Tiempo Argentino | Opinión
Los datos de reducción de la pobreza sorprendieron a todos, oficialistas y opositores. Una baja de la pobreza de 4,6 puntos en un año es un avance impresionante. Tan impresionante que hace dudar de las cifras, en especial en un entorno de ajuste. Es el triunfo de la posverdad urdida por el gobierno de Mauricio Macri: desde el oficialismo se sostiene que la inflación ataca principalmente a los pobres, y dado que el gobierno asevera que la inflación está bajando, todo tiene «coherencia». Pero la realidad va por otro lado.
Por ejemplo, en el segundo semestre de 2016 la inflación, medida por el Indec, fue del 8,9% semestral, mientras que en el segundo semestre de 2017 llegó al 11,6% semestral, es decir, se intensificó. Pero la pobreza bajó en ese período. Más aún, el valor monetario de la canasta de pobreza creció un 28,3% en 2017 cuando la inflación lo hizo en el 24,8 por ciento. Y la pobreza bajó.
Podrían buscarse cantidad de elementos de técnica estadística para evaluar si los datos son engañosos. Esta será una importante tarea para los técnicos. Pero no hay que ser especialista en estadísticas para poner en duda los datos de pobreza publicados por el Indec y festejados por el gobierno, en especial el presidente Macri, dentro de la ya diseñada campaña de las «buenas noticias».
Es cierto que antes de las elecciones de medio término se impulsó artificialmente el consumo con más planes sociales, con una gran cantidad de préstamos para los jubilados y con un gasto público en obras de infraestructura (principalmente viales) que impactaron positivamente en la economía.
Pero todos estos efectos no sólo se derrumbaron a partir de noviembre de 2017, sino que dieron paso a un fortísimo ajuste en las tarifas, liberación de los precios de los combustibles y congelamiento de los salarios hasta las próximas paritarias, entre otras medidas. El 2018 no viene mejor: continúan los aumentos tarifarios con fuertes subas, el dólar puso presión a los precios, y el gobierno está presionando fuertemente (y en algunos casos lo está logrando) para que las paritarias cierren alrededor del 15%, en cuotas y sin cláusula gatillo.
Veamos algunos datos: los salarios totales perdieron un 2,4% real después de las elecciones de octubre, entre noviembre y enero, último dato publicado por el Indec. Ni hablar de lo que perderán en febrero, con un índice de precios al consumidor del 2,4%, y para marzo ya se espera que podría superar el 2% (los aumentos salariales, según las paritarias firmadas, se darían a partir de abril, entre el 5% y el 8 por ciento).
Las ventas en supermercados, calculadas por el Indec, arrojaron una variación anual negativa en cantidades del -3,1 por ciento. Kantar Worldpanel, una consultora especializada en temas de consumo, sostiene sobre enero de 2018: «este es el tercer enero con arranque negativo para el consumo masivo, de 2016 a 2018; cuando se compara este último enero con el mismo período de 2015, la canasta se contrajo un 10% en el volumen». Y la pobreza está bajando, difícil de imaginar.
En la semana se conocieron los datos de la producción industrial. El Estimador Mensual Industrial (EMI) arrojó un aumento del 5,3% respecto de igual mes del año anterior. Un gran dato para la campaña de «buenas noticias». No obstante, muy pocos indican que en el mes de comparación, febrero de 2017, el indicador había caído un 6 % interanual, es decir que ni siquiera se compensa la caída del año anterior.
Otros datos para poner las cifras de pobreza en cuestión. La población y la fuerza laboral siguieron creciendo, pero la producción está en el mismo nivel que en 2015. En 2017 la actividad económica, medida por el PIB, apenas recuperó la caída de 2016, y creció en el bienio un 1% (con una reciente revisión de los datos por parte del Indec que le dio una subidita al PIB de 2016 y 2017). Pero la población crece cerca del 1% anual (2% en el bienio), por lo que el PBI per cápita se redujo. Pero la pobreza disminuyó…
Las tensiones en el sector externo
Dos son las variables principales que impactan en el resultado de las cuentas del sector externo. Una de ellas es el déficit en Cuenta Corriente y la otra el déficit fiscal.
Comencemos con el déficit fiscal. El resultado fiscal del mes de febrero de 2018 fue presentado con gran optimismo por parte de Hacienda, ya que se observa un déficit Primario de $ 20.228 millones, un 24,4% menor que el del mismo mes del año pasado. Pero el gasto en intereses se incrementó en más del 130 por ciento. Más preocupante, en el primer bimestre de 2018 el déficit primario bajó un 30%, una cifra más para la campaña de «buenas noticias». Sucede que los pagos por intereses subieron un 201%, y por lo tanto el déficit financiero (total) creció un 51 por ciento. Este es el verdadero déficit, pero el gobierno centra sus observaciones en el déficit primario porque considera, al igual que el FMI, que el pago por intereses ni siquiera es discutible, y mucho menos sujeto a ajuste. Lo que se ajusta es el resto de los gastos: los sociales, los salarios púbicos y la inversión, pero nunca los intereses de la deuda.
Este déficit financiero viene subiendo por el fuerte endeudamiento público. Christine Lagarde, la directora gerente del FMI, en sus declaraciones en su visita a la Argentina consideró que, dado que la carga de deuda en moneda extranjera con los acreedores privados está en el orden del 35% con respecto al PIB, no implica un gran riesgo. A lo que agregó, en relación al nivel de los intereses a pagar, «teniendo en cuenta el paquete de reformas que está en proceso y dado el objetivo de reducir el déficit de esta forma sustentable y compatible con el apetito de la sociedad a favor de las reformas, no vemos que la deuda sea realmente un tema de preocupación». Visión del FMI, difícilmente compartida por muchos de quienes tienen que soportar los efectos de esa deuda.
Esta dependencia del endeudamiento externo tiene una razón de ser mucho más profunda que el déficit fiscal, y que el gobierno nunca menciona: el déficit de las cuentas externas.
Los datos de Comercio Exterior constituyen una de las grandes vulnerabilidades del modelo económico vigente, especialmente en el mediano y largo plazo. Luego de un 2017 con el mayor déficit en la Balanza Comercial desde el año 1994, los resultados del primer bimestre de 2018 no son para nada alentadores. Mientras que el Presupuesto 2018 estima un saldo deficitario de U$S 5600 millones para todo el año, los dos primeros meses ya acumulan un 33% de ese valor, con un resultado negativo de U$S 1872 millones.
El déficit de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos, que suma al déficit comercial el déficit en servicios (principalmente turismo), más los pagos de intereses de la deuda y la remisión de utilidades y dividendos al exterior, ascendió al 4,9% del PIB en 2017, unos U$S 30.792 millones de saldo negativo, valor que más que duplica el déficit registrado en 2016.
Este saldo necesariamente debe cubrirse con endeudamiento externo o con caída de reservas internacionales. Una de las debilidades del modelo actual, similar a la afrontada en los noventa. De allí que es imperioso cambiar la orientación principal de la política económica. Porque a largo plazo ha demostrado históricamente que no es sustentable, aquí y en otros muchísimos países, y porque difícilmente lleve a los inverosímiles datos de disminución de la pobreza que han sido presentados.