Ámbito Financiero | Opinión
Mientras la ciencia médica trata de entender el funcionamiento del virus que desencadenó la actual pandemia, otra ciencia, la económica, no para de recibir evidencia concluyente de los múltiples problemas originados por la otra pandemia, la del capitalismo financiero globalizado.
El costado más abordado últimamente es el que tiene que ver con el rol que están teniendo los Estados. En materia sanitaria, social y económica, en este caso con un claro sesgo contracíclico, para tratar de alivianar la recesión y evitar que se destruyan las capacidades productivas. La caída será considerable. El FMI acaba de proyectar para este año caídas del PIB muy superiores a las de la crisis financiera de la década pasada, no muy lejanas a las del inicio de la crisis del treinta. Para Estados Unidos se estima una baja del PIB cercana al 6% y un desempleo que llegaría pronto al 20%, cuando antes del Covid-19 era del 3,5%. Similares tendencias se observan en el resto de las economías avanzadas. En este contexto surge de forma evidente el contundente arsenal de herramientas -en lo fiscal, lo monetario y lo financiero- que utilizan esos países, que no llegaron a esta condición por aplicar políticas de desregulación y ajuste fiscal y monetario mientras se desarrollaban, sino todo lo contrario.
América Latina está en una situación muy diferente. La Cepal acaba de advertir que la pandemia “conducirá a la peor contracción de la actividad económica que la región haya sufrido desde que se iniciaron los registros, en 1900”. También menciona que el volumen de comercio caerá entre un 13% y un 32% en 2020. Esto lleva a pensar en el segundo punto, que es el de las estructuras productivas de la región, poco diversificadas y dependientes de la exportación de productos primarios. Sumado al alto grado de informalidad, se genera un combo de elevada exposición al alicaído comercio mundial con impactos en la recaudación tributaria.
Un tercer aspecto es el financiero, en un mundo que presenta una notable volatilidad, que castiga mucho más a los países periféricos. En los últimos dos meses salieron de los mercados emergentes unos u$s100.000 millones de inversiones de cartera, triplicando lo ocurrido en el mismo período de la anterior crisis. No deja de ser un problema mayor en la fase actual, ya que reduce la disponibilidad de los ya pocos recursos para llevar a cabo las políticas públicas necesarias, a la par que la salida de capitales genera presiones en el tipo de cambio que impactan en los precios. No se puede decir que no se sabía. El problema es el de una economía puesta al servicio de la especulación. Pero todo esto está bien lejos de ser un camino inexorable.
En el último Informe de Estabilidad Financiera del FMI hay una perla que pasaron por alto los analistas, o quizás trataron de ocultar. Según el organismo, “China fue el primer país en experimentar el brote de Covid-19. Sin embargo, las condiciones financieras en China han sido en general estables, en contraste con otros países. Esto puede haber reflejado, entre otras cosas, los limitados canales financieros con el exterior, un fuerte rol de las instituciones financieras y las empresas del Estado, y un temprano esfuerzo de las autoridades para estabilizar las condiciones y las expectativas de los mercados. El banco central mantuvo una elevada liquidez interbancaria, instruyó a los bancos a mantener el crecimiento del crédito a las empresas y redujo las tasas de interés (…)”. Esto no es otra cosa que la consecuencia de la utilización de un enfoque sobre el Estado y la desregulación, que le permite a China contar con otras fortalezas. El caso de China no es generalizable, pero aporta un mayor caudal de evidencia al que ya se tiene respecto de que hay herramientas para detener la otra pandemia. El problema siempre gira alrededor del modelo.
Lo tienen claro precisamente algunos sectores que, aunque parezca fuera de tiempo y esté en contra de toda evidencia, siguen considerando que el Estado es un “Ogro Filantrópico” y que la libertad de mercado es un axioma incuestionable. Lo que no quieren es resignar ninguno de los privilegios adquiridos para cuando el problema de la pandemia sanitaria y sus efectos económicos, de alguna forma, hayan pasado.