Página/12 | Opinión
El Gobierno avanza en la negociación de un acuerdo con el FMI que en lo esencial le permita al país que se siga recuperando, y evitando varios de los condicionamientos usuales que están asociados a los préstamos del organismo.
Se trabaja en encontrar una forma de darle a la Argentina un camino factible de transitar, lo cual no significa que sea fácil y que haya algo para festejar. Ningún país que le adeude dinero al FMI puede hacerlo.
El Financial Times acaba de afirmar que «las raíces de la última crisis son profundas. El gobierno peronista heredó un desastre cuando asumió el cargo en 2019. La economía estaba sumida en la recesión y la montaña de deuda externa acumulada por el anterior presidente, Mauricio Macri, era impagable». Las responsabilidades por lo ocurrido están más que claras.
Acto seguido, el tradicional periódico británico se lamentó al señalar que el acuerdo necesita «condiciones más estrictas». Considerando la fuente, representante del establishment financiero internacional, no deja de ser un reconocimiento de que en las negociaciones viene ganando espacio la postura de poder continuar con el crecimiento inclusivo, condición que en todo momento defendieron las autoridades argentinas.
Entre las condiciones que se discuten, se refinanciarían todos los desembolsos recibidos por el gobierno de Macri, tanto los que se adeudan (la mayor parte), como los que ya se cancelaron al FMI. Esta refinanciación comenzará a pagarse a los cuatro años y medio del acuerdo (es decir, en el segundo semestre de 2026), y terminará diez años después del último desembolso. Con este esquema, se le daría más holgura a las cuentas externas del país.
Pero la deuda con el FMI sigue estando allí y no es otra que lo recibido por el gobierno de Macri. Más de la mitad de ese préstamo record financió la salida de capitales y el resto se utilizó para pagar deuda insostenible contraída poco tiempo atrás.
La meta de déficit fiscal primario sería del 2,5 por ciento en 2022, una baja de medio punto porcentual respecto al resultado de 2021, pasible de alcanzar con una economía en crecimiento, más las mejoras que se esperan realizar en la administración tributaria, entre las que cuales, se podría pensar, en seguir incorporar modificaciones progresivas en impuestos que gravan las grades rentas y patrimonios.
Una mención importante es que no habría saltos devaluatorios, otra gran diferencia con el acuerdo de 2018, que dejaba que «el tipo de cambio flote para que se ajuste plenamente a las condiciones del mercado», como figuraba en el stand by original. También se mantienen las regulaciones sobre la cuenta financiera, lo cual implica que el canal de la especulación y de la salida de capitales siga estrictamente restringido.
Respecto de las reformas estructurales, si bien para el anterior gobierno estas jamás fueron vistas como un problema, dada la confluencia de intereses, no es menor que se haya logrado quitar de la agenda la reforma laboral o la de las jubilaciones, o las privatizaciones. Al mismo tiempo habría incrementos en la inversión y la protección de los programas sociales.
A mediados de 2018 señalé que el gobierno de Mauricio Macri recurría al FMI en busca de la reelección o que, de no suceder tal anhelo, buscaba dejar sumamente condicionado a un gobierno de distinto signo político. Esto es con lo que se ha tenido que lidiar todo este tiempo, con el agravante de que a poco de empezar a transitar se disparó la pandemia de Covid-19.
Por eso una de las primeras decisiones que se tomaron fue declarar (Ley de Solidaridad y Reactivación Productiva) que entre las nueve emergencias estaba la financiera, y que se debían «crear condiciones para asegurar la sostenibilidad de la deuda pública, la que deberá ser compatible con la recuperación de la economía productiva y con la mejora de los indicadores sociales básicos».
No debe sorprender que al interior de la coalición gubernamental surjan diferencias de opinión y matices respecto del acuerdo con el FMI. Si ello ocurre es porque ninguno de los caminos posibles se hubiera elegido a priori en el seno de nuestro espacio, ya que no forma parte de nuestra visión. Son, en cambio, discusiones sobre cómo dar respuesta a las consecuencias de las decisiones de quienes en su momento no tuvieron reparos en hipotecar al país y en volver al FMI. No hay que perder de vista dónde radica el verdadero problema.