Perfil | Opinión
Pocas veces, como en esta final de la Copa del Mundo, los y las hinchas argentinos estuvimos tan atravesados por la felicidad y la zozobra en simultáneo. Raramente experimentamos de modo tan sucesivo la alegría y la angustia: cuando el partido parecía terminado, Francia lo empató; cuando nuevamente parecía concluido, Francia lo volvió a empatar; cuando faltaban segundos para que termine el alargue, el Dibu Martínez sacó con el pie esa pelota imposible que podría haberle dado el triunfo al equipo europeo. Como en una montaña rusa, pasamos por ascensos y caídas en un vértigo imparable. Hasta el triunfo por penales, todo lo sólido parecía desvanecerse en el aire una y otra vez. Posiblemente, hemos visto la final de la Copa del Mundo más espectacular de la historia de los mundiales.
Pero, más allá de algunos momentos de sufrimiento, la Selección desarrolló un juego sólido y colectivo. Por encima de algunas individualidades se conformó un gran equipo. Hubo muchas señales de esa lógica de conjunto: por ejemplo, todos los jugadores, titulares y suplentes, y el cuerpo técnico se vistieron siempre del mismo modo.
El plantel argentino funcionó como una especie de cooperativa en lugar de como una serie de individualidades. Messi continuó siendo Messi, pero, como nunca, lo que predominó fue el equipo. Más allá del liderazgo claro de Scaloni, la toma de decisiones pareció ser el producto de una experiencia consensuada, debatida y colectiva, como si siempre se buscaran consensos previos. La Selección argentina se constituyó como un grupo que, más allá de los roles y los protagonismos, logró colocar los objetivos comunes por encima de todo.
El otro aspecto es la energía que desplegaron: actuaron como si fueran jugadores de potrero corriendo todas las pelotas, disputando todas las jugadas. La vocación de triunfo exhibida fue conmovedora. ¿Qué nos transmitieron? Que no hay victoria sin un deseo muy intenso de alcanzarla.
Hubo un tercer elemento puesto en escena por los jugadores: la simpleza y la humildad. El mejor jugador del mundo sentado en un costado de la cancha con su esposa y los chicos, charlando tranquilamente, dándole a las plataformas de comunicación globales una postal familiar descontracturada. Messi representa, en esas imágenes, la menor distancia entre la gloria y la sencillez. Lo mismo sucedió con otros jugadores e integrantes del cuerpo técnico y sus familias.
Paralelamente, algunos medios han intentado sostener que los valores de la Selección son los mismos que expresa cierta oposición política en la Argentina: según esta perspectiva, la Selección ha implementado un plan, ha apostado por el esfuerzo y ha tenido empatía con las necesidades de la gente. Es exactamente lo contrario de lo que esos sectores sostienen en la práctica: porque están en contra de la planificación, de la regulación y de la construcción de equipos y, en general, de lo público. Por el contrario, son partidarios de la meritocracia y del individualismo.
Para nosotros, en cambio, el equipo, la organización y el interés común están siempre por encima de los individuos. No negamos el valor de lo individual: pero debe ser puesto al servicio de lo colectivo y no al revés.
Los sectores neoliberales odian la alegría colectiva. Ellos ganan si crean pesimismo, malhumor, sentimiento antinacional. Un pueblo festejando es una postal a la que temen. Se sienten incómodos ante la movilización más grande de la historia desarrollada en todas las ciudades y los pueblos del país.
En todo el mundo y en la mayoría de los casos, las movilizaciones están vinculadas a protestas y a situaciones de injusticia. En esta oportunidad, por el contrario, está relacionada con una celebración.
Esta semana se cumplieron veintiún años de la crisis de diciembre de 2001, la que precipitó, entre otras cosas, la renuncia del entonces presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, de cuyo gobierno formaban parte algunos personajes que aún siguen actuando en la política nacional. En estos días circularon imágenes de esa crisis: el Obelisco rodeado de fuego, humaredas y fuerzas represivas. La imagen actual muestra, más allá de pequeños incidentes producidos al final de la desconcentración, una multitud festejando en paz y con alegría el triunfo argentino.