Ambito Financiero | Opinión
En paralelo, con la recesión también se apunta hacia el maltrecho objetivo de contener la inflación, aunque la evolución reciente de los precios hace pensar que es un largo sendero de caída lo que se tiene por delante.
A los fines comparativos, los países que tratan de proteger el mercado interno y el empleo buscan reemplazar la producción externa con producción local. Intentan generar capacidades propias para ir sorteando los típicos cuellos de botella que genera el crecimiento económico, dada la necesidad de contar inicialmente con insumos y bienes de capital importados.
Ningún país de los hoy en día denominados “desarrollados” consiguió ese estatus sin haber recurrido en un primer momento a medidas de protección comercial, o sin brindar apoyo a sus productores. Ninguna de esas naciones consiguió sortear sus problemas sin un Estado activo que regule las principales variables económicas, incluyendo la protección del salario.
En cambio, bajo la órbita de modelos económicos como el que hoy aplica Argentina, la cuestión es bien distinta. La desregulación es completa y se le entrega al mercado el rol de asignar los recursos (“Estado mínimo”). Aquí la única sustitución que existe es la de una economía basada en la producción por otra donde lo que prevalece es la especulación. Se trata de una economía donde la industria y el valor agregado no son prioridad, el achicamiento del mercado interno es norma, y en la que a lo sumo se apuesta a los dólares del agro (aunque igualmente no hay obligatoriedad de liquidarlos).
A pesar de que son dos sustituciones bien distintas, hay un denominador común: la restricción externa. Ante ello, en el primer caso se busca dejar de depender de los dólares, que el país no emite. En el otro, prevalecen las facilidades para el endeudamiento público y los pedidos de ajuste primario (principalmente social). Los intereses crecen exponencialmente y junto a ellos la deuda externa, maniatando el margen de acción de futuros gobiernos.
Los últimos datos de la industria son un ejemplo más de las consecuencias de la sustitución macrista. La semana pasada se conocieron los datos de utilización de la capacidad instalada de la industria. En enero la ocupación alcanzó el 56,2% promedio, por debajo del 61,6% de un año atrás, marcando nuevos mínimos desde la crisis de 2002. Las bajas fueron prácticamente generalizadas en todos los rubros. Consecuencias de un mercado interno que languidece.
Esta dinámica industrial se dio incluso en un año de fuerte suba del tipo de cambio, lo que deja en claro que la devaluación es una extraordinaria herramienta para transferir ingresos, pero que por sí sola no mejora la producción de la industria. El sector automotriz, en particular, mostró una utilización del 15,7% (o un 84,3% de ociosidad) un número que preocupa por donde se lo mire: los recortes y suspensiones de personal indican que no se trata de un dato aislado.
En este contexto, el Presidente volvió a su idea del Estado “canchero” y dijo: “En esta Argentina que está creciendo y hay mucho debate, no se entiende que poner un impuesto todo los días en vez de bajar un gasto nos corta las piernas”. Una nueva ratificación del ajuste y del achicamiento del Estado que se pretende. Es tiempo de elecciones: el país necesita una “sustitución” de modelo.