Página/12 | Opinión La tarde del 25 de noviembre de 2020 será recordada como aquella en la que la vida rutinaria de los argentinos y las argentinas quedó suspendida de golpe: un hecho excepcional, la muerte de Diego Armando Maradona, ocupó todos los espacios y todas las conversaciones. El tiempo, eso que nunca se detiene, había sido interceptado por una noticia definitiva: Diego había perdido su última batalla. El incansable trajinar del ídolo, desde Villa Fiorito hasta las grandes capitales globales, había llegado a su fin. Una biografía legendaria concluía y su rebeldía permanente pasaba a integrar, para siempre, la memoria mítica de la Argentina. En el día después, en el centro de la ciudad, una procesión popular de miles y miles de personas protagonizaban un funeral multitudinario. Se fue un jugador excepcional, un fuera de serie, el más querido y el más odiado, el que mantuvo sus elecciones políticas bien en alto: Fidel, el Che, Néstor, Cristina, Chávez, Lula, Evo, el No al ALCA, las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, entre otras de sus opciones.
Seguramente fue muy difícil ser Maradona. Él lo fue como pudo, como cada uno de nosotros somos como podemos ser. La mayoría de los argentinos y argentinas lo lloran como si hubiera sido de su familia. Porque de algún modo lo era. La Argentina, esta tierra legendaria y muchas veces en los bordes del precipicio, está ahora emocionalmente un poco más sola.
Se fue un rebelde, el que no se acomodaba a las reglas, el que se oponía a las injusticias. Pero se queda en nuestras memorias: en sus gambetas, en los goles a los ingleses, en sus frases ingeniosas, en sus posiciones políticas, en su velocidad para pensar más rápido que sus movimientos de malabarista.
La vida continúa. A nosotros nos toca seguir. Con el enorme desafío de contribuir a hacer viable un país sometido, en los últimos años, a un deterioro permanente.
Lo sabemos: cuando un país cae de modo sostenido, la primera tarea es detener esa caída. El gobierno actual recibió una Argentina con récord de cierre de empresas, récord de fuga de capitales, crecimiento exponencial de la pobreza y el desempleo y caída de los ingresos fiscales, entre otros indicadores críticos. El impuesto a los bienes personales, por ejemplo, fue reducido prácticamente a cero. A este primer escenario de emergencia se le sumó la pandemia sanitaria por lo cual, en el último año, el gobierno tuvo que lidiar con dos crisis superpuestas. Pero, a pesar de todas esas dificultades, los últimos datos del INDEC certifican que la actividad manufacturera de septiembre de 2020 superó a la de septiembre de 2019. Es decir: no sólo se detuvo la caída, también hay indicadores de recuperación. Una de las consecuencias de este proceso es la suba de la recaudación tributaria: en octubre creció un 43,9 por ciento interanual.
De todos modos, la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, en una presentación que realizó en las Jornadas Monetarias del Banco Central, y refiriéndose a la región, afirmó que “hay que fortalecer la recaudación tributaria, sobre todo el impuesto a la renta de las personas físicas, las corporaciones, extender el alcance de los impuestos sobre el patrimonio y la propiedad y a la economía digital, una de las grandes ganadoras de esta pandemia”. Una tarea enorme e imprescindible.
En una perspectiva similar, en la semana se conoció un nuevo informe de Tax Justice Network (Red de Justicia Fiscal), una coalición independiente de investigadores y activistas preocupados por la evasión de impuestos. El estudio afirma que de los 427 mil millones de dólares en tributos al año que los países dejan de percibir, 245 mil millones se pierden debido a que las empresas transfieren sus ganancias a guaridas fiscales y 182 mil millones debido a que las personas adineradas ocultan activos e ingresos no declarados en el extranjero. Hay, entonces, un mito que cae: no son solo los argentinos con grandes fortunas los que llevan o amenazan con llevar sus excedentes al Uruguay u otros países, sino que ello sucede a nivel global.
Por eso, el debate alrededor de la necesidad de ajustar se resuelve rápido si se termina con la evasión, con todas las maniobras ideadas por las grandes corporaciones y los poseedores de grandes fortunas personales para no pagar lo que les corresponde pagar.
Un informe de OXFAM, una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales, señala que el territorio británico de las Islas Caimán les ocasiona perjuicios a otros países por aproximadamente 75 mil millones de dólares anuales. A éste se suman tres estados europeos en el ranking de los países que más le quitan ingresos fiscales a sus socios: Holanda le genera una pérdida a sus vecinos de unos 37 mil millones de dólares; Luxemburgo, de 30 mil millones de dólares e Irlanda de 20 mil millones de dólares. Una nota publicada en el diario El País que aborda este tema termina diciendo que “los paraísos fiscales se han convertido en un problema de supervivencia para los sistemas de bienestar europeos. El pasado julio, la Comisión Europea dio un paso importante al recomendar no conceder ayudas públicas a las compañías vinculadas con paraísos fiscales. Si la Unión Europea quiere sobrevivir con su modelo social debe acabar definitivamente con estas conductas”.
Esos recursos, al atesorarse en esas guaridas fiscales, no intervienen en los ciclos económicos nacionales. Es uno de los grandes problemas que hoy tiene la humanidad: resolver el tema de cómo se acumula y cómo se distribuye. Porque esas grandes concentraciones de recursos en las guaridas fiscales son simultáneas al inmenso crecimiento de la pobreza y la desigualdad en los países.
Por ejemplo, algunos medios difundieron esta semana datos de la agencia Bloomberg, según los cuales el patrimonio personal de los 10 hombres más ricos del planeta se incrementó, en lo que va de 2020, en 267 mil millones de dólares.
Al mismo tiempo, según un informe de la ONU, se prevé 45 millones más de pobres en América Latina durante 2020. El estudio también señala que se llegará a un total de 230 millones de personas en estado de pobreza en la región.
En síntesis: cada vez ricos más ricos y cada vez pobres más pobres.
El Aporte Solidario y Extraordinario de las grandes fortunas y la reforma tributaria son algunas de las iniciativas a nivel local pensadas para contribuir a revertir un proceso que requiere también de la intervención de las instituciones de regulación global.