Página/12 | Opinión
La historia ha sido y es un combate de fondo entre el Mercado y el Estado. Porque a las reglas del juego las impone uno o las establece el otro. En el primer caso, domina la política de las grandes corporaciones económicas. En el segundo, el interés de los trabajadores, los pequeños y medianos productores de la ciudad y el campo, los clubes, las entidades de la economía social, las cooperativas y, en definitiva, la mayor parte de la ciudadanía. En un caso hay desregulación, es decir, libre decisión de los más fuertes. En el otro hay regulación, es decir, limitaciones estatales al accionar corporativo de esos actores poderosos. Hoy atravesamos tiempos de Mercado.
Por eso, el gobierno no está demasiado preocupado porque el dólar haya trepado a 28 pesos. El Presidente y sus ministros han dejado que “el Mercado” lo mueva libremente. No hay errores. Hay política: la que ellos han decidido aplicar.
El gobierno permite que el Mercado haga su trabajo. Sólo cuando se genera la sensación de falta de control toma medidas. Pero la reposición de “la estabilidad” no es una vuelta al punto de partida: es con un dólar a 28 pesos. Lo que se produce entre la inestabilidad y la vuelta a la estabilidad es el movimiento de una política.
Lo dijo claramente el nuevo Presidente del Banco Central, Luis Caputo: “Nuestro objetivo es que el mercado funcione normalmente. Si empieza a verse una disrupción importante, entonces se corrige”.
Primero se desregula: por ejemplo, se le sacan a los exportadores los plazos para liquidar divisas. Es decir: se libera al “Mercado” para que actúe sin restricciones. Durante 2016, el gobierno fue prorrogando ese tiempo desde los 30 días iniciales hasta su total desregulación: hoy ya no tienen obligación de cumplir ningún plazo. Pero, como el gobierno necesita divisas, ahora negocia con los exportadores para que liquiden.
Son dos movimientos complementarios: desregulan, producen mejores condiciones para la acumulación de los actores más fuertes de la economía, y luego, en una segunda instancia, ante la carencia de regulaciones, amenazan con reponerlas para forzar algún tipo de respuesta. La inestabilidad y la estabilización integran una política única.
Se calcula que en la actualidad hay 14 millones de toneladas de oleaginosas guardadas en silos. Es probable que, además, sean propiedad de los grandes exportadores que compraron con un dólar a 18 y que van a vender con otro a 28. No hay dudas: la desregulación le permitirá a estos sectores una ganancia extraordinaria.
Por eso, la ausencia de límites estatales aumenta el poder de negociación de esos actores económicos. Porque cuando el gobierno busca un punto de equilibrio, y negocia la liquidación de parte de esas exportaciones, ellos le piden que continúe con el programa de rebaja de las retenciones. La desregulación modifica la relación de fuerzas a favor de las grandes corporaciones económicas. La regulación, en cambio, tiende a concentrar en el Estado más poder para llevar adelante medidas que favorezcan a los sectores populares. Si los exportadores tuvieran un tiempo obligatorio para liquidar sus divisas tendrían menos poder ante el gobierno.
De todos modos, se trata de negociaciones con objetivos sólo muy parcialmente contradictorios: ambos, gobierno y grandes actores económicos, coinciden en que éstos últimos acumulen la mayor cantidad de ganancias posibles; pero, en ese proceso se producen crisis e inestabilidades, y entonces acuerdan algunas correcciones para que el esquema no termine mal. ¿Por qué van a querer que el modelo se desbarranque si les garantiza altísimas ganancias?
Es decir, el gobierno sabe que en algún punto tiene que regular. Pero se trata de un punto diferido para que, mientras tanto, la inestabilidad haga su trabajo y produzca los resultados buscados. Entre estos últimos, la modificación del tipo de cambio para mejorar el déficit de la balanza comercial, tanto facilitando las exportaciones como haciendo menos atractivos los valores de las importaciones. Los resultados conocidos del mes de mayo acentúan ese problema: las exportaciones cayeron un 6 por ciento interanual y el déficit de balanza comercial llegó a 1285 millones de dólares.
En esa perspectiva aparece otro factor: el alto porcentaje de componentes importados que tienen la mayoría de los productos que se fabrican o consumen en la Argentina. Por ejemplo, entre seis y siete piezas de los autos fabricados en el país son extranjeras. Éstas entran al valor del dólar actual convertido a pesos y, por lo tanto, impactan sobre los precios finales. Pero no sólo se trata de estos componentes importados. También están los alimentos que el país exporta, que tienen un precio en dólares porque no hay ninguna regulación que establezca una diferencia entre el valor para exportar y el valor para el mercado interno. Es claro: si se devalúa se producen aumentos y a éstos los pagamos todos.
Por eso, estas medidas que afectan ala mayoría de los habitantes de este país no son producto de los errores del gobierno. Son consecuencia de sus políticas. Luego, pueden tener mayor o menor pericia para implementarlas.
Las crisis o las inestabilidades son endógenas a las políticas que se aplican. Y, además, sirvieron para conducir al país hacia el FMI.
La crisis cambiaria “es lo mejor que nos pudo haber pasado”, afirmó el flamante Presidente del Banco Central. Y agregó: “En el corto plazo estas cosas tienen costo pero yo creo que en el mediano y largo plazo no hay mal que por bien no venga. Esto nos obligó a ir a pedir el crédito al FMI y esto da mucha mayor certidumbre.”
Las políticas acordadas con el Fondo se desplegarían más allá de 2019. Buscan condicionar a un futuro gobierno. El discurso ya fue esbozado: dirán que se hizo buena parte del esfuerzo, que falta poco, que le demos continuidad a lo ya realizado. Para ello, necesitan un sistema político con dos propuestas muy parecidas entre sí, con diferencias de matices, que se enfrenten en un ballotage, pero que a la hora de gobernar apliquen más o menos las mismas iniciativas.
Lo dijo el ministro Nicolás Dujovne: “Quienes invierten en el país y toman decisiones todos los días no sólo están mirando el comportamiento del oficialismo, miran también el comportamiento de la oposición. La Argentina necesita recuperar al menos una parte de la oposición como un componente que aporte responsabilidad a la tarea que tenemos que hacer todos juntos.”
Dujovne se refiere a un oficialismo y una oposición que deberían expresar, con matices, a los “mercados”, a la desregulación y a los actores económicos que se benefician con ella.
En paralelo, hay un amplio espacio para la oposición que se propone reponer el rol regulador del Estado y que busca expresar los intereses de vastos sectores que hoy sufren las consecuencias de una política que empeora sus condiciones de vida.