Página/12 | Opinión
En la Argentina la historia es circular: vuelve una y otra vez al mismo punto. Por ejemplo, a los planes de ajuste que se vienen aplicando cíclicamente utilizando un mismo discurso: estamos mal en el presente, pero estaremos bien en el futuro. Esta política del sacrificio siempre tiene los mismos resultados: el malestar se mantiene mientras el bienestar nunca llega. La luz al final del túnel es una locomotora que viene hacia nosotros y nos lleva por delante. La historia del país está llena de frases “célebres” que refieren a la necesidad de atravesar el tiempo duro del ajuste para luego beneficiarnos con la recuperación.
Ya en el año 1959, el entonces ministro de Economía Álvaro Alsogaray nos decía: “hay que pasar el invierno”. José Alfredo Martínez de Hoz, en tiempos de la dictadura cívico-militar, señalaba que “el argentino en general no está acostumbrado a sufrir mucho, y cuando se le pide que sufra un poco no le gusta”. Más recientemente, Carlos Menem y Domingo Cavallo aseguraban “estamos mal pero vamos bien”. Mauricio Macri ha sostenido que “lo peor ya pasó”, y que es necesario atravesar el malestar para luego acceder al bienestar.
Durante el discurso de asunción de la Presidencia, Javier Milei señaló: “sabemos que será duro por eso quiero también traerles una frase sobresaliente de uno de los mejores presidentes de la historia Argentina que fue Julio Argentino Roca «nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios»”. Y agregó: “Sabemos que a corto plazo la situación empeorará. Pero luego veremos los frutos de nuestro esfuerzo, habiendo creado las bases de un crecimiento sólido y sostenible en el tiempo”.
Es siempre el mismo relato. La herencia del pasado recibida es muy dura y, por eso, tenemos que sacrificarnos en el presente para luego, en el futuro, encontrarnos con la felicidad.
En uno de sus tantos monólogos, en la temporada 89/90 Tato Bores dialogaba imaginariamente con el ministro de Economía de ese momento:
Ministro.— “Nosotros, Tato, le pasamos el rastrillo al país. Lo dejamos sin un mango. No se emite, la gente no tiene guita para comprar dólares y el dólar baja (…)”.
Tato.— “Espere, le digo, a ver si entendí bien: Ustedes con los impuestos a las tarifas, los tarifazos, guadañan toda la mosca y la gente se queda sin guita, la gente está más seca que galleta de campo. No solamente no puede comprar dólares sino que no puede comprar morfi, no puede comprar remedios, no puede comprar pastillas, no puede comprar pilchas, ni peines ni peinetas, nada puede comprar”.
Ministro.— “Son pequeños detalles, Tato, de la microeconomía doméstica (…). Lo único que nosotros les pedimos hoy es un pequeño esfuerzo para que mañana podamos tener la Argentina potencia con la que soñaron nuestros mayores”.
Tato.— “Ministro escúcheme: desde que yo era chiquitito que vengo escuchando que hay que sacrificarse en aras del futuro. El lema nacional siempre ha sido: ¡Jódanse hoy para disfrutar mañana!”.
El monólogo de Tato Bores es una síntesis precisa de lo que viene sucediendo en el país cíclicamente. Es lo que denominamos las Cuatro M: la sucesión de planes económicos con una orientación muy similar, iniciada durante la última dictadura por José Alfredo Martínez de Hoz y continuada por Carlos Menem, Mauricio Macri y finalmente por Javier Milei. La receta económica se repite y los discursos para justificarla también. Los resultados son siempre los mismos: pérdida del valor del salario, caída del ingreso de los jubilados y jubiladas, quiebra de las PyMEs, entre otros retrocesos.
En una entrevista realizada en 1995 por Felipe Pigna, Martínez de Hoz declaraba que “el programa económico anunciado el 2 de abril de 1976 estaba basado en tres pilares fundamentales: uno era la reforma del Estado (…) que a la sombra de un estatismo muy fuerte desde hacía más de treinta años había crecido sobremanera” y había prácticamente invadido todas las funciones propias y ajenas. De manera que “había que reducir el Estado para que cumpliera las funciones específicas, como administrar la justicia, el orden y la seguridad, las relaciones exteriores (…)”. Se refería al “principio de la subsidiariedad”, según el cual el Estado no debe hacer lo que está en condiciones de hacer el sector privado.
Esta idea de llevar el Estado a su mínima expresión se retomaría en los noventa con Carlos Menem y Domingo Cavallo, quienes avanzaron con la privatización de una gran cantidad de empresas públicas. La gestión neoliberal de Mauricio Macri impulsó lo que llamamos el Estado “canchero” (que prepara la cancha para que jueguen y ganen los privados) similar al Estado subsidiario de Martínez de Hoz. La gestión de Cambiemos terminó con un enorme endeudamiento externo, la pérdida del 20% en el poder de compra de los salarios, el cierre de unas 25.000 PyMEs, y una situación social desesperante.
El gobierno de Javier Milei vuelve al mismo ciclo sosteniendo que el Estado “es una organización criminal” y proponiendo la privatización o el cierre de una gran cantidad de empresas y organismos estatales. La motosierra gubernamental alcanza incluso al aparato de Ciencia y Tecnología, imprescindible para cualquier país que intente sumar valor agregado a su producción. El desfinanciamiento de la salud pública junto a la liberación de los precios de las prepagas deja a la mayoría de los argentinos y argentinas en una situación de fuerte desprotección. Lo mismo sucede con el desfinanciamiento de la educación pública, entre otros sectores afectados.
No hay políticas económicas buenas que al mismo tiempo sean malas para la ciudadanía. Ese es otro discurso falso: nos va mal a la mayoría de los argentinos y argentinas pero a la economía le va bien. Para nosotros es más simple: la única economía que sirve es la que le resuelve los problemas a la gente.
Hoy las calles y plazas de los pueblos y ciudades de la Argentina serán el escenario de una gran movilización de la ciudadanía por el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, recordando a los 30 mil detenidos-desaparecidos por la última dictadura cívico-militar. Será también la oportunidad para que una cultura política nacional, democrática y popular se exprese en contra de la oscuridad, la violencia y el negacionismo que se viene intensificando en los últimos tiempos en el país.