Ámbito Financiero | Opinión
La semana pasada un diario especializado en economía recogía la opinión de un gestor de carteras con sede en Londres. Hablaba sobre Brasil, aunque podría tratarse de otro país. El operador se lamenta porque no puede hacer “carry trade” (un mecanismo de especulación con el tipo de cambio y las tasas de interés). Sin importar lo que pase, pareciera que ciertas lógicas no se modifican. Ocurre ahora en tiempos de Covid-19, y ya venía ocurriendo en presencia de otras graves pandemias, como el desempleo o la pobreza. La búsqueda del lucro máximo no sabe de pandemias.
Tomado de forma aislada, el razonamiento sería reprobable desde la ética, pero se transforma en un verdadero problema cuando las prioridades de las políticas públicas se organizan alrededor de este eje de la especulación financiera. Es lo que pasó en la gestión macrista, cuando todo parecía ser válido con tal de agradarle a los mercados, aunque ello implicara un ajuste fiscal y monetario cada vez mayor. No había que esforzarse mucho para saber cuáles iban a ser los resultados.
Todas esas decisiones del pasado impactan con severidad en el presente, por ejemplo, restando recursos que podrían haber estado disponibles y servirían para encarar mejor las exigencias que impone esta pandemia. También repercuten a futuro, en la posibilidad de comenzar a transitar un sendero de desarrollo económico y social.
Hoy la necesidad impone la existencia de un Estado activo, aunque unos pocos sigan pensando aún en el Estado mínimo. Es una de las grandes cuestiones que está instalada en Argentina y en el mundo. La tensión está a flor de piel. De hecho ya pasó en otras crisis de menor envergadura, cuando el Estado tomó una actitud activa, salió al rescate de empresas, y tras haberse atravesado lo peor, la agenda del ajuste fiscal y la desregulación volvió al centro de la escena. Por otro lado, cada vez más se está pensando en ponerle límites a la globalización financiarizada. La forma en que se salde esta cuestión (más Estado versus vuelta a la desregulación) va a sentar un precedente importante.
En una publicación reciente del FMI se concluye que “si el nivel de regulación macroprudencial es bajo, un aumento de la aversión al riesgo en los mercados internacionales o una salida de capital extranjero reducen considerablemente el crecimiento económico en los mercados emergentes”. Es un ejemplo de conclusiones que se saben desde hace tiempo, aunque el organismo internacional no las reconocía, y a nivel mundial se ha hecho muy poco para encararlas. Las herramientas también deben incluir los necesarios controles de capital, que deberán adecuarse a los requerimientos que, en países como Argentina, impone la restricción externa. Las regulaciones financieras deben incluir una nueva Ley de Servicios Financieros, que reemplace a la originada durante la última dictadura.
También hay una gran asignatura pendiente, que es terminar con las guaridas fiscales, para que las naciones se queden con los recursos originados en sus territorios. Son debates a escala global que repercuten de lleno en los países más chicos, o menos desarrollados, y amplifican las desigualdades de base. De hecho, los países más ricos son los que más recursos han podido destinar a minimizar los impactos de la pandemia. En el caso de las naciones en desarrollo, el hecho de que no se estén pudiendo destinar más recursos a este objetivo es precisamente una muestra de que sus ingresos deben ser fortalecidos, no debilitados.
Por eso, el otro gran debate sobre el que habrá que avanzar en Argentina es el de la reforma del sistema impositivo. Por empezar, quienes se enfocan en la idea de bajar la —mal denominada— carga tributaria, piensan en un Estado desfinanciado, que no da ninguna respuesta a las problemáticas de la sociedad. Un enfoque que no sirve a la mayoría de la ciudadanía. El Presidente fue concreto al señalar: “cuando vemos la recaudación impositiva y vemos que la mayor parte son impuestos al consumo, que pagan por igual el más pobre y el más rico, uno dice: ¡qué injusticia!”. Además, mencionó que es preciso conseguir una mejor distribución de la riqueza. Son cuestiones que comparto y vengo sosteniendo desde siempre, imprescindibles para empezar a transitar hacia una sociedad más justa y solidaria. Ése debe ser el horizonte.