Página/12 | Opinión
El gobierno de Mauricio Macri contrajo una deuda que, en las condiciones en que fue tomada, es imposible pagar. En los últimos cuatro años, el peso de ese endeudamiento se duplicó y sus intereses se multiplicaron por cuatro con relación al PBI. Además, no se trata de una sino de tres deudas en simultáneo: la emitida por el Gobierno nacional bajo ley argentina, la emitida bajo ley extranjera —sobre la que esta semana el Senado aprobó la delegación de facultades al ministro de Economía para que lleve adelante las negociaciones— y, por último, la que se contrajo con el Fondo Monetario Internacional y el Club de París.
La estrategia para negociar esta última deuda explica el reciente periplo europeo del Presidente Alberto Fernández y sus reuniones con Ángela Merkel, Pedro Sánchez, Giuseppe Conte y Emmanuel Macron, entre otros. En esos encuentros, el gobierno argentino ha buscado adhesiones a su propuesta de renegociación de la deuda. En lo referido al Fondo, cada uno de esos países forma parte del directorio del organismo y su peso en la votación depende de su participación en los aportes de capital. Es decir: el gobierno argentino negocia por un lado con la directora del FMI y su equipo y, por el otro, busca apoyos en los países que integran la dirección del organismo, para que en el momento de la presentación de la propuesta exista la mayor predisposición posible en su tratamiento.
En esta perspectiva, el Presidente argentino ha obtenido muy buenos resultados en su recorrido europeo. El mandatario francés le ha dicho que estará “junto a la Argentina” y que se movilizará ante el Fondo Monetario Internacional y otros socios “para ayudar a la Argentina a recuperar el camino del crecimiento”. Algo similar ocurrió en España, Italia y Alemania. El presidente español manifestó su solidaridad con el gobierno de nuestro país “para superar la difícil situación económica y social” y le brindó su “respaldo en el proceso de renegociación de la deuda”. En una línea similar se manifestaron el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, y la canciller alemana, Ángela Merkel.
Por otro lado, en su presentación de las cartas credenciales como nuevo embajador en Washington, Jorge Argüello mantuvo un breve diálogo con el Presidente de los Estados Unidos. Ante el pedido explícito de apoyo en el proceso de renegociación de la deuda, Trump le respondió: “Dígale al presidente Fernández que cuenta conmigo”.
En paralelo, en el Vaticano, se realizó la Conferencia sobre “Nuevas Formas de Solidaridad, Inclusión e Integración” de la que participaron, entre otros, el ministro de Economía argentino, Martín Guzmán; Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI; Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía; y el Papa Francisco, quien intervino con un trascendente discurso. Todas las exposiciones respondieron a lo que parece ser una nueva corriente de opinión global basada en las fuertes críticas al capitalismo financiero internacional y al alto grado de concentración de la riqueza en el mundo. Sobre esta corriente de opinión mundial es donde el gobierno argentino intenta colocar la discusión de la deuda argentina.
Guzmán, por ejemplo, señaló que “la austeridad fiscal en una situación de deuda insostenible no funciona, por el contrario, hace la situación peor”.
Mientras, Stiglitz afirmó que el actual capitalismo “debe ser reformado”. “El capitalismo está en crisis. El fundamentalismo de mercado, la agenda neoliberal, ha dominado por cuatro décadas y ha fracasado”, sostuvo.
Incluso la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, declaró que estamos ante un capitalismo que “hoy está haciendo más mal que bien en el mundo”.
En esa misma línea, la intervención del Papa Francisco fue de una gran contundencia: “El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor. Según informes oficiales, el ingreso mundial este año será de casi 12 mil dólares per cápita, sin embargo, cientos de millones de personas aún están sumidas en la pobreza extrema (…). Se calcula que aproximadamente 5 millones de niños menores de cinco años este año morirán a causa de la pobreza. Otros 260 millones carecerán de educación debido a falta de recursos, las guerras y las migraciones”.
Luego agregó: “El principal mensaje de esperanza que quiero compartir con ustedes es precisamente que se trata de problemas solucionables y no de ausencias de recursos”. “Cada año, cientos de miles de millones de dólares que deberían pagarse en impuestos para financiar la atención médica y la educación se acumulan en cuentas en paraísos fiscales impidiendo así la posibilidad del desarrollo digno y sostenido de todos los actores sociales”.
Finalmente, llamó a “ayudar a los países en desarrollo a lograr la sostenibilidad de la deuda a largo plazo a través de políticas coordinadas destinadas a fomentar el financiamiento de la deuda, el alivio de la deuda y la reestructuración de la deuda, según corresponda (…)”.
En su disertación ante el Instituto de Sciences Po de París, el Presidente argentino afirmó que “la desigualdad es el principal problema de América Latina” y advirtió que no es una cuestión de “ideologías sino que se trata de un problema ético que tenemos como sociedad”. Dijo, además, que “Macri profundizó los problemas que había y creo más. La deuda en la Argentina es insostenible e imposible de pagar en estos términos y por eso estamos iniciando un proceso de conversación y discusión con el FMI”.
Argentina ya fue protagonista en las Naciones Unidas, hace unos años, liderando el debate sobre el derecho soberano de los países a reestructurar sus deudas. Los discursos del Presidente Fernández y el ministro de Economía Guzmán, en sintonía con el Papa Francisco y con académicos de la talla de Joseph Stiglitz, entre otros, vuelven sobre ese camino. No se trata de la inserción acrítica en el capitalismo financiero global, como proponía el gobierno anterior.
La disyuntiva no es entre estar o no estar en el mundo, sino entre estar de modo acrítico o intervenir en él de modo transformador.