Página/12 | Opinión
Algo complejo sucede con los números en la política nacional: el gobierno dice que ganó las elecciones, pero a sus candidatos sólo los votó un tercio de la población. Los dos tercios restantes votaron a distintas propuestas de oposición.
Hay una mayoría opositora diversa y una minoría que gana.
Entonces, más que una ancha avenida del medio, lo que hay es una amplia autopista opositora, y el opo-oficialismo se ha desplazado desde la primera a la segunda. Porque en campaña son más opositores que oficialistas. Por ejemplo, el Frente Renovador, a través de su primer candidato a senador Sergio Massa, afirmó esta semana que: “No vamos a permitir ninguna reforma que signifique recortes de derechos y vamos a tener la fuerza en el Congreso para hacerlo”. Y agregó: “la gran mayoría de las fuerzas políticas está en contra de este tipo de reformas”, e incluyó en esa negativa “a fuerzas que van desde el socialismo hasta las diferentes versiones del peronismo, pasando por el progresismo, hasta algunos radicales.”
Por supuesto, si quienes integran el Frente Renovador fueran consecuentes con ese discurso, el gobierno no tendría ninguna chance de aprobar esta clase de proyectos.
Pero no hay garantías de que cumplan con sus declaraciones. Porque vienen de no cumplirlas.
Durante las campañas, mediante los focus groups y otras técnicas de investigación, el opo-oficialismo le pide sus opiniones a los futuros votantes y, en base a estos, diseñan su discurso opositor. Luego, ya en sus bancas, son el gobierno y los factores de poder quienes les dictan qué votar. De este modo, las opiniones de la sociedad son útiles para la etapa electoral, pero son desechadas tras asumir las bancas. Las convicciones se quedan en las puertas del Parlamento.
Es la vigencia actualizada de un viejo teorema político: aquel que dice que, cuanto más se acerca un legislador al poder, más se aleja del cumplimiento de sus promesas de campaña.
Funciona más o menos así: la opinión de los votantes es escuchada y transformada en discurso político para llegar a las bancas. Una vez conseguido el objetivo, y con el argumento de garantizar la gobernabilidad, rompen el vínculo representativo con el elector, para aliarse al oficialismo y votar sus propuestas. Es lo que ya pasó desde el 2015. El sentido del voto se invierte.
El opo-oficialismo es un fenómeno de conversión del voto opositor, en oficialista.
Por eso, esta semana, y frente a las elecciones del próximo 22 de octubre, los candidatos a diputados y diputadas por Unidad Porteña, asumimos ante la ciudadanía, una serie de compromisos públicos que expresan una manifiesta oposición al trágico teorema que establece que los legisladores, mientras más se acercan al poder, más se alejan del cumplimiento de sus promesas de campaña.
Nos comprometimos a no votar leyes que deroguen o limiten los derechos ciudadanos, ni aquellas que limiten las paritarias libres, o promuevan formas de flexibilización de las relaciones del trabajo y cercenen el derecho de los trabajadores. Tampoco leyes que promuevan la pérdida de derechos de los jubilados y la privatización abierta o encubierta del sistema previsional público. O leyes que favorezcan una reforma impositiva de carácter regresiva, o que promuevan el endeudamiento externo que ponga en riesgo la sustentabilidad de la deuda, entre muchos otros puntos.
También nos comprometimos a impulsar leyes que consoliden y amplíen los derechos y beneficios de los trabajadores activos y jubilados, que favorezcan la creación de fuentes laborales, regulen el mercado de capitales para evitar prácticas especulativas, y dirijan el crédito al desarrollo económico integrado y a la vivienda digna para todos los argentinos y argentinas, entre otras propuestas.
Somos opositores ahora y damos garantías de que lo seguiremos siendo desde las bancas. Creemos que la política debe ofrecer previsibilidad a los electores: que lo que decimos ahora será mantenido en el futuro. Nuestra garantía es nuestra coherencia.
Los opo-oficialistas no pueden garantizar lo mismo: no pueden ofrecer como garantía su coherencia, porque hay sobradas muestras de que no la han tenido y que son muy permeables a las sugerencias o presiones del gobierno.
Un caso paradigmático es Martín Lousteau, quien detenta una agitada biografía de cambios en zigzag: integró el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner como Ministro de Economía, antes fue asesor en el Banco Central en la gestión de Alfonso Prat Gay, y luego Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires en la Gobernación de Felipe Solá, más tarde diputado nacional por la coalición encabezada por Elisa Carrió y, con el mismo apoyo, candidato a Jefe de Gobierno por la Ciudad de Buenos Aires en el 2015. Hasta hace pocos meses fue embajador en los EEUU por el gobierno de Cambiemos y ahora candidato opositor en la Ciudad de Buenos Aires al macrismo de Rodríguez Larreta.
Si quedara alguna duda, la segunda candidata a diputada de este espacio es Carla Carrizo, actual integrante del bloque UCR-Cambiemos en la Cámara de Diputados de la Nación. Evolución, el frente de Martín Lousteau, actúa como una especie de “segunda marca” del oficialismo. Tratan de contener con él, una parte del voto opositor para luego sumarlo, más o menos abiertamente, al bloque oficialista.
Seguramente, Martín Lousteau se integrará al bloque oficialista y, de ser electa, Carla Carrizo seguirá el mismo camino. Es muy claro: votando oposición, se votan diputados que se suman luego al bloque parlamentario oficialista.
Nosotros les ofrecemos a los votantes de la ciudad nuestra coherencia. Les decimos: no abandonamos nuestras convicciones cuando nos sentamos en las bancas.
Unidad Porteña es un lugar seguro, garantizado por nuestra coherencia histórica: un lugar en el que el voto opositor no será traicionado ni interpretado de modo flexible.
El gobierno ha puesto en suspenso la profundización de su plan neoliberal. Piensa acelerarlo luego de las elecciones. Desiste de hacerlo ahora porque teme que muchas de estas medidas afecten su caudal electoral. Y porque, si gana las elecciones, contará con más fuerza para implementarlas.
¿Pero qué significa “ganar” para el gobierno? Significa diseñar una minoría triunfadora, en un contexto de oposiciones que en muchos casos, en nombre de la gobernabilidad y la razonabilidad, luego le aportaran los votos para ser mayoría. Por eso, es necesario que los votantes opositores elijan bien, o cuidadosamente, la oposición para canalizar su voto. Porque esa oposición ciudadana, aunque sumada sea mayoría, puede dividirse en el Parlamento y, un sector de ella, sumarse al oficialismo para permitirle avanzar con sus medidas neoliberales.
El país necesita una verdadera oposición que concentre la mayor cantidad de votos. Para ello nosotros venimos a ofrecer nuestra coherencia.