Tiempo Argentino | Opinión
Los sucesos políticos que atraviesan la coyuntura de Brasil no pueden ser desvinculados de la precaria situación económica que allí se observa desde hace un par de años, con importantes caídas del PIB en 2015 y 2016. Sin embargo, la debilidad de fondo de esta economía no es nueva y tiene raíz en las medidas ortodoxas que se implementan.
Mucho de esto tiene que ver con los límites que impone la estrategia de metas de inflación que se adoptó en 1999 e involucró la existencia de una de las tasas de interés reales más elevadas del mundo. Esto generó un significativo ingreso de capitales especulativos, bajos niveles de inversión productiva, una fuerte pérdida de competitividad y una significativa primarización de la economía.
El reciente congelamiento del gasto público real por 20 años, la idea de avanzar con la flexibilización laboral y la propuesta de reforma de la seguridad social completan un complejo panorama a futuro, aunque ahora son más escasas las posibilidades de que lo pueda llevar adelante un gobierno con tan poco consenso como el actual. De allí que el «círculo rojo» de Brasil decidió que Michel Temer ya realizó «el trabajo sucio» al avalar el «golpe blando» contra Dilma Rousseff, y ahora requiere ser reemplazado por un político potable para la sociedad, que pueda continuar con las reformas de Temer, requeridas también por el FMI.
Brasil es, además, otro ejemplo acerca de cómo los modelos económicos neoliberales impactan en la sociedad y terminan afectando al propio sistema político, algo por lo que ya atravesó con grandes costos nuestro país en 2001. Una enseñanza que el gobierno de Mauricio Macri no debería minimizar.
En lo coyuntural, se verá amenazado el (exiguo) crecimiento de Brasil y ello afectará en alguna medida a nuestra economía, fundamentalmente por la vía comercial, ya que se trata del principal destino de nuestras exportaciones (16%). En el caso de las exportaciones de manufacturas industriales (MOI), el 32% del total se destina a Brasil, siendo la mayoría de ellas del sector automotor. En tanto, los efectos del canal financiero son mucho más automáticos. Son los riesgos que imprime el esquema de desregulación de los movimientos de capitales al que adscribe nuestro gobierno. Los bajos niveles de deuda heredados hacen que el panorama financiero luzca por ahora menos complicado, pero no deja de ser una luz de alerta de cara a los próximos años.
En este marco, cabe mencionar el título de El Cronista en la portada del viernes: «El caso Temer revive la crisis brasileña y complica el repunte de la economía en la Argentina». Una excusa que no extrañaría escuchar en un futuro próximo por parte de nuestras autoridades para justificar la ausencia de «brotes verdes», aunque en realidad la economía no reacciona por las propias políticas del gobierno nacional.
En la semana se conoció el Índice General de Actividad de Orlando Ferreres (un indicador con similar espíritu al estimador de actividad económica del Indec, EMAE) que registró un crecimiento para abril del 3,3%. Pero esto mucho tiene que ver con el derrumbe que dicho índice mostró en abril de 2016, con una baja interanual del -4,9%. Entonces, si comparamos los datos de abril de 2017 con los del mismo mes del de 2015, aun presenta una baja del 1,8%, lo cual es otra muestra de que se está muy lejos de los mentados «brotes verdes».
Algo parecido ocurre con la facturación de los supermercados y centros de compra, que en marzo subió un 18,2% y un 10,6% interanual. Estos datos indican una fuerte caída real, considerando el 35% de inflación que para dicho período indica el IPC-CABA. No podía esperarse otra evolución teniendo en cuenta la política salarial que promueve el gobierno.
Al respecto, cabe mencionar el acuerdo paritario entre el Estado y los trabajadores de la administración central. El aumento será del 20% en tres tramos (5% desde el 1 de junio, otro 5% en julio y finalmente el 10% en agosto). Además habrá una cláusula gatillo para cuando la inflación supere el 20% en el año. Lo más grave es que se convalida la pérdida por la inflación del período anterior. También se acordaron metas bastante exigentes por presentismo y por productividad.
En paralelo, el gobierno anunció la entrega de subsidios a las grandes compañías electro-intensivas, con uno especial para las ultra-electrointensivas que parecería tener nombre y apellido. Son $ 2250 millones que se destinarán a las grandes empresas, bajo la forma de descuentos del 20% en la factura de energía. Mientras, a las pymes y las empresas de la economía social no se les reduce en nada las fuertes subas de tarifas energéticas. Una clara idea de para quiénes gobierna el macrismo.
Tren sojero
El presidente Macri estuvo de gira por Asia y obtuvo un reconocimiento del primer ministro japonés, Shinzo Abe, quien le dijo que «Argentina tiene el papel de locomotora en el continente». Claramente no es por la potencialidad industrial ni por la envergadura de su economía; tal vez sí lo sea por su legalidad y su orientación marcadamente neoliberal, atributos que hoy brillan más aun ante la fuerte crisis política en Brasil. Incluso podría pensarse que, de ser una locomotora económica, encabezaría un gran tren sojero y cerealero.
En tanto, durante su visita a China el presidente Macri ratificó varios compromisos firmados por el anterior gobierno, que rechazó cuando era oposición. En 2015, por caso, le envió una carta al embajador chino en Argentina en la cual justificó su rechazo a los acuerdos por contener conductas «violatorias de la Constitución Nacional y contrarias al más elemental principio de transparencia en el manejo de la cosa pública». Parece que este no es más el caso.
La presión de China para que se respete lo firmado no fue menos importante. En abril el gobierno chino había exigido «firmemente» a la Argentina –para «estimular la confianza de las empresas chinas»– respetar los convenios anteriores, específicamente los relacionados con el proyecto de recuperación del Ferrocarril Belgrano Cargas, las represas hidroeléctricas de Santa Cruz y la construcción de las centrales nucleares IV y V.
En cuanto a los nuevos acuerdos pactados por Macri, más allá de varios memorándums de entendimiento sobre educación, cultura, deportes y cooperación agrícola, se ratificaron los acuerdos para la construcción de una planta de energía renovable en Jujuy, el proyecto de recuperación del ferrocarril San Martín de Cargas y se estableció un «Protocolo de requisitos fitosanitarios para la exportación de uvas» de Argentina al país asiático, entre otros.
Al igual que con los brotes, el gobierno sigue sin poder mostrar resultados que indiquen al menos una llovizna de inversiones. La gira por China dejó en claro que el gobierno sacó a pasear por Asia las directrices principales de su pensamiento: que Argentina sea el «supermercado del mundo». Acompañado en la comitiva, entre otros, por el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Luis Etchevehere, Macri afirmó que nuestro país «es un gran productor de alimentos», con capacidad para cubrir «la demanda de 400 millones de personas (…) y esperamos duplicar eso en cinco a ocho años; estoy seguro de que con la ayuda del empresariado chino lo podremos hacer». Con los desorbitantes valores de la canasta básica alimentaria que acusa el Indec, y los problemas de empleo, suena extraño que el presidente esté pensando en alimentar al mundo. «