Añorando al FMI

Tiempo Argentino | Opinión

Por Carlos Heller

Dijo Miguel Ángel Broda: «Hay que hacer un acuerdo con el FMI de contingencia… porque si ocurre una eventualidad, estamos al aire libre y sin paraguas». En una entrevista con Ámbito Financiero (02.02.18) justifica la asistencia del Fondo: «si el mundo cambia, no vamos a tener que ajustar el cinturón de golpe». Esta observación es una gran falacia, porque la primera condicionalidad del Fondo es realizar el ajuste fiscal en todo momento, especialmente si se enfrenta una situación de tensión externa.

Si bien la actual configuración de la economía argentina, con los elevados déficits de Cuenta Corriente (que se espera se profundicen más), es altamente preocupante, cada vez que se acudió al FMI los resultados fueron peores: se terminó con más endeudamiento y más déficit externo. Creo que el objetivo de Broda es instalar, como ya lo han hecho otros economistas, la idea de la conveniencia de acudir al Fondo. Una idea que no cae mal en el gobierno, que ya está aplicando las sugerencias de ese organismo internacional sin obligación alguna, porque coinciden con sus enfoques de cómo debe manejarse la economía argentina: el recorte en la actualización de las jubilaciones y asignaciones es una prueba de ello.

Hay que oponerse enfáticamente a este planteo: para Argentina, acudir al FMI sería una enorme pérdida de soberanía, muy difícil de recuperar.

El peso del ajuste

La ralentización de la actividad económica en los últimos meses es una muestra más de los límites del crecimiento, en un contexto de reducción del gasto público, aumento de los despidos, deterioro del ingreso de los asalariados (en especial en los últimos meses del año pasado) e importaciones en franco aumento.

El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) del Indec, anticipador del PBI, indicó para noviembre de 2017 un aumento acumulado del 3,0% respecto al mismo período de 2016, que apenas compensa el nivel obtenido en 2015. Más allá de esta medición interanual, el impulso parece haber menguado en los últimos meses: desde julio a noviembre el incremento acumulado de la actividad fue de apenas el 0,3 por ciento.

La Industria Manufacturera tuvo un decepcionante desempeño en diciembre, dado que creció un 0,3% comparada con igual mes del año anterior. El acumulado del año muestra un crecimiento del 1,8%, muy lejos de compensar el 4,6% de caída en 2016.

La Construcción tampoco evidencia haber cerrado el año con vigor: el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) arrojó una variación en 2017 del 12,7%, que apenas compensa la idéntica caída del 12,7% en 2016. El crecimiento en la construcción estuvo fuertemente vinculado a la obra pública en el año electoral, con el asfalto creciendo un 74,6%, el hierro redondo para hormigón el 30,2% y el cemento un 12 por ciento.

En la columna del domingo pasado ya se informaron las cifras de cierre de año del comercio exterior. El total de 2017 arroja un déficit comercial de U$S 8472 millones y es el rojo más alto desde 1994. Ello es resultado de un fuerte incremento de las importaciones (+20%) y un pobre desempeño de las exportaciones (+0,9).

Si a los números del balance comercial se le suman los déficits de Servicios Reales (especialmente turismo) y Rentas (utilidades e intereses) se llega a un saldo de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos para 2017 que se estima en U$S 32 mil millones, equivalente al 5% del PBI. También en este caso es el valor más alto desde 1994, y una situación de muy dudosa sostenibilidad en el tiempo. Déficit que debe ser financiado con endeudamiento externo.

Vulnerabilidad financiera

Se conocieron los datos del índice de vulnerabilidad financiera externa del Instituto Internacional de Finanzas (IIF), para una selección de diez países emergentes representativos, Argentina se ubica segunda, luego de Turquía, en tercero y cuarto lugar aparecen Colombia y Sudáfrica.

Este índice se arma con varios indicadores tomados con relación al PBI: uno de ellos es el Saldo en Cuenta Corriente. Allí nuestro país evidencia uno de los rojos más altos (-4,5%) cerca de Turquía (-4,6%) y de Colombia (-3,8%) Otro indicador se obtiene descontando del déficit de Cuenta Corriente los ingresos de Inversión Extranjera Directa: en este indicador, Argentina obtiene un déficit del -2,5%, mientras que Colombia evidencia un número positivo (0,4%). Esto explica la ansiedad del gobierno argentino por obtener ingresos de Inversión Extranjera Directa (IED). No obstante, esta no es ninguna panacea en un contexto de liberalización, puesto que la IED genera año tras año remisión de utilidades al exterior, que aumentan el déficit de Cuenta Corriente y los dólares que se van del país. Otro indicador es el de deuda externa, y allí nuestro país evidencia un guarismo muy bueno, fruto de la herencia recibida.

Cabe resaltar que el IIF también mide la vulnerabilidad financiera doméstica, y allí Argentina obtiene el indicador más bajo, porque así lo exponen los distintos indicadores de endeudamiento respecto al PBI.

Otro indicador es el de la vulnerabilidad política, en el que nuestro país se ubica en los primeros puestos, luego de Brasil. Este índice mide variables como el desvío de las metas de inflación, y el déficit fiscal (donde nuestro país muestra un reprobado), la deuda pública (donde obtiene un regular) y las tasas de interés reales, donde logra un «muy bien diez felicitado». A no confundirse: Argentina evidencia en esta muestra una de las tasas reales de interés más elevadas, pero esta condición es más que positiva para quienes elaboran el índice, puesto que ayudaría a reducir la inflación. No es precisamente lo que piensan los empresarios argentinos que deben enfrentarse a altísimos costos financieros.

Tarifas y ganancias por ascensor

El año vino con un fuerte ajuste de precios: durante enero subieron las naftas, y la mayoría de los precios recogieron los aumentos del dólar de diciembre, que se incrementó un 8 por ciento. Es sabido que con la total liberalización comercial, todo aumento en el dólar se traslada a los precios domésticos de los productos que se exportan, como trigo y carnes. En efecto, para una conocida consultora privada, la inflación núcleo de enero fue del 2,1% (mayor al índice general que se ubicó en el 1,9%), salto que se produjo principalmente por los aumentos en alimentos, carnes y aceites.

En febrero aumentaron los pasajes de colectivos y trenes, prepagas, autopistas y la electricidad (con aumentos que van del 18% al 30%). En abril continuarán el gas, el subte y nuevos aumentos en colectivos y trenes.

Sin duda, se trata de enormes traslados del bolsillo de los consumidores a las arcas de las grandes empresas. No es casualidad que entre las diez empresas del Merval cuyas acciones más se incrementaron en 2017 se encuentren Transportadora Gas del Norte (+446%), Metrogas (+261%), Transener (+225%), Distribuidora de Gas Cuyana (+220%) y Transportadora de Gas del Sur (+181%).

No obstante la recomposición de los márgenes de las energéticas, su producción decayó. La extracción de petróleo crudo se redujo 6,1% en 2017, valores que recién se encuentran con anterioridad a los años ochenta. La extracción de gas natural mermó un 0,6%, cortando la recuperación que mostró hasta 2015. Un ejemplo más que indica, en un mercado desregulado, la fenomenal transferencia de recursos hacia las empresas, y la dificultad para que esto genere un impacto positivo en la producción. Una situación que ya vivimos con las privatizaciones de los noventa y, de no cambiar el modelo, nos seguirá acompañando, al igual que el incremento de tarifas y la dolarización de los precios domésticos.

 

Nota publicada en Tiempo Argentino el 04/02/2018

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