Perfil | Opinión
El daño ya está hecho. Ahora lo que el Gobierno intenta es reparar. Por eso, tomó una serie de decisiones tardías pero, a la vez, imprescindibles. Es decir: está implementando a destiempo una política que debió existir siempre. Argentina no puede funcionar sin una estrategia de administración de las divisas porque necesita regular el uso de ese bien escaso. En simultáneo, necesita construir una cultura que nos vaya sacando del bimonetarismo.
El Gobierno tomó dos paquetes de medidas. Uno, orientado a reperfilar los vencimientos de deuda, lo que implica un reconocimiento tácito de que tenían un perfil imposible de afrontar. Otro, dirigido a contener la fuga de capitales. Para ello busca que las divisas generadas por los exportadores sean liquidadas dentro de un tiempo prudencial y se integren a las reservas que tiene el país para enfrentar sus obligaciones y, simultáneamente, limitar la compra de dólares para atesoramiento y las transferencias de divisas al exterior, entre otras iniciativas.
Hagamos un poco de historia. El Gobierno recurrió al FMI luego de haber endeudado al país significativamente y liberado totalmente el movimiento de capitales, con todas las consecuencias que generó esa política. Lo primero que dijeron, tras iniciar las negociaciones con el organismo multilateral, fue que se trataba de un préstamo preventivo. Luego, hubo una primera renegociación y un desembolso acelerado. Cuando emprendieron la segunda renegociación, dijeron que era para obtener los fondos con los cuales hacer frente a los vencimientos que había hasta fines de este año. Aseguraban, además, que el objetivo era conseguir que el proceso político no alterara el normal desenvolvimiento de la economía.
Finalmente, sobre esa falta de administración de las divisas y el daño derivado de ello, las recientes medidas de control de fuga de capitales se impusieron por su propio peso y a disgusto de las autoridades, según sus propias declaraciones. Lamentablemente, el Gobierno tomó estas decisiones cuando no le quedó otra alternativa. Produjo el daño y luego tomó medidas contra ese daño que podría haber evitado. Si estas medidas se hubieran tomado oportunamente, junto a otras complementarias, lo más probable es que las razones invocadas para recurrir al FMI no hubieran existido.
Estas medidas han tenido un buen resultado en términos de evitar la generación de una crisis financiera. Un dato concreto: el lunes de esta semana hubo un mayor retiro de fondos de los bancos pero el martes y los días sucesivos se fue normalizando la renovación de depósitos en dólares. Da la impresión de que el Gobierno está en condiciones de mantener el tipo de cambio más o menos donde está. Incluso, si tomamos las bandas que se fijaron cuando se arribó al acuerdo con el FMI, el tipo de cambio proyectado para septiembre según esas bandas sería de alrededor de 55 o 56 pesos para su límite superior. Es decir: el dólar está en niveles similares a los que ellos mismos habían proyectado.
Las medidas recientes han evitado que la inestabilidad se propague y se transforme en una crisis del sistema financiero. Pero no resuelven otros problemas. Por ejemplo, las políticas de altas tasas de interés. Las Leliq llegaron a pagar esta semana una tasa de interés máxima del 86%. Tampoco resuelven el aumento de los precios, consecuencia, entre otras cosas, del incremento del dólar: una vez más se afecta el acceso a los bienes elementales de una mayoría de la sociedad que, de este modo, no puede vivir dignamente. Este escenario deriva en un nuevo aumento de la pobreza, más cierres de empresas, más crisis en las economías regionales, entre otros indicadores del deterioro de la economía real. Incluso, ya se prevé una caída del PBI del 2,5% para este año.
Las últimas medidas son adecuadas. Pero se aplican dentro de un modelo que continúa produciendo cierre de empresas, desocupación, pobreza y mayor deterioro de la vida de la mayoría de los argentinos y las argentinas.