Un proyecto común

latinoamericaEl encuentro de Santa Marta, entre el presidente venezolano Hugo Chávez Frías y el recientemente asumido Juan Manuel Santos, de Colombia, debe ser leído en sus diversas facetas -estratégica, política, simbólica y teórica- pues presupone un salto cualitativo en las relaciones de los diversos países de nuestra América.

En términos estratégicos, los gobiernos que se instalaron a inicios del nuevo siglo tuvieron una orientación mayoritariamente progresista, aunque el complejo concepto de “progresismo” no debe ocultar diferencias y matices. Algunos de los procesos continúan con programas similares a los de la década del noventa mientras que otros se despliegan en un sentido de ruptura con el reciente pasado neoliberal. Estos últimos, a su vez, contienen en un amplio espectro diversidad de énfasis, ritmos, extensión y velocidad.

A los efectos de intentar una clasificación panorámica podríamos ensayar un agrupamiento bivalente: un casillero en el que colocaríamos las similitudes y diferencias de los proyectos en sus modalidades nacionales y, otro, donde denotaríamos las posiciones asumidas en la arena internacional.

Desde las lógicas internas podemos percibir la coexistencia de tres tendencias de política.

En primer lugar, cierta continuidad bastante explícita y más o menos aggiornada de las políticas neoliberales. En esta categoría se inscriben México, Colombia, Perú, Panamá, Costa Rica, Honduras -vía golpe militar- y, a partir de marzo de este año, Chile.

En segundo lugar, aquellos países que van perfilando políticas de ruptura con aquel modelo, todas ellas en complejos procesos de negociación y conflicto con los viejos poderes institucionales y fácticos. Estamos hablando de la Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador y Guatemala.

En tercer lugar, aquellos procesos que emprendieron rupturas de mayor radicalidad con el neoliberalismo y promueven proyectos de cambios profundos. Aquí se encuentran Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Dominicana, Antigua y Barbados y, obviamente, la República Socialista de Cuba.

En el otro casillero de nuestra observación panorámica, percibimos la existencia de un interesante y complejo proceso de construcción de unidad regional basado en la “unidad de lo diverso”, que se expresa en el reconocimiento de un proyecto común desde lo discursivo y en la creación de nuevas institucionalidades, alianzas, iniciativas comunes y nuevos modos de resolución de conflictos. Se trata de dos novedades relevantes: la resolución de conflictos entre nuestros países, y la creación de ámbitos supranacionales que anuncian una unidad regional de características inéditas.

El cuadro expresa así la dimensión estratégica de un nuevo momento de la región, en tiempos en que se conmemora el Bicentenario de revoluciones inconclusas cuyas tareas – la unidad de nuestra América, la construcción de sociedades que expresen democracias protagónicas y participativas- están todavía pendientes de resolución. Es un nuevo piso en el cual saldar los conflictos y realizar propuestas que nos conduzcan a aquellos sueños originarios que nos alumbraron como países independientes, soberanos, pero separados.

Concertación
El neoliberalismo propuso como corset político la particular noción de “concertación”, entendida como la aceptación resignada (o entusiasta, según los casos) del proyecto expresado por el Consenso de Washington.

Hoy, existen caminos que revelan alcances y orientaciones distintas -e incluso, antagónicas- y frente a la antigua estrategia dominante que encubría bajo nombres eufemísticos el chantaje y la coerción, se erigen hoy procesos de construcción mucho más complejos, dinámicos y conflictivos.

Es aquí donde la dimensión política adquiere un nuevo sentido. Por la creación de una nueva institucionalidad, o la transformación y profundización de la existente -el Parlamento Latinoamericano, Unasur, Grupo Río, ALBA, etcétera- , por el despliegue de inéditos modos de intercambio y colaboración -como el Banco del Sur o Telesur -, y por renovados dispositivos de intervención frente a los conflictos. Los sucesivos casos del conflicto Colombia-Ecuador; el levantamiento oligárquico en la medialuna boliviana; y, ahora, la resolución de las tensiones entre Colombia y Venezuela. Esta dimensión incluye avances importantes en la esfera de la política económica regional, tal como se desprende de lo vivido en la última Cumbre del Mercosur, llevada a cabo en San Juan, donde se aprobó el Código Aduanero Común después de seis años de negociaciones y tras saldar algunas diferencias respecto de la potestad de los gobiernos del bloque para fijar los derechos a la exportación.

También se trataron, entre otros, las cuestiones de asimetrías entre los países del bloque y se repasaron los avances recientes en la materia. El grado de madurez con los que se abordan y transitan las diferencias – profundas y agudas- marca así un nuevo tiempo político, que es una expresión concreta de la comprensión estratégica que va asumiendo el proyecto de unidad de lo diverso. Así, se destaca la consolidación de la Unasur como una instancia práctica de proceso de los conflictos entre nuestros países.

En términos de la dimensión simbólica, el encuentro  del 10 de agosto que tuvo lugar entre los presidentes de Colombia y Venezuela, expresa una enorme densidad y significación.

Gobiernos de orientación contrastante como son los que encarnan Hugo Rafael Chávez Frías y Juan Manuel Santos Calderón se decidieron -con un saludable criterio político- a superar, mediante el diálogo, los obstáculos que impiden una relación de respeto a la autodeterminación de los pueblos y mutuo reconocimiento de las diferencias hoy existentes.

En este contexto transformador, no exento de tensiones, conflictos y complejidades, se instalan en la agenda imprescindibles debates que permitan comprender los procesos de coexistencia de lo diverso. Se trata, finalmente, de la dimensión teórica, que supone la capacidad de sistematizar y reflexionar sobre el conjunto de fenómenos que trae aparejado el nuevo momento histórico.

Las relaciones internacionales, la cuestión de la democracia, la creación de uniones amplias de países capaces de respetar la enorme diversidad y encarar una construcción colectiva, los nuevos dispositivos de intercambio y de resolución de conflicto, la coexistencia de proyectos nacionales divergentes, constituyen no sólo una agenda práctica sino también teórica. Es preciso el aporte de pensamiento crítico en profundidad para contribuir a darle densidad teórica a una voluntad política e histórica que haga posible la creación de un proyecto emancipador latinoamericano.

En este panorama, es preciso ahora señalar cuáles son las posiciones que coexisten en nuestro país.

Los unos y los otros
La agenda que imponen algunos medios masivos de comunicación -como expresión cultural de las posiciones corporativas concentradas, cuyo programa es volver a la década del noventa- incluye la voluntad de dinamitar las relaciones con aquellos países que consideran inaceptables. Se recurre a toda la carga de medias verdades y mentiras completas para desacreditar gobiernos democráticamente electos y, en el caso de Venezuela, convalidados en más de veinte actos electorales, bien para la elección de presidente, bien para revocatoria de mandatos.

La presunta defensa de la democracia tiene un doble estándar, ya que a la par de lo anterior se registra un estruendoso silencio en torno al proceso hondureño, que constituyó autoridades de una manera manifiestamente ilegítima e ilegal. Son denunciados cotidianos actos de violencia institucional que van desde encarcelamientos y asesinatos de un gobierno que no ha sido reconocido por la mayoría de los países de nuestra región.

Si algún mérito le corresponde al autodenominado Grupo A es su coherencia ideológica y política. Con el mismo entusiasmo que se encolumna tras la Sociedad Rural, almuerza con Héctor Magnetto, critica la estatización de las jubilaciones, vota contra la Ley de Servicios Audiovisuales, silencia los crímenes de Papel Prensa y, de ser gobierno, posiblemente pondría en riesgo los procesos de unidad continental.

El desafío de este tiempo es el parto de un nuevo orden, que se construye -con todas las complejidades y contradicciones, tan posibles como necesarias- en el plano local, nacional, regional y mundial.

La unidad Sur-Sur y la exigencia de un proyecto colectivo para los países latinoamericanos constituyen una condición indispensable para superar las calamidades que nos dejó la larga noche neoliberal.

Unasur es una expresión de esa voluntad colectiva de unirnos y respetarnos, para hacer cierta la demanda por la dignidad de nuestros pueblos. Acompañamos y nos comprometemos con esa brega por hacer realidad los sueños que alumbraron hace doscientos años los hombres y mujeres que rompieron por primera vez las cadenas de la su-bordinación y la dependencia.

Esta nota fue publicada en la Revista Debate el día 21 de agosto de 2010.

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