Página/12 | Opinión
Estamos a mitad de año y las proyecciones económicas van teniendo en cuenta el período ya transitado. El Fondo Monetario Internacional acaba de actualizar sus previsiones de crecimiento global, y en el caso de la economía argentina lo sitúa para 2021 en un 6,4 por ciento, por encima de los valores previstos en abril (5,8 por ciento) y en enero (4,5 por ciento).
A fines de febrero comencé a señalar que el crecimiento estaría más cerca del 7,0 por ciento, analizando los datos y los impactos posibles de las políticas del Gobierno. Razonablemente, tal pronóstico tenía en cuenta que la pandemia no le jugara al país una mala pasada. Los avances en implementar la campaña de vacunación alentaban el pronóstico. Es cierto que la realidad terminó mostrando que la segunda ola efectivamente llegó, pero tras la desaceleración de mayo por este rebrote, y con la vacunación avanzando a paso firme, la actividad retomó el sendero de la recuperación.
Según el FMI, en nuestro país la recuperación está siendo motorizada por el aumento de los precios de las materias primas que exportamos, el crecimiento de los intercambios comerciales y -es importante reparar en esto- una vacunación “más rápida de lo que habíamos previsto previamente”, según se informó en conferencia de prensa. Esta última observación reconoce que todos los esfuerzos que se han hecho en materia sanitaria están rindiendo sus frutos, con lo que se termina de desterrar la falsa dicotomía entre salud y economía que algunos medios locales fogonean.
Otro hecho que se confirma a partir del informe del FMI es el avance que se dio en el G20 en torno a la asignación de Derechos Especiales de Giro (DEG) por 650 mil millones de dólares, que está destinada a darle liquidez a los países y ayudarlos a atender necesidades de gastos esenciales.
De ese monto, cerca de 275 mil millones irán a parar a las economías de mercados emergentes y en desarrollo, en función de las cuotas que tienen dichos países. Por ello, el FMI dice en su informe que “el impacto podría amplificarse si las naciones ricas canalizan voluntariamente sus DEG (cerca de 375 mil millones) hacia las economías emergentes y en desarrollo”.
Por su parte, un gran mérito de nuestro Gobierno es haber instalado la idea de que se incluya como posibles destinatarios a países de mediano ingreso con problemas de deuda, como Argentina.
Lo cierto es que Argentina recibirá unos 4300 millones de dólares de DEG en agosto, por la parte correspondiente a su cuota. Son fondos que no se devuelven porque no son un préstamo, directamente aumentan los recursos de los Estados. Las autoridades argentinas siguen trabajando intensamente en el tema de los sobrecargos del FMI -una especie de multa por habernos prestado en exceso de lo que marcan sus normas-, lo que conllevaría un ahorro de entre 1000 a 1300 millones de dólares por año.
Todos los planteos de nuestro Gobierno sobre estos temas transitan la senda de una eventual resolución favorable y parten de una lectura correcta de las discusiones que se están dando a nivel global sobre la intervención de los Estados, la problemática de la deuda, y la necesidad de poner algún tipo de freno, tanto a la acumulación de las grandes fortunas como a la baja tributación de las multinacionales.
Con todos los desafíos que existen, el país ha empezado a normalizar su posición externa, en base al superávit comercial pero también en función de un conjunto de regulaciones cambiarias que han fortalecido las reservas internacionales y han evitado la fuga. A ello se suma la reestructuración de la deuda con privados y el avance de las negociaciones con el Club de París y el FMI.
Cabe destacar que en la semana se alcanzó un financiamiento neto positivo acumulado en 2021 de 390.910 millones de pesos, ante lo cual el secretario de Finanzas, Mariano Sardi, subrayó: «este resultado permite consolidar el financiamiento del Tesoro en el mercado de capitales local a tasas sostenibles que permiten, además, dar previsibilidad a la ejecución del programa financiero (…) previsto en el Presupuesto 2021».
Se marcha incesantemente con la idea de despejar el horizonte cambiario y financiero, de forma tal de contar con recursos que puedan ser volcados plenamente a la recuperación, al crecimiento y a la mejora de las condiciones de vida de los argentinos y las argentinas.