Ámbito Financiero | Opinión
Por Carlos Heller
El programa acordado con el FMI contiene todos los componentes esperados. El fuerte ajuste fiscal, la suba de la tasa de interés, la flotación (con depreciación) del tipo de cambio, entre otros, no causan gran sorpresa. La realidad ha probado que el FMI y el Gobierno comparten la misma plataforma económica.
Lo que sí es novedoso es el reconocimiento -por adelantado- de los riesgos que involucra el programa. En el reporte que presentó días atrás el área técnica del FMI se señala que «bajo el escenario base el staff evalúa que la deuda es sustentable, pero (aclara) con una no muy alta probabilidad». En este marco, se afirma en un pasaje que «la propuesta de consolidación fiscal es ambiciosa con relación a otros países en situaciones similares». A mayores dosis de ajuste mayores serán los impactos en el conjunto de la sociedad.
De no darse el escenario base, las proyecciones indican que la deuda pública externa podría cerrar el año en el 36,8% del PIB y llegar al 55,3% del PIB en 2026. Sin embargo, en 2015 ese coeficiente llegaba al 17,6%, una diferencia abismal que muestra la dimensión de la hipoteca («herencia») que dejará el actual Gobierno.
Cabe recordar que en el Memorando de Entendimiento los funcionarios argentinos sostenían que el objetivo principal del mismo era «restaurar la confianza del mercado a través de políticas macroeconómicas que disminuyan las necesidades de financiamiento del Gobierno nacional y pongan nuestra deuda pública en un firme sendero descendente». Si con este programa resultará difícil alcanzar el objetivo, cabe preguntarse -en clave retórica- para qué se recurrió al préstamo del Fondo Monetario Internacional.
El documento del staff señala que «dada la elevada proporción de deuda denominada en moneda extranjera, un shock sobre el tipo de cambio representa una importante vulnerabilidad». Sin embargo, sorprende que consideren una situación de estrés en la que se calcula un traspaso a precios de una cuarta parte de la devaluación. Esta proporción no sólo minimiza el impacto inflacionario, sino que desconoce el fuerte traslado del valor del dólar a precios que se viene produciendo en la economía argentina. En otro pasaje, el mismo organismo que exige disminuir la inflación cueste lo que cueste, señala: «Se espera que la inflación continúe erosionando el valor real de la deuda de largo plazo denominada en pesos, favoreciendo la dinámica de la deuda». La afirmación habla por sí sola. Naturalmente, el FMI omite mencionar que la verdadera licuación ocurre en el plano de los salarios, en un contexto de fuerte cambio de precios relativos.
Otra señal que entrega el documento se vincula a uno de los supuestos más importantes que contempla el programa: la evolución del nivel de actividad. De resultar un menor crecimiento empeorará el indicador de deuda/PIB y mayor será el ajuste que requerirán. En este sentido, el escenario base contempla un crecimiento del PIB del 0,4% para 2018 y el escenario adverso una caída del 1,3%. Cabe recordar la manifiesta mala praxis que cometió el FMI en la periferia europea tras la gran crisis financiera internacional. En aquel momento subestimó fuertemente el impacto del ajuste en el nivel de actividad (multiplicador fiscal), llevando a una mayor recesión económica. Los hechos vuelven a mostrar que el FMI sigue siendo el mismo de siempre.
A pesar de los «sustanciales riesgos que enfrenta el programa» (según el FMI), la Argentina pasó a ser el mayor deudor del organismo, por encima de la propia Grecia. En el texto se afirma que el acuerdo propuesto «impacta en la liquidez del FMI». También que «la firme implementación del programa será crítica (…)», así como lo es «asegurar la política del programa». Sin duda estaremos rigurosamente monitoreados.
Los resultados de todas estas políticas ya se están sintiendo con fuerza. El programa del Gobierno debe ser enérgicamente rechazado, antes de que continúe lacerando al conjunto de la ciudadanía y de que se siga hipotecando nuestro futuro y el de las generaciones venideras.