Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
Si bien su resultado ya era esperado, los datos oficiales de inflación causaron gran impacto en la semana. El índice de precios al consumidor del Indec arrojó un 2,4% para marzo, y un valor para el primer trimestre del 6,3%. La principal preocupación es que los alimentos y bebidas crecieron un 3% en marzo, con un fuerte impacto sobre las clases de menores ingresos. No obstante, el índice de la CABA para el mismo mes registró una suba del 2,9%, mientras que los precios de Córdoba se incrementaron un 3,4% y los de Mendoza un 3,6 por ciento.
Llamativamente, la inflación del Indec cubre el área de la CABA y del Gran Buenos Aires. Ante metodologías que no deberían ser muy diferentes, y dado que la inflación de la CABA fue mayor a la del Indec, debería deducirse que hubo deflación en el Gran Buenos Aires, algo que no parece que refleje la realidad. Sin duda, hay mucho por mejorar en las estadísticas del actual Indec. La principal alarma es que los aumentos de la inflación núcleo (que excluye los productos estacionales y los bienes y servicios regulados) de las ciudades citadas son muy cercanos a los índices generales, lo que indica que los precios no responden solo a las subas de tarifas, sino que se han extendido a una gran variedad de bienes y servicios. En términos de inflación mensual anualizada, los datos de los índices generales de marzo oscilan entre el 33% del Indec y el 53% de Mendoza, lejísimo de la meta del BCRA del 17% máximo.
Suelo sostener que la inflación es un fenómeno impulsado en gran medida por la puja distributiva. Bajo este concepto, el gobierno intenta avanzar en esta puja imponiendo techos a los salarios. Pero en estos meses los precios están incididos por las tarifas de los servicios públicos y de los bienes regulados (nafta, sistemas de salud o educación privada), y por el impacto que tienen estas en los costos de la mayoría de los bienes y servicios. Debe destacarse que también están incididos por la ampliación de los márgenes de ganancias de las empresas, en especial en los mercados concentrados. En este contexto, una baja de la inflación solo se lograría con una muy fuerte recesión. Una perspectiva poco alentadora.
Para el BCRA y los postulados neoliberales que sustenta este gobierno, la inflación es un fenómeno monetario. De allí que hace 15 días el Banco Central elevó el interés de las Lebac en el mercado mediante sus abundantes compras, anticipando de esa forma el incremento de las tasas de política monetaria que se realizó el martes pasado. La tasa de referencia subió 1,5 puntos, del 24,75% al 26,25 por ciento.
Con esta política el BCRA logra dos objetivos: retirar dinero del mercado –mediante la colocación de Lebac– y dar un mensaje contundente para incidir sobre las expectativas, subiendo la tasa.
Esta medida impacta sobre la economía por varias vías. Por un lado, aumenta la tasa de referencia y, por lo tanto, se verán incrementadas las tasas de interés para los préstamos, dificultando aún más la producción. La menor cantidad de dinero circulante también impactará en la actividad económica.
El stock de Lebac se duplicó desde el inicio del gobierno de Macri, llegando en la actualidad a los $ 611 mil millones. Pero pocos saben que ese incremento se debe casi exclusivamente a los inversores privados no bancarios: en números redondos, los bancos prácticamente no aumentaron sus tenencias de Lebac. En este contexto, la suba de tasas tiene efectos sobre el tipo de cambio. La mayor tasa hace más atractivas las Lebac para los inversores externos que liquidan dólares para pasarse a pesos y comprarlas. Obtienen rendimientos en dólares extraordinarios. Esa mayor liquidación de dólares para comprar Lebac incide en el tipo de cambio, reduciendo el valor del dólar y apreciando nuestra moneda. Es una nueva versión de la «bicicleta financiera». Los capitales externos especulativos, agradecidos.
Hay trascendidos acerca de que una parte del arco oficialista no está de acuerdo con esta suba de la tasa de política monetaria, ya que podría ralentizar o frenar el supuesto «despegue» de la economía que el gobierno trata de promocionar. En este aspecto, la aceleración de la obra pública ya ha marcado algunos crecimientos puntuales en la actividad de la construcción y en el acero, aunque esta política tiene escasos efectos multiplicadores en el resto de la actividad.
El gobierno de Mauricio Macri ya ha demostrado que el corto plazo le interesa, pensando en llegar con la mejor situación a las elecciones de medio término. Lo ha confirmado con la postergación del mayor peso de los aumentos tarifarios para noviembre de este año y abril del siguiente. El llamado gradualismo encubre una cínica postura electoralista: la profundización del ajuste se deja para después de los comicios.
Este aumento de tasas de referencia impactará negativamente sobre la producción, a la vez que fomenta la especulación financiera, sin necesariamente tener un efecto importante sobre la reducción de la inflación. Una posibilidad perturbadora.
Apoyos y alertas de amigos externos
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, expresó en la semana: «En las economías avanzadas, las perspectivas han mejorado gracias al fortalecimiento de la actividad manufacturera». Un dato al que podría prestar atención Macri, quien fomenta la primarización de la economía argentina.
No obstante, Lagarde observa «claros riesgos a la baja: la incertidumbre política, a la que no escapa Europa; la amenaza del proteccionismo que se cierne sobre el comercio mundial; y la desmejora de las condiciones financieras mundiales que podría desencadenar salidas de capital perturbadoras desde las economías emergentes y en desarrollo». Otra mención que debería tomar en cuenta Macri ya que nuestra economía está recibiendo grandes flujos de capitales especulativos y una reversión de esa tendencia afectaría gravemente las reservas.
Para la titular del FMI, «detrás de estos problemas a corto plazo se esconde una débil tendencia de productividad que sigue siendo un poderoso freno al crecimiento vigoroso e inclusivo, en gran medida debido al envejecimiento de la población». Esta referencia a los problemas causados por el envejecimiento de la población (dato que debería ser evaluado positivamente) es una continua reiteración de Lagarde. Las propuestas en este aspecto se resumen en aumentar la productividad y la educación en la edad avanzada. Conociendo al FMI, el objetivo implícito de esta propuesta sería prolongar al máximo la edad para jubilarse y además convertir en emprendedores a los jubilados, para compensar las bajas pensiones que obtendrán por los ajustes propuestos por el Fondo.
En forma coincidente, Marisol Argueta, la directora para América Latina del Foro Económico Mundial, reflexiona sobre qué es lo que puede aportar América Latina al comercio mundial: «Tenemos vastos recursos naturales y es importante que podamos ir cambiando nuestra oferta exportable de materias primas. Debemos empezar a trabajar en la forma de industrializarlas para ir subiendo en la cadena de valores». Es la tesis de Macri, de convertir a Argentina en el «supermercado del mundo».
Argueta también promueve la flexibilización laboral. Bajo el concepto de la «transformación del empleo» en el marco de la «cuarta revolución industrial», expresa descarnadamente: «Los empleados tienen que ir ajustándose de acuerdo a la demanda».
Las recomendaciones provienen de personas e instituciones de referencia para las políticas del gobierno nacional. Pueden considerarse entonces como un anticipo del duro futuro que nos espera en Argentina si se consolida este modelo.