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Juntos por el Cambio venía pidiendo mayor diálogo. Pero cuando recibieron la propuesta de un encuentro con los referentes de los bloques en Diputados a través de videoconferencia con el Presidente, comenzaron a plantear una serie de condiciones para concurrir.
El Presidente podría haber contestado: que les vaya bien, yo sigo con los demás, ustedes son los que se marginan. Pero respondió otra cosa: ¿quieren una reunión con ustedes solos? Bien, vengan a una reunión ustedes solos.
¿Quieren que estén presentes los senadores? Bien, que estén presentes. Es decir: puso por encima el objetivo central, que era encontrarse para encauzar el diálogo, y no las pequeñas disputas de poder acerca de quién impone al otro las condiciones de ese encuentro.
Ya en la videoconferencia, hubo una serie de intervenciones de los legisladores de Juntos por el Cambio, y en todas o en la mayoría de ellas insistieron con la necesidad del diálogo y de superar la grieta.
Finalmente, cuando el Presidente cerró el encuentro, les dijo: «No se puede confiar si alguien muere y en un momento se convierte en una víctima de mi vicepresidenta. Es difícil construir confianza desde allí. Y un día me levanto y me atribuyen estas cosas».
¿Cómo se dialoga en esas condiciones? Porque el diálogo no es sólo personas que se hablan. Son personas que se hablan teniéndose un mínimo de respeto entre sí. No es que no haya diferencias entre quienes dialogan: de hecho, el Parlamento es la expresión institucional de las diferencias.
En él se encuentran distintas representaciones de actores económicos, sociales, regionales y culturales de la sociedad. Allí están las fuerzas políticas mayoritarias y también las minoritarias, esas que el lunes fueron tratadas despectivamente por Juntos por el Cambio cuando no aceptó participar junto a ellas en una reunión común con el Presidente.
Ese conjunto de intereses distintos se expresa en una sucesión de debates y el arte del trabajo parlamentario consiste en buscar consensos y, si no se los encuentra, zanjar las diferencias a través del voto construyendo la mayoría.
Porque el criterio del consenso como único mecanismo de acuerdo puede constituirse en una verdadera trampa: ese criterio, el de «si no consensuamos no avanzamos», no es democrático, porque deja permanentemente a la voluntad mayoritaria en una posición de impotencia.
Por otra parte, yo diferenciaría entre opositores y no oficialistas. Hay opositores que están convencidos de que su rol es oponerse y no ayudar a construir desde otra posición. Tienen una posición única: oponerse.
Los segundos, sin ser parte del oficialismo, tienen una vocación por buscar puntos de acuerdo y consensuar: aportan, negocian, buscan incluir en las leyes aspectos no contemplados, piden reformas.
Este proceso de diálogo y aporte crítico entre el oficialismo y los legisladores no oficialistas, en general, termina enriqueciendo el trabajo parlamentario y los proyectos de ley.
En todas las sociedades existen diferencias de distinto tipo y está bien que se manifiesten. Lo que no está bien es que lo hagan rompiendo la convivencia y haciendo muy difícil o imposible el diálogo.
Eso es lo que les dijo el Presidente a los legisladores de Juntos por el Cambio: ustedes reivindican el diálogo pero luego actúan del tal modo que lo hacen inviable. Para dialogar hay que comportarse de tal modo que sea posible dialogar. La actitud del Presidente ha sido un paso en la dirección de un intercambio institucional maduro y fluido.
Pocas horas después de la reunión, aparece una declaración firmada por referentes de Juntos por el Cambio, junto a otros sectores, convocando a una mesa de diálogo nacional. Se trata de un mosaico heterogéneo de organizaciones y personalidades con un único denominador común: la fuerte oposición al proyecto que lideran Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Recuerdan la inspirada frase de Enrique Santos Discépolo en Cambalache: «ves llorar la Biblia junto a un calefón».