Las promesas de Davos

Tiempo Argentino | Opinión


La participación de los funcionarios argentinos en el Foro de Davos, Suiza, tuvo un concentrado de posverdad que no oculta la idea central del gobierno de Cambiemos: generar el clima para favorecer los negocios del capital concentrado, vía eliminación de regulaciones y enfriamiento salarial.

En el anecdotario quedarán algunas frases impactantes del presidente: «Yo creo que es una asociación natural (en referencia al postergado acuerdo Mercosur-Unión Europea) porque en Sudamérica todos somos descendientes de europeos». También afirmó que «la inflación alcanzó el menor nivel en una década» y que «los salarios se han recuperado». En rigor, en los últimos dos años lo que hubo fue un fuerte impacto en el bolsillo (caída del salario real), en tanto la inflación no ha sido la más baja de los últimos diez años. Mientras la retórica oficial sigue su curso, otra cosa bien distinta ocurre en la realidad.

Puertas adentro, Macri les dijo a empresarios argentinos que lo acompañaban en el Foro: «Nosotros vamos a cortar el pasto, ustedes hagan los goles». Una promesa de campaña presidencial (la del «Estado canchero») que se viene haciendo realidad, y que está en línea con lo que marcó en su momento la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que nuclea a las principales empresas del país. En su documento fundacional expresaba sin medias tintas: «El Estado debe establecer reglas de juego claras y hacer cumplir las leyes. Dentro de este marco, su injerencia en el ámbito propio de la actividad privada, interviniendo en la toma de decisiones empresarias, no contribuye a dinamizar la economía del país, ni resulta un aporte al desarrollo económico y social». En este sentido vuelvo a repetir que la labor del gobierno es «exitosa».

Los DNU, analizados en columnas anteriores, marcan el pulso de la estrategia del Ejecutivo. Siguiendo con el avance desregulador, el Directorio del Central reglamentó algunas normas que se derivan del decreto 27/2018 de Desburocratización y Simplificación («mega» DNU) y en particular flexibilizó aun más la operatoria de divisas. Ahora cualquier comercio estará habilitado para comprar y vender dólares, desde un gran supermercado hasta un kiosco de barrio. Esta decisión parece chocar con las palabras del propio Macri, quien poco antes de que la norma viera luz, señaló: «Confío que en algunos años los argentinos van a pensar en su moneda, no en la de otro país». Sin embargo, este tipo de medidas de libre mercado sólo puede generar el efecto contrario, es decir, exacerbar aun más la volatilidad del dólar, algo que quedó en evidencia en estos días, cuando casi llegó a los 20 pesos, lo que augura una nueva caída del salario real.

Otra de las consecuencias del DNU fue la oficialización de la Secretaría de Simplificación Productiva, que dependerá del Ministerio de Producción y buscará reducir las denominadas trabas burocráticas. Un nombre sugestivo que deja ver la falta de un proyecto productivo diversificado e inclusivo. Forma parte del mismo proyecto que apuesta todas sus fichas a transformar al país en el «supermercado del mundo». Pero los deseos gubernamentales siguen chocando con la evidencia: según la COPAL, en 2017 se verificó una caída de las exportaciones de alimentos y bebidas (-2,6%), explicada por la baja de las toneladas exportadas (-4,9%). No deja de ser un llamado de atención que esto ocurra cuando la economía mundial muestra una aceleración de su crecimiento, según los datos del FMI que se conocieron el pasado lunes.

No obstante el mayor vigor mundial, el Fondo señala que es algo coyuntural y que hay importantes riesgos a mediano plazo. Entre ellos, «un alza repentina de tasas, que complicaría las condiciones financieras a escala internacional y llevaría a los mercados a replantearse la sostenibilidad de la deuda en algunos casos. Las economías quedarían expuestas a fuertes necesidades de refinanciación de la deuda bruta y a pasivos en dólares sin cobertura». Una frase que no escapa a la realidad de nuestro país, que ha ocupado el podio de emisión de deuda desde la llegada de Cambiemos.

El viaje de Macri también coincidió con algunas noticias del frente interno que no pasan desapercibidas, como la mencionada suba del dólar, o el incremento en el precio de los combustibles (YPF). También alarma el fuerte déficit comercial de 2017, que cerró en U$S 8471 millones, según el Indec, producto de un crecimiento del 19,7% en el valor de las importaciones, contra un aumento prácticamente nulo de exportaciones, del +0,9 por ciento.

Son consecuencias lógicas de las políticas de este gobierno, que sigue al pie de la letra la línea que baja de organismos como el FMI. Por caso, en una entrevista de El Cronista, el ministro Nicolás Dujovne dijo: «Cuando uno está en un proceso de desinflación, evidentemente la política inflacionaria es bastante dependiente de lo que ocurre con los acuerdos salariales». Casi en simultáneo Alejandro Werner, del FMI, decía sobre Argentina: «La inflación seguiría retrocediendo, suponiendo que haya una moderación salarial». Más allá de la pasmosa sincronía, es un nuevo reconocimiento de que la inflación se explica principalmente por la puja distributiva.

Desigualdad y ataque a sindicatos

Oxfam presentó su habitual informe sobre el reparto de la riqueza en Davos. Los datos reflejan un progresivo deterioro e indican cómo la tendencia inherente del neoliberalismo es ir hacia la mayor concentración. Según la ONG, «el 82% del crecimiento de la riqueza mundial del último año ha ido a parar a manos del 1% más rico, mientras que a la mitad más pobre de la población mundial no le ha llegado nada de ese crecimiento». El derrame sigue brillando por su ausencia. Es más, «en 2017 se produjo el mayor aumento en el número de milmillonarios de la historia, uno cada dos días. Actualmente hay 2043 personas con fortunas por encima de los mil millones de dólares, de las cuales nueve de cada diez son hombres». Lejos de ser un proceso virtuoso para la población mundial, la contrapartida es que 42 personas poseen la misma riqueza que las 3700 millones de personas más pobres del mundo, un dato que empeora más observando que, según Oxfam, en 12 meses, la riqueza de esta élite ha aumentado en U$S 762 mil millones: con la séptima parte de esta cantidad se podría acabar con la pobreza extrema en el mundo. Invito a leer con detenimiento el informe: los datos son elocuentes.

La desigualdad no puede ser desvinculada de la realidad laboral. Cálculos recientes de la OIT, citados por Oxfam, demuestran que prácticamente una de cada tres personas con trabajo en países pobres y emergentes vive en la pobreza. Por ello, para reducir la desigualdad es indispensable generar trabajo de calidad, aunque la flexibilización laboral y el intento de debilitar a los sindicatos van en sentido inverso. Oxfam también señaló: «Históricamente, la capacidad de los trabajadores y trabajadoras de organizarse, formar sindicatos y estar protegidos por la ley ha sido clave en la reducción de la desigualdad (…) Sin embargo, el FMI ha indicado que entre 2000 y 2013 se viene dando una caída en las ratios de afiliación a los sindicatos en todo el mundo. El FMI señalaba recientemente que la decadencia de los sindicatos en los países ricos está directamente relacionada con el aumento de la desigualdad».

Las citas de Oxfam son claras y ayudan a comprender lo que está detrás de la presión a los sindicatos en la Argentina actual y de la postura del gobierno a favor de la flexibilización laboral: un cambio abrupto de la matriz de distribución del ingreso nacional.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 28/01/2018

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