Página/12 | Opinión
Hace años que sucede: cuando las políticas neoliberales se desmoronan sus impulsores intentan salvar al modelo que las contiene para poder reutilizarlo en el futuro. Por eso sostienen que las crisis argentinas no son el resultado inevitable del proyecto de ajuste sino la consecuencia de que ese proyecto no se aplicó a fondo. “La receta era la adecuada, pero la dosis fue insuficiente”, dijo alguna vez el FMI. Entonces, aducen que hubo errores y que hubo fallas. Pero, agregan, éstas no fueron consecuencia de las medidas elegidas sino de la falta de profundidad en su aplicación. No es el modelo. Son sus ejecutores. Por eso, los resultados electorales adversos ponen fin a la gestión neoliberal pero no necesariamente a su proyecto de país. Éste, para los sectores del establishment, mantiene su vigencia en la esperanza de que los próximos gobernantes lo implementen a fondo.
En esta línea puede leerse la ofensiva desatada sobre el futuro gobierno de Alberto Fernández buscando que se alinee con la política de los Estados Unidos e implemente el proyecto que ya viene llevando adelante el gobierno de Juntos para el Cambio. Una nota en el Cronista Comercial titulada “Eurnekian le pide a Fernández que apueste por los EEUU” dice: “Días atrás, Paolo Rocca de Techint señalaba que China era una «amenaza», que la relación con los EEUU se va a «complicar» y en esto «vamos a tener que decidir en dónde estamos». Luego el texto agrega: “Eduardo Eurnekian, uno de los hombres más ricos de la Argentina, habló con la agencia Bloomberg y le recomendó a Alberto Fernández que no se apoye en China para obtener apoyo financiero sino que se quede con los EEUU. «Darle la espalda a Estados Unidos nuevamente y buscar una alianza con China para obtener fondos sería un gran error», dijo Eurnekian. «El próximo presidente argentino debería entender que no hay otro camino hacia el crecimiento que abrazar el liberalismo al estilo estadounidense, basado en principios que generan progreso y prosperidad», finalizó.
Por su parte, Carlos Pagni en su nota en La Nación titulada “Alberto Fernández, ante un mundo hostil y reacio a prestar dinero”, luego de referirse a una serie de decisiones del Brasil de Bolsonaro y su ministro de Hacienda, Paulo Guedes, afirmó: “A la luz de estos conflictos y dificultades determinantes para las necesidades financieras del próximo gobierno, hay tres designaciones que, en el caso de Fernández, son cruciales: la del canciller y la de los embajadores en Washington y en Brasilia. Aunque Fernández insista, como viene haciendo con sus interlocutores extranjeros, en que su gestión será peronista, no kirchnerista, esos tres funcionarios tendrán mucho que explicar.”
Es decir, en el marco de una fuerte acción orientada a comprometer al próximo gobierno a que repita las políticas que ya se vienen implementando, le dicen que si hace otra cosa le va a ir mal y que va a tener muchos problemas. Sostienen: para la campaña, y por lo tanto para ganar, pueden decir lo que les parezca. Pero, luego, para gobernar la situación cambia: allí hay que recurrir al único modelo posible, que esta vez sí hay que llevar a fondo e implementar con eficacia. Puede haber otros discursos. Pero no puede haber otra política. Continúa habiendo un único camino.
Por eso, hay que decirlo todas las veces que sea necesario: en las PASO hubo una mayoría que votó otro modelo de país. No votó sólo a otra persona. Votó otro proyecto. Y, por supuesto, no estamos proponiendo nada extraño. Con relación a EEUU alcanza con lo que dice el candidato a Presidente por el Frente de Todos: “con Estados Unidos hay que tener relaciones maduras”. Es decir, relaciones en las que prime el interés nacional y no comportamientos de subordinación.
Seguramente, de acá al 10 de diciembre continuará la ofensiva para que Fernández y su equipo hagan lo que el establishment quiere y no lo que expresó una mayoría en las urnas. El sentimiento generalizado de la ciudadanía o de los mandantes, que son quienes le dan el poder al mandatario, ha coincidido con el sentido de las propuestas de Alberto Fernández: poner dinero en el bolsillo de los argentinos, reactivar el mercado interno, proteger a las pymes y a las economías regionales, revalorizar a la ciencia y la tecnología, entre muchas otras políticas contrarias a las aplicadas por Mauricio Macri. Ése es el mandato: cambiar el modelo. Por eso, es claro: el mandatario debe cumplir con ese sentido del voto y la ciudadanía tiene el derecho a exigir que el mismo se cumpla. No hay dudas de que el candidato del Frente de Todos está comprometido con el cambio del modelo. Pero tampoco hay dudas de que los sectores concentrados de la economía pondrán toda la presión que puedan para intentar que el nuevo gobierno continúe, en líneas generales, en el “camino único”.
¿Cuánto se va a cambiar? En primera instancia, lo que se pacte dentro del Acuerdo Económico y Social convocado por el nuevo gobierno. Seguramente, en ese Acuerdo ningún sector se llevará el ciento por ciento de lo que pretende. El Acuerdo será el resultado de una negociación que se plasmará luego en lo que Cristina Fernández de Kirchner llamó contrato: la expresión de lo acordado en un cuerpo de leyes que lo explicite. Hemos dicho: el límite es Macri y lo que éste representa. Por eso, no se trata de cambiar al gobernante para aplicar el mismo proyecto. Esto es lo que intentan ahora los sectores del establishment. Para nosotros el punto de partida es muy diferente: hay un cambio de modelo votado por una mayoría en las PASO que, como todo parece indicar, repetirá y ampliará ese voto en las elecciones de octubre. A partir de allí, habrá un llamado a múltiples sectores de la sociedad para acordar cómo será ese cambio, con qué ritmos y con qué prioridades. Hay que descartar la posibilidad de continuar por el “único camino”. Porque hay una mayoría que ya eligió —y seguramente volverá a elegir en octubre— otro proyecto.
En síntesis: el Acuerdo Económico y Social es un instrumento para acordar cómo se implementará un cambio de modelo ya expresado en las urnas. Se trata de diseñar un gobierno inteligente que avance hacia la dirección que queremos con la gradualidad que la relación de fuerza permita. Podemos ir despacio. Lo que no podemos es poner en riesgo el rumbo.