Tiempo Argentino | Opinión
La inflación minorista de marzo alcanzó el 6,7%, cerrando el primer trimestre del año con un 16,1% acumulado. Es un dato que preocupa, fundamentalmente porque impacta de lleno en el ingreso de los hogares, en especial los de menos recursos, que han sido muy golpeados en todos estos años.
En el caso de Educación (23,6%) y Prendas de Vestir y Calzado (10,9%) se registraron los incrementos más fuertes, aunque en ambos casos estuvieron en valores similares a los de marzo de 2021.
Por su parte, el sector de Alimentos y Bebidas no alcohólicas registró un alza mensual del 7,2 por ciento. Es el rubro con mayor incidencia en el índice general y el que tiene más impacto en el presupuesto de los sectores de menores ingresos. Pan y cereales, productos lácteos y carnes y derivados lideraron el aumento, que ya lleva un acumulado del 20,9% en el primer trimestre.
La aceleración inflacionaria respecto de febrero coincide con la existencia de un fenómeno de carácter global, que en gran medida está ocasionado por la escalada de los precios internacionales de las materias primas, que se dispararon en marzo producto de la guerra en Ucrania. En Estados Unidos, por caso, se conoció el dato de inflación de marzo (8,5% interanual), el mayor en 40 años, principalmente influido por el costo del gasoil. En Alemania, marzo registró un 2,5% mensual (excepcional, ya que la inflación anualizada llegó al 7,3%). España tuvo un 3% de inflación mensual en marzo, la mayor suba conocida en 44 años.
Pero recordemos que Argentina es exportador de alimentos y debería estar en condiciones de absorber gran parte del impacto, ya que no ha habido grandes subas en los costos internos de dicha producción. Por eso, ante la pregunta de por qué se aceleraron los precios internos en marzo, la respuesta hay que buscarla en el fenómeno de la puja distributiva.
Lo que ocurre es que hay grandes formadores de precios que están tratando de vender aquí a los valores internacionales y lo que hacen es aumentar su rentabilidad a costa de los bolsillos de los consumidores.
Si bien hay una definición por parte del gobierno de lograr que los salarios le ganen a la inflación, que se viene cumpliendo trabajosamente, queda claro que los salarios no son la locomotora sino un vagón del proceso inflacionario. Las herramientas que apuntan a recomponer el poder adquisitivo de la población, en especial la de menores ingresos, se ven absorbidas por la avidez por ganar de los grupos concentrados. De allí que debe avanzarse en la contención de los precios. Es importante tener políticas de ingresos que intenten recuperar lo perdido, pero no se puede ir continuamente corriendo por detrás. Lo que hay que hacer es tratar de impedir que la recomposición salarial se traslade a precios, si no es un círculo vicioso que se alimenta a sí mismo y termina impactando negativamente en el bolsillo de la gente.
Mi postura es que los “acuerdos de caballeros” no alcanzan por sí solos para resolver el problema de fondo, que es la puja. El Estado debe estar detrás del cumplimiento, regular y hacer uso de las herramientas que tiene a disposición (o creándolas si hiciera falta) para identificar y evitar las subas injustificadas y aplicar punitivos. Todo ello sin dejar de tener en cuenta que no resulta fácil, dados los fuertes intereses que se encuentran detrás de estos comportamientos.
Respecto de los factores subjetivos que terminan incidiendo en la determinación de los precios, no está de más recordar la posición de ciertos analistas económicos que sostienen que los comercios y las empresas remarcan ante un eventual recambio de funcionarios. Este tipo de “expectativas” no son inocuas, ya que los precios suben “por las dudas” pero luego no se ajustan a la realidad, es decir, no bajan.
Fue lo que ocurrió por ejemplo durante gran parte de las negociaciones por la deuda, cuando se decía que los precios seguían al dólar ilegal. Ahora que la brecha cambiaria se viene reduciendo producto de que Argentina ha incorporado reservas por el desembolso que hizo el Fondo Monetario, y no hay vencimientos de la deuda en el mediano plazo, la inflación debería tender a la baja.
Muchas otras variables también indican que la inflación debería ir reduciéndose. Como ejemplo, la evolución del tipo de cambio oficial (que se utiliza para todas las operaciones de comercio exterior, tanto de exportaciones como de importaciones) se depreció en marzo un 20,6% interanual contra una inflación que fue de 55,1 por ciento. En cuanto a la emisión, medida a través de la variación de la base monetaria, creció en el primer trimestre un 7,8%, también por debajo de los precios. Es decir, que si nos guiamos por el enfoque de las múltiples causas que pueden explicar la inflación, debería haber sido significativamente más baja que la que se observa. Si eso no ocurre es porque se generó zozobra para especular y obtener ganancias extraordinarias.
La economía viene creciendo en forma importante, y aún sin utilizar la totalidad de la capacidad instalada en las empresas, con lo cual tampoco se justifican tan elevados aumentos de precios. Se conocieron también en estos días los datos de empleo registrado. El Comité de Evaluación y Monitoreo del Programa de Recuperación Productiva II informó que el nivel de empleo registrado en enero de este año resultó ser “el valor máximo” en los últimos 10 años y que “acompaña la expansión de la producción, la inversión y el consumo de la economía argentina”.
Un caso que conviene analizar es el del sector agroexportador, uno de los más concentrados de nuestra economía. Recientemente la Bolsa de Cereales de Buenos Aires proyectó que la producción de maíz alcanzaría los 49 millones de toneladas, lo que representa una caída de 2 millones de toneladas (-3,9%) respecto de la estimación previa. En tanto, en lo que respecta a soja, por el momento se esperan unos 42 millones de toneladas.
Cabe tener en cuenta que, por los altos precios, las liquidaciones de divisas por exportaciones de cereales y oleaginosas y sus derivados alcanzaron tanto en marzo último como en el acumulado del primer trimestre registros máximos históricos para el sector. En ese sentido, las empresas agroexportadoras liquidaron el mes pasado US$ 2984 millones (+7,6% interanual), mientras que la cifra correspondiente al primer trimestre asciende a US$ 7926 millones (+17,9% interanual).
Esa rentabilidad que se generó en el sector exportador, producto principalmente de las condiciones internacionales en el marco de la guerra (que indudablemente no beneficia por igual a todos los eslabones de la cadena productiva), debería ser administrada por el Estado para que no se traslade a los precios y termine una vez más perjudicando a los consumidores finales. También debería tener un tratamiento adecuado: a ganancias inesperadas, los beneficiarios deberían contribuir con una mayor parte de ellas por la vía fiscal, que es una de las formas más adecuadas para redistribuir los ingresos. Así, la situación internacional que debería impactar en forma positiva en la economía y el bienestar de nuestro país no quedaría circunscripta a un sector, y sería compartida por la mayoría de la ciudadanía.
En apretadísimo resumen, es preciso reducir la inflación y tratar de seguir fortaleciendo el círculo virtuoso de mayor actividad, mayor nivel de empleo y mayor consumo, junto con políticas redistributivas que breguen por lograr una sociedad más justa y equitativa.