Página/12 | Opinión
La tercera revisión técnica del FMI dejó mucha tela por cortar; no sólo por los pedidos de “una mayor restricción en el gasto gubernamental”, que no se apacigua con el exiguo permiso de incrementar el gasto social (0,1 por ciento del PIB). El jefe de la misión, Roberto Cardarelli, definió con claridad: “Elogiamos los esfuerzos de políticas de las autoridades y la firme determinación de abordar los desequilibrios macroeconómicos y promover su plan de estabilización económica”. Ninguna mención al sacrificio infructuoso que se le está pidiendo a la ciudadanía.
Según el funcionario: “La inflación mensual sigue siendo alta y romper la inercia inflacionaria será un proceso largo que requerirá persistencia y coherencia en el enfoque cauteloso del Banco Central para la fijación de objetivos de base monetaria”. Paradójicamente, es el mismo FMI que el 11 de diciembre, en la segunda revisión técnica saludaba la estrategia antiinflacionaria: “La política monetaria está bien engranada para bajar la inflación y las expectativas inflacionarias”. Es también el mismo que sistemáticamente falla en sus pronósticos, aquí y en todas partes donde interviene. Pero no lo hace por impericia, sino por la necesidad que tiene de presentar un futuro promisorio que sirva de base para la implementación de su recetario neoliberal. Como sostengo habitualmente, estas políticas solo pueden prometer futuro porque nunca pueden demostrar presente.
Por eso se vuelve a insistir con el enfoque monetarista y se elogia la decisión de extender hasta noviembre el congelamiento de la base monetaria. Pero con las cifras altas de inflación mensuales, el congelamiento de la emisión neta de billetes implica un fuerte empujón al alza de las tasas de interés. Este altísimo nivel de tasas completa el programa monetario, perjudicando a las familias y a las empresas, en particular a las Pymes, y a partir de allí agravando los daños en términos de empleo.
En materia cambiaria, Cardarelli sostiene que “se apoya el plan del gobierno para realizar subastas de divisas diarias transparentes y anunciadas previamente (de 60 millones de dólares por día que comienzan a mediados de abril) para satisfacer las necesidades de gasto fiscal del gobierno federal de 9600 millones de dólares”. En su objetivo de apoyar el intento de continuidad del gobierno, el FMI recurre a dosis de pragmatismo sustanciales, en este caso permitiendo el uso de un esquema prefijado de intervención que va en contra de su ideario de flotación cambiaria, algo que no conviene divulgar.
Por eso el ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, afirmó que con estas licitaciones habrá “una influencia sobre el mercado cambiario, pero el objetivo de esta operación no es alterar el tipo de cambio (…), es hacernos de pesos”. Si esto fuera así resta responder un par de puntos. Primero, ¿para qué hacen falta estos pesos si, como dicen las autoridades, el país terminaría el año sin déficit fiscal primario?
Segundo, en caso de hacer frente a los intereses en dólares, ¿cuál es la necesidad de pasar por el mercado cambiario?
En definitiva, todo indica que las subastas entregarán los dólares necesarios para que la fuga de capitales se lleve a cabo. De hecho, los fondos para las subastas alcanzarían hasta fines de noviembre, apenas después de una posible segunda vuelta (24 de noviembre). Cualquier presunción de apoyo político del FMI estará en lo cierto.
Este gobierno construyó un terreno minado como consecuencia de las políticas que diseña e implementa junto al Fondo. Por eso, será necesario renegociar las condiciones de un programa que estuvo viciado desde el principio, a tal punto que el FMI entregó fondos a pesar de que su propio staff técnico afirmaba que “la deuda es sustentable, pero con una no muy alta probabilidad”. Peor que mala praxis.
Es imprescindible retomar la senda del crecimiento, basado en la defensa del salario, el empleo y el mercado interno; y recuperar los principales resortes regulatorios del Estado, dejando de lado las actividades especulativas en beneficio de la producción nacional. Para lograrlo, hay que cambiar de modelo.