Página/12 | Opinión
En ciertas noticias publicadas esta semana se podía leer que algunos supermercados y mayoristas estaban recibiendo nuevas listas con aumentos de precios por parte de la industria de alimentos, que en el caso de rubros como las harinas y los aceites llegaban al 10 por ciento. En este marco, cabe preguntarse por los motivos de tal conducta.
Desde mi perspectiva, esto obedece a comportamientos vinculados a la puja distributiva. Es que, a pesar de la pandemia sanitaria, no dejan de observarse los rastros de la otra pandemia, una más permanente, que es la de la especulación de ciertos sectores para mejorar sus márgenes o ingresos.
¿Por qué algunos precios están subiendo cuando deberían estabilizarse e incluso bajar? En lo concreto, no existen hoy presiones por el lado de los costos. Empezando por los salarios, no hay reclamos de aumentos e incluso hay algunos sectores o empresas que aplican, o intentan aplicar, reducciones. Hay también moratorias impositivas, tasas de interés a la baja, combustibles y servicios públicos congelados. Los fletes no han aumentado. Entonces ¿por qué hay aumentos de precios?
Por su parte, uno de los grandes factores de presión que suele haber sobre los precios, el tipo de cambio mayorista, se encuentra estable en torno a los 66 pesos, y el minorista en 68 pesos. No obstante, algunos operadores y comunicadores siguen tratando de instalar como referencia valores del dólar que nada tienen ver con el funcionamiento de la economía real.
Un buen ejemplo es el de un conocido empresario de la industria automotriz que se preguntó: “¿Cuánto vale un dólar?”, aduciendo que si se desea obtener un dólar se paga 100 pesos (por supuesto, en el mercado ilegal) y sosteniendo que nadie vendería un dólar al valor oficial. E interpeló: “¿Qué estamos haciendo, qué distorsiones estamos creando en la economía con estos valores raros?”. Claro que, para este empresario, que siempre ve el tipo de cambio atrasado, la distorsión es la del dólar oficial.
Son conceptos que en principio no parecen tener en cuenta el contexto nacional y global que se atraviesa. Así y todo, el razonamiento de fondo es que hay un dólar de mercado que valdría 100 pesos, muy lejos del dólar oficial, y que por eso suben los precios. Es una falacia absoluta. No hay ningún costo que esté influido por aquel supuesto valor de mercado. Entonces, se busca instalar una discusión falsa para decir que el tipo de cambio real está atrasado, que se necesita una devaluación, y además, para justificar aumentos de precios.
En el caso de la industria de alimentos también se puede aplicar este razonamiento. Los exportadores, por ejemplo, venden y reciben del Banco Central pesos al cambio oficial. Tratar de tener ingresos por encima de la paridad exportadora, utilizando para ello un dólar alternativo, es una expresión de la puja por apropiarse de ingresos del resto de los sectores y la población, algo que siempre es cuestionable, pero que es aún más grave en tiempos de emergencia como el actual.
Hay que decirlo nuevamente. La operatoria de “contado con liquidación” (CCL) que consiste en comprar un activo financiero en pesos en el mercado local y venderlo en dólares en el exterior, es “legal” (aunque a mi entender, ilegítima), y no es representativa de las transacciones de la economía real y las financieras vinculadas a ésta.
El CCL maneja volúmenes muy bajos y su precio refleja una especulación que se expresa en una volatilidad extrema. Desde fines del año pasado el “contado con liqui” evidencia una suba exagerada, y ha estado muy influido por las presiones en el marco de la reestructuración de la deuda.
Esta situación determinó que, en la semana, tanto el Banco Central como la Comisión Nacional de Valores tomen medidas para restringir la utilización de estos instrumentos. Por ejemplo, poner límites a la tenencia de moneda extranjera en los Fondos Comunes de Inversión denominados en pesos, o prohibir las operaciones de caución bursátil en los bancos, entre otras.
No hay dudas de que la única distorsión que tratan de salvar ciertos sectores concentrados es la de sus potenciales menores ganancias. Por eso, ningún análisis serio de precios debe basarse en un valor altamente volátil como parámetro de competitividad. Es una conducta que podría calificarse de mezquina y antisocial, en especial en estos tiempos de pandemia.