Página/12 | Opinión
La Argentina viene de atravesar varios escenarios críticos. A la pandemia macrista le sucedió la pandemia sanitaria, luego la guerra en Ucrania y, finalmente, los recientes intentos de golpes de mercado que buscaron instalar el caos. En ese contexto, se ha desarrollado un doble estándar en cuanto a la visibilidad de los acontecimientos: los efectos de las crisis tienden a ser muy visibilizados mientras los procesos de recuperación económica y social resultan invisibilizados.
De allí que no aparezca destacado, por ejemplo, que en junio hubo récord de capacidad instalada utilizada en la Argentina: casi el 70%. En la misma línea, en el periodo que se extiende entre mayo de 2021 y el mismo mes de 2022, se crearon 581 mil nuevos puestos de trabajo registrados. De estos, el 41% son empleos asalariados en el sector privado y el 13,8% puestos laborales en el sector público.
Mientras, la oposición política, mediática y económica repite hasta el cansancio que el gobierno está implementando un plan de ajuste. ¿Qué se entiende por ajuste? En economía la palabra refiere a políticas que recortan el gasto social, la inversión pública, que destruyen empleo o que conducen a la pérdida de valor de las jubilaciones, entre otros aspectos. Que sepamos nada de eso está ocurriendo en el país. En lo que respecta a las jubilaciones, pensiones y asignaciones, para tomar sólo uno de los temas, se anunció un incremento de 15,53% que corresponde por ley. A ello se agregó una suba de un 15% adicional para la jubilación mínima. De este modo, la recomposición de estas últimas prestaciones superaría el 30%. Sigue siendo insuficiente, pero es más de lo que se preveía.
Por supuesto: subsisten problemas importantes. Entre ellos, bajar la inflación es una prioridad absoluta. Pero no se puede hacer a través de políticas de shock. Éstas son muy recesivas y cada vez que se intentó aplicarlas, en la Argentina y en el mundo, el costo social fue tremendo. Es necesario implementar medidas que produzcan una caída gradual de la inflación de manera que, en ese proceso descendente, se puedan ir recomponiendo las distintas variables, entre ellas los ingresos de los asalariados y de los jubilados para que no pierdan ante el aumento de los precios. Ello requiere una administración muy fina y combinada de los distintos factores.
Otra cuestión con la que insiste cierta oposición es el supuesto aumento de tarifas de los servicios públicos. Ello tampoco está ocurriendo. Lo que sí pasa es que se están reduciendo subsidios: parte de las tarifas que pagaba el Estado ahora la van a abonar los consumidores de más altos ingresos y más altos consumos. Pero las tarifas que cobran las empresas prestadoras siguen en los mismos valores en los que estaban.
El retiro del subsidio es segmentado y, por lo tanto, hay un amplio sector que lo va a mantener, otro al que se le va a retirar una parte y una minoría que pagará tarifa plena. Además, la caída del subsidio se irá produciendo en cuotas, de tal modo que no genere un impacto inmediato y concentrado. La medida es consistente con la estrategia de la gradualidad con la que es necesario ir acompañando la buscada pendiente descendente de la inflación.
El conjunto de las políticas que se están implementando de modo simultáneo y coordinado tiene el respaldo de los distintos integrantes de la coalición gubernamental. El ministro de Economía, Sergio Massa, por lo tanto, cuenta con mayor poder político que sus antecesores para llevarlas adelante.
Ello no quiere decir que no haya tensiones y matices. En una coalición convergen distintas fuerzas que tienen denominadores comunes y diferencias. El denominador común que más determinó la confluencia de diversos sectores en el Frente de Todos fue impedir la reelección de Mauricio Macri. En ese marco, la líder de nuestro espacio político tuvo la visión estratégica de que, para imponerse en las elecciones de 2019, se debía ampliar la alianza electoral e incorporar a otros actores que no pensaban exactamente igual a Unidad Ciudadana, la organización conducida por Cristina Fernández de Kirchner.
Por eso, hay tensiones: si no las hubiera no se trataría de una coalición, es decir, de una confluencia de parecidos que mantienen matices entre sí. A mi juicio, tras los intentos recientes de golpes de mercado en un contexto de crisis sucesivas, la gravedad de los hechos hizo que los matices pasaran a un segundo plano y se priorizara el respaldo conjunto a una gestión económica que pudiera sacar al país de la crisis. De ese escenario emerge el nuevo ministro de Economía, un protagonista con mayor peso político que los anteriores en ese cargo.
La Vicepresidenta ha dicho, en uno de sus últimos discursos, que la gravedad de la situación hacía necesario un acuerdo lo más amplio posible entre todas las fuerzas políticas. Ello también explica el rol de Sergio Massa, un buen interlocutor con otros sectores. No hay necesidad de modificar las políticas porque se dialogue. Entonces, si no se alteran cuestiones centrales que tienen que ver con el modelo de crecimiento con distribución que nos comprometimos a llevar adelante, del diálogo con los otros pueden surgir propuestas superadoras.
La pregunta a la que se enfrentan el presidente Alberto Fernández y la coalición gubernamental es: ¿cuál es el margen de negociación con los mercados que no vaya en contra de las necesidades de la ciudadanía? En la respuesta a este interrogante se pone en práctica el arte de la política, de la negociación y de los liderazgos. Como ya dijimos, que se dialogue no implica que se modifiquen las políticas. Por un lado, no deben aplicarse políticas para satisfacer a los mercados que, al mismo tiempo, perjudiquen a los sectores populares. Por otro lado, es necesario implementar algunas iniciativas que den respuestas a algunas demandas de los mercados. Es en ese delicado equilibrio de búsqueda de soluciones donde el gobierno intenta salir de las crisis, no resignando en ningún aspecto el proyecto de crecimiento con mejoras en la distribución y la inclusión social.
Aunque algunos la muestran poco, la recuperación de los indicadores económicos y sociales es una realidad. No alcanza todavía, pero vamos en el camino correcto. Gobernar es también saber conducir la complejidad.