Acaba de finalizar la Cumbre del G-20 en Seúl, Corea del Sur, y puede decirse que no se ha avanzado mucho más que en otras cumbres, ratificando las políticas neoliberales y avanzando en regulaciones del sistema financiero que no van a la médula de los problemas sistémicos. Si bien esta cumbre se desenvolvió dentro de lo que se ha dado en llamar la “guerra de monedas”, éste es un calificativo nuevo para un viejo tema, presente aun antes del inicio de la grave crisis internacional, a fines de 2007, vinculado con los desbalances globales y el impacto que estos tienen sobre los tipos de cambio. También puede decirse que los países en desarrollo van teniendo mayor voz en estas cumbres, aunque aún siguen primando las orientaciones de los países centrales.
El término “guerra de monedas” fue acuñado por el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, y puesto en la agenda internacional por ese país. Su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, lo explicó bien antes del inicio de la Cumbre: “El mundo va a la quiebra si los países ricos no fomentan el consumo”. Los países desarrollados no fomentan el consumo porque están ajustando, según las recomendaciones del FMI, tienen déficit fiscales que deben reducir y tratan de compensar esta debilidad a través del comercio exterior.
Las recomendaciones de la Cumbre en esta materia no resultaron novedosas, puesto que recogieron la mayoría de las observaciones de la reunión de ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales que se realizó en octubre último.
Como toda declaración, la de la Cumbre de Seúl comienza por cuestiones generales al expresar que “los pasos concretos que hemos dado permitirán asegurar que estamos mejor preparados para prevenir y, si es necesario, superar futuras crisis”. Creo que los líderes son optimistas en este aspecto, ya que no se dieron grandes cambios en el sistema financiero mundial para evitar problemas. El reciente incremento en las tasas cobradas a la deuda soberana irlandesa y los temores de que se extienda a otros países mediterráneos confirman la inestabilidad financiera que aún existe. En el comunicado los mandatarios sostienen: “Estamos comprometidos a poner el empleo en el centro de la recuperación, proveer protección social y un trabajo digno”. Esta frase choca frontalmente con la realidad, con las variadas medidas de ajuste que se están tomando, desde recortes salariales a cambios negativos para los trabajadores en los sistemas de pensiones, medidas que pueden ser resumidas en la reciente decisión de Gran Bretaña de producir un drástico recorte a las ayudas a desempleados.
Respecto de los equilibrios macroeconómicos, se decidió “incrementar la estabilidad de los mercados financieros, en particular avanzando hacia tipos de cambio más determinados por el mercado, aumentando su flexibilidad para reflejar los fundamentos económicos subyacentes y absteniéndonos de adoptar devaluaciones competitivas”. Queda claro que esta premisa es totalmente contraria a la política de tipo de cambio flotante administrado que implementa nuestro Banco Central. Un compromiso que está asociado al anterior de libre flotación de monedas, se basa en que “las economías avanzadas, incluyendo aquellas con divisas que ejercen papel de reserva, estarán atentas frente a la volatilidad excesiva y movimientos bruscos de los tipos de cambio”. Sin embargo, este compromiso está lejos de cumplirse, y el principal infractor es Estados Unidos, con su abismal emisión monetaria que está inundando de dólares el mercado, y que se intensificará, dado que ya comenzó a poner en práctica la compra de hasta seiscientos mil millones de dólares de bonos del Tesoro.
Esta política desequilibra a las economías emergentes, que reciben masivamente fondos especulativos en busca de una rentabilidad que no consiguen en los países desarrollados, y los lleva a revaluar sus monedas, si es que las dejan flotar libremente.
En este aspecto, surge un párrafo interesante, que si bien no está en la declaración, es parte del Documento de la Cumbre, una exposición más extensa de los acuerdos alcanzados. El párrafo es una especie de salvaguarda para los países emergentes, ya que, luego de apelar a la libre flotación de los tipos de cambio, acepta que, “no obstante, en circunstancias en las cuales los países enfrentan una carga de ajuste excesiva, las respuestas de política en las economías emergentes con reservas adecuadas y crecientemente sobrevaluados tipos de cambio flexibles pueden también, incluir medidas macro-prudenciales cuidadosamente diseñadas”. Esta frase es una pequeña puerta abierta a colocar algunas defensas a los fuertes ingresos de capitales especulativos, como el impuesto que utiliza Brasil o el encaje que exige la Argentina.
Consolidación fiscal
Se comprometen a “acometer políticas macroeconómicas, incluyendo de consolidación fiscal, donde sea preciso, para asegurar una recuperación sostenida”. Aquí aparece nuevamente el ajuste, bajo el calificativo de “consolidación fiscal” y la idea de que éste puede llevar a una recuperación sostenida, cuando la realidad indica lo contrario.
La declaración expresa la preocupación por evitar medidas individuales que frenen el comercio. Se sostiene que “el crecimiento desigual y los amplios desequilibrios están creando tentaciones de abandonar las soluciones globales y adoptar medidas descoordinadas” y advierten que “también estamos comprometidos a resistir toda medida proteccionista”.
Si se tiene en cuenta que tanto Estados unidos como la Unión Europea poseen elevados subsidios agrícolas, que difícilmente los eliminen, en realidad este llamado resulta asimétrico, puesto que se terminaría aplicando exclusivamente a los países en desarrollo. Aquí surge la esencia de este doble estándar, donde se solicita total apertura y ausencia de intervención, mientras que los países centrales lo incumplen groseramente. De esa forma, se instala un mecanismo para trasladar el costo de la crisis de las economías centrales hacia los países periféricos.
Con respecto a la reestructuración de las cuotas del FMI, las mismas se decidirán el próximo año y tendrán efecto a partir de 2012 y por un plazo de ocho años, que es el establecido para volver a rediscutir los votos de cada país.
En cuanto a las crisis sistémicas, los líderes del G-20 reafirmaron “que ninguna firma debe ser demasiado grande o complicada para caer, de forma tal que los contribuyentes deban soportar el costo del salvataje”, y encargaron resolver el tema. Un paréntesis: cabe aclarar que esta orientación coincide con una norma de nuestro proyecto de Ley de Servicios Financieros que establece una cuota máxima de mercado para las entidades financieras privadas.
El G-20 también realizó una importante recomendación a los países, sus bancos centrales, los reguladores y los agentes de mercado, orientada a “reducir la dependencia de las agencias internacionales calificadoras de riesgo”, y no confiar automáticamente en sus evaluaciones.
Cumbre empresarial
Esta Cumbre ha sido distinta a otras porque en ésta se desarrolló, en forma paralela, una Cumbre Empresarial con los principales ejecutivos de las grandes multinacionales. Y en la declaración del G-20 se indica expresamente que se espera seguir con estas reuniones empresariales en próximas cumbres. Era lo que faltaba en este grupo que decide los destinos del mundo, o al menos lo intenta: la presencia del poder económico real. Por eso, no resulta llamativo que en el documento final reconozcan “la importancia de un crecimiento económico y del empleo liderado por el sector privado” para luego dar la bienvenida a esta cumbre empresarial. Es la idea de la mínima intervención del Estado, ortodoxia económica pura.
Vinculado a esto último, me pareció adecuado que, en la Cumbre, Cristina Fernández de Kirchner recordara que, según las Naciones Unidas, la Argentina y China fueron los dos países que más invirtieron en políticas activas para superar la crisis financiera y sostener el consumo, y que fue precisamente eso lo que nos permite hoy tener este sólido crecimiento. Una de las claves por las cuales la Argentina pudo atravesar la crisis, expresó la Presidenta, es que, “durante 2009, se buscó mantener la demanda agregada y se aplicaron políticas activas para sostener el empleo”. Además, ratificó la política de continuar manteniendo el encaje del treinta por ciento para los capitales especulativos, no para los que vienen a invertir, sino a los que vienen a especular y que son los que generan volatilidad. También Brasil triplicó el impuesto sobre los capitales especulativos, llevándolo del dos al seis por ciento.
En definitiva, se trata de demostrar que los emergentes hemos venido haciendo lo contrario a las recetas de fuerte liberalización y ajuste del gasto público que se están aplicando desde los países centrales y el FMI, y que nos ha ido muy bien. Tal es así que este grupo de países en desarrollo es el que dinamiza el crecimiento de la economía mundial.