Perfil | Opinión
En el plenario de las comisiones de Transporte y Presupuesto y Hacienda, el Bloque de Diputados de La Libertad Avanza junto al PRO, la UCR y una parte de la Coalición Cívica, entre otros, lograron el dictamen de mayoría que promueve la privatización total de Aerolíneas Argentinas. La iniciativa reunió 35 firmas. Hubo otros tres dictámenes de minoría, entre ellos el de Unión por la Patria suscripto por 34 diputados y diputadas. Es decir: si algunos de estos últimos dictámenes se hubieran unificado, el proyecto del oficialismo habría sido rechazado.
El Gobierno argumenta que la compañía debe ser privatizada debido a su supuesto déficit e ineficiencia. Pero disfraza la controversia: el tema del déficit es una excusa. La discusión es de fondo y es ideológica. Es entre dos modelos: entre el Estado que debería desaparecer porque es el mercado el que debe asignar los recursos, las prioridades y determinar qué se hace y qué no se hace; y entre el Estado que debe cumplir una tarea imposible de delegar, que consiste en orientar un proceso integral de desarrollo nacional. Es decir: un Estado presente que intervenga en beneficio del conjunto de la sociedad, que actúe, regule y se concentre en alinear todas las políticas para ponerlas al servicio del interés general.
Lo que sucede con el intento de privatización de Aerolíneas Argentinas no es una sorpresa: el Presidente afirmó hace un tiempo que él era “el topo que destruye el Estado desde adentro”. Esa fuerza destructiva que avanza de modo veloz y sostenido tiene en la actualidad como objetivo, entre otros, a la empresa aérea de bandera.
Hay que reconocerle al Presidente su franqueza, cuando afirma que todo aquello que es negocio no debería estar en manos del Estado y si no es negocio no tendría que existir. No pretende engañar a nadie. Asume claramente que el debate es ideológico.
Muchos legisladores y legisladoras oficialistas suelen espantarse cuando se habla de ideologías. Pero ideología viene de tener ideas. No hay debate sin ideas. Más aún: no hay democracia sin ideas.
La discusión no es “partidarios de la eficiencia versus defensores de la ineficiencia”. Es entre impulsores de modelos opuestos de país. Despejado ese debate podemos discutir, por ejemplo, cómo hacemos al Estado y a sus empresas más eficientes, cómo mejoramos su gestión, cómo corregimos lo que habría que corregir.
Hay otra discusión importante: Aerolíneas ha contribuido sin dudas al desarrollo del país. En 2008, cuando se recuperó la empresa, transportaba 5.700.000 pasajeros. El año pasado transportó 13.800.000, más que el doble. Sin embargo, se intenta privatizarla apelando al último renglón del balance.
No les importa la función que cumple Aerolíneas para el país. No tienen en cuenta la cantidad de pasajeros y pasajeras que la compañía traslada entre las distintas regiones, su contribución al desarrollo del turismo y de las actividades empresariales locales.
¿Son imaginables Ushuaia, El Calafate o las Cataratas del Iguazú, por ejemplo, sin aeropuertos? Hasta que Aerolíneas no fue hacia esos destinos, estos no alcanzaron la dimensión que tienen en el presente. Entonces, resulta inaceptable mirar la utilidad o no de una empresa estatal por el último renglón del balance. La compañía tiene un valor más amplio: ¿cuántas nuevas actividades económicas promovió? ¿Cuántos nuevos ingresos impositivos generaron esas actividades?
¿Este enfoque quiere decir que somos hinchas del déficit? No. ¿Hay que trabajar por la eficiencia? Sí. Pero la eficiencia se logra ampliando servicios, brindando mayor calidad, abriendo nuevas rutas, teniendo más pasajeros, entre otras mejoras. No ajustando.
Además, en lo que respecta a la eficiencia, la compañía ha avanzado muchísimo. De aquella empresa fuertemente deficitaria de la cual se hizo cargo el Estado allá por 2008 llegamos a esta empresa que el año pasado prácticamente no ha requerido aporte del Tesoro porque ha mejorado de manera sustancial su gestión.
Hay una historia que no fue suficientemente contada: Aerolíneas Argentinas ya fue privatizada y la experiencia terminó en un desastre.
El debate en el Congreso de la Nación es muy importante: estamos a tiempo de evitar un segundo desastre.