Perfil | Opinión
Por Carlos Heller
Muchas veces las palabras son forzadas en su significado, dado que se las quiere esgrimir como una consigna política, totalizadora de un rumbo determinado.
La palabra cambio suele ser muy utilizada para estos fines. Pero cuando se habla de cambio en política, en general suele asignársele un sentido renovador, la aparición de algo nuevo, algo esperanzador.
Si lo que se desea es un cambio que persiga repetir los elementos esenciales que configuraron experiencias pasadas, existen otras fórmulas como “volver a las fuentes” o “restauración”. Por ello, el nombre de la coalición Cambiemos confunde. No se propone en absoluto la construcción de un nuevo paradigma (aunque así se lo publicita), sino la recreación de viejos modelos, tanto políticos como económicos.
Desde el punto de vista retórico, Cambiemos impulsa las viejas fórmulas conservadoras, sólo que están acompañadas de nuevas formas, más modernas, lenguajes más cautivantes y directos hacia la ciudadanía. Pero el proyecto político es el mismo: el gobierno de las clases dominantes. La mayoría de la ciudadanía supo caracterizar lúcidamente esta orientación con una frase: “(Mauricio) Macri gobierna para los ricos”.
El programa económico de Cambiemos recurre a los mismos ejes que guiaron la gestión de Alfredo Martínez de Hoz durante la dictadura cívico-militar, y que luego tomaron mayor encarnadura en la gestión de Domingo Cavallo, bajo las presidencias constitucionales de Carlos Menem y de Fernando de la Rúa. De allí que el cambio no lleva a nada novedoso, sino a los ya conocidos efectos que la desregulación, la apertura importadora, las privatizaciones, la flexibilización laboral y la doctrina del Estado subsidiario imponen sobre la economía y la sociedad. Sólo que en este caso se intenta ir más profundo, ensanchando aún más el sendero de apropiación regresiva de la renta nacional.
Para lograrlo, requiere de un cambio cultural, y bien lo ha comprendido. Esta estrategia apunta a la legitimación del discurso dominante. Así, se intenta instalar las ideas de un futuro venturoso bajo las normas del neoliberalismo (…), a la vez que se pretende cambiar el recuerdo de los logros sociales, culturales y económicos obtenidos en los doce años anteriores por los gobiernos kirchneristas.
Necesita enlodar de cualquier forma los avances en las políticas de derechos humanos y el juzgamiento de los genocidas, por eso la mención al “curro” de los derechos humanos y el negacionismo de la magnitud de los desaparecidos como las puntas de lanza de un arsenal dirigido en contra de todo lo conseguido en materia de derechos por parte de la ciudadanía.
La gran gesta latinoamericana, de la Patria Grande, que se ha instalado en el continente en los inicios de este siglo, hoy bajo fuego de la derecha, pretende deslegitimarse con conceptos como “venezuelización”, haciendo basa en los problemas que está atravesando este país, bajo una andanada de hostigamientos desde las potencias occidentales.
No es fácil borrar los logros obtenidos durante los gobiernos kirchneristas, si bien algunas cosas pudieron hacerse mejor, y otras faltaron. Pero el resultado fue altamente positivo. Se entregó un país desendeudado, con un nivel de crecimiento importante (2,6% se incrementó el Producto Interno Bruto –PIB– en 2015, según los cálculos del nuevo Instituto Nacional de Estadística y Censos –Indec–), paritarias libres, un poder de compra de los salarios reales al más alto nivel en décadas y, consecuentemente, niveles de consumo récord y desocupación en bajos niveles. También se alcanzó una vinculación exterior fluida con la mayoría de los países y organismos internacionales, en especial los relacionados con los países en desarrollo, entre otros tantos logros sociales y políticos.
Para dotar de un tinte negativo al fuerte aumento del consumo popular, y del crecimiento de la economía durante la gestión kirchnerista, aparecen las teorías oficialistas de que el nivel de consumo, en especial de las clases trabajadoras de menores ingresos, “no era sustentable”. Porque se encuentra en la esencia del neoliberalismo el ajuste y el disciplinamiento social, y jamás podrá ofrecer a las clases populares el sustentable nivel de consumo que obtuvieron en la década anterior. Sólo les puede ofrecer la “esperanza” de un futuro venturoso, que nunca llega. Tampoco le resulta fácil al macrismo sostener un discurso cuando la realidad contradice palmariamente las promesas de la campaña presidencial de 2015: pobreza cero prometida versus aumento de las cifras estadísticas de pobreza; los trabajadores no pagarán Ganancias versus una modificación en la ley que incorporó a una gran cantidad de trabajadores y jubilados en el impuesto; seguirá el Fútbol para Todos, cuando al año de su asunción ya fue acordado el nuevo esquema pago de las transmisiones; crecimiento de la economía versus una caída del 2,3% del PIB en 2016 y una debilidad de la producción en 2017; reducción de la inflación y, luego de dieciséis meses de gobierno, los aumentos de precios continúan a buen ritmo. Por estas cuestiones, suelo definir al gobierno de Mauricio Macri como “legal”, pero no “legítimo”, pues no ha mostrado intención de cumplir con las promesas electorales realizadas y difícilmente las cumpla, debido a que las políticas implementadas van en contra de sus promesas. De allí que desde el oficialismo han comenzado a utilizar proposiciones contrafácticas, armando una nueva realidad: “Si el kirchnerismo hubiera seguido, se habría producido una hecatombe”. Este podría ser el resumen de la gran cantidad de frases de este tipo lanzadas por los funcionarios macristas y por los analistas del establishment. Dicha estrategia es reforzada por una visión binaria: poner a los presumiblemente muy buenos de un lado y a los supuestamente malísimos del otro, que no es más que ensanchar la brecha.
Necesitan resignificar la historia reciente de mejora en las condiciones sociales de la mayoría de la población, porque sólo tienen para ofrecer ajuste, un menor nivel de actividad, menor consumo, elevado desempleo y degradación de las condiciones sociales.