menor proporción, pero en mayor cantidad que los emergentes, y estos últimos podrían ver un freno a su desarrollo al tener que reducir las emisiones contaminantes que son, como expresé, menos de una cuarta parte de las del mundo desarrollado.
De allí que hay que crear reglas que respeten especialmente las situaciones de los países que menos contaminaron y carguen con mayor intensidad a los grandes contaminantes, una solución que colisiona con los centros de poder económico y su negación a firmar los pactos internacionales de reducción de la contaminación.
Cuidado del hábitat
Ningún cálculo económico puede profundizar la injusticia distributiva que no sólo se expresa en el reparto desigual del producto sino en la privación de medios de existencia o de derechos inalienables para la continuidad de la vida, como la preservación del agua o el no envenenamiento del aire. Tanto para los seres vivos de hoy como para los de mañana.
El cuidado de nuestro hábitat exige salirse de los cánones empresariales que convierte un río en un objeto de lucro, o una montaña en un recurso extractivo de fatales consecuencias ambientales. Ya hay claridad de los límites a los que nos acercamos, pero nadie puede afirmar que no hubo advertencias hace ya muchos años. Si no se hiciera un análisis de las verdaderas causas y responsables que impulsan este camino intolerable, si quedara oculta la perversidad de un modelo productivo profundamente injusto, entonces correríamos el riesgo de convertir las más calamitosas profecías en imperdonables realidades. Hay que seguir adelante con los proyectos políticos que avanzan con el desmantelamiento del orden neoliberal-conservador, cuya implantación ha sido el principal motor de la barbarie que promovió el genocidio social y los crímenes contra la naturaleza.
Recuperemos el pensamiento anónimo que anuncia que “cuando hayas cortado el último árbol, contaminado el último río y pescado el último pez, te darás cuenta de que el dinero no se puede comer”.
Cabe enfatizar que no hacemos nuestra esta frase, desde una perspectiva conservadora que reclama volver a un pasado idealizado y atrasado, no abjuramos del progreso material que produjo la especie humana, sobre todo, de los desarrollos científicos y tecnológicos en todos los ámbitos de la sociedad, desplegados a través de la historia, sino que lo recuperamos desde un concepto de presente y de futuro con compromiso por lograr un orden social emancipador e igualitario. Un mundo que supere las inadmisibles exclusiones y los irritantes exclusivismos.
En esa clave de presente y de futuro convocamos a construir ese mundo donde el ser humano y la naturaleza sean respetados.
Esta nota fue publicada en la Revista Debate el 03.12.2010