Tiempo Argentino | Opinión
Por Carlos Heller
La pregunta que plantea Mauricio Macri a los inversores es la siguiente: ¿quieren que bajemos los subsidios más rápidamente o que ganemos las elecciones?
Esta estrategia, que comenzamos a debatir en la columna del pasado domingo, ha ido tomando cada día más entidad. Una orientación que trae aparejado un costo significativo: el fuerte incremento en el ajuste y en las tarifas luego de las elecciones. Queda claro que muchos de los votantes que se entusiasmen con este diferimiento de las tarifas saldrán defraudados, porque el ajuste al fin y al cabo no se detendrá. A quienes no quiere defraudar el gobierno es a los eventuales inversores: les pide paciencia para intentar consolidar la «estabilidad política» que le exigen a gritos desde que asumió.
Una reciente nota de The Economist postula: «Es sorprendente que Macri siga siendo tan popular» y propone que se «debe evitar la percepción de una derrota, lo que haría que el gobierno de Macri parezca un paréntesis en un país populista en vez del comienzo de una nueva era». El texto luego aclara que el riesgo estriba en que «la elección se produce antes de que estén claros todos los beneficios de políticas más racionales».
Mucho más descarnado es el comentario de Marcelo Bonelli (Clarín 17/03/17). El cronista cita una frase de Felipe González (exjefe de gobierno español) en una reunión a solas con Macri: «Quiero que sepas que nadie va a invertir en serio en Argentina hasta que los hechos de corrupción de Cristina sean juzgados y condenados». Si un tercero se entera de lo hablado en un encuentro entre dos participantes, o no es cierto, o alguno de los dos lo contó. Bonelli asevera que «muchos empresarios locales resolvieron postergar decisiones económicas hasta que se aclare si la expresidenta tiene reales chances electorales» dado que «nadie quiere arriesgar dinero, si hay una mínima posibilidad de que vuelva Cristina».
Ya no alcanza con la pesada herencia, tienen que asegurarse de que no vuelva «el populismo». De esa forma, la recesión, el desempleo, el ajuste o la falta de inversiones no serían consecuencia de la actual gestión, sino del pasado y de lo que podría ocurrir en el futuro. Parece ciencia ficción.
Profundizando la grieta
En ese contexto, en el cual se intenta aplicar un ajuste que parezca «suave», aparece claramente que el conflicto docente es una movida política por parte del gobierno.
El problema de fondo es que Macri y sus funcionarios no quieren cumplir con la Ley de Financiamiento Educativo, no quieren actualizar el sueldo de los maestros, y quieren achicar las transferencias a las provincias como pide el FMI. De hecho, el Presupuesto 2017 prevé destinar $ 21.240 millones al Fondo de Incentivo Docente para transferencias a instituciones provinciales y municipales, que es el doble de lo ejecutado en 2016. Esto quiere decir que recursos hay.
La gobernadora María Eugenia Vidal pidió a los gremialistas docentes que vuelvan a negociar pero que antes «digan si son kirchneristas», como si tal cualidad los invalidara para liderar los reclamos de los maestros. Por un lado, quiere poner a los gremialistas del bando de los supuestos «enemigos», por otro lado, el diálogo que este gobierno propone es solo con los que están dispuestos a recibir instrucciones.
Elisa Carrió, por su parte, les pidió a los docentes «tratar de buscar la salida, hoy seríamos Venezuela si no ganaba el presidente Macri». Demonizar al kirchnerismo es el deporte favorito de los políticos de Cambiemos.
Refiriéndose al contexto más amplio de las demandas sociales, Marcos Peña lo expresó claramente: «No dejarnos llevar por las voces de los que quieren que fracase el cambio, los que necesitan que fracase el cambio». Con respecto a las medidas de la CTA y la CGT, comentó: «Estamos convencidos de que el paro no es necesario y de que no va a mejorar la situación de los trabajadores. Si el cambio en el rumbo económico es la vuelta atrás, a un modelo que los argentinos rechazaron, entonces no hay ahí un espacio de discusión posible, salvo en la discusión electoral y partidaria». Claramente, con el foco puesto en las elecciones.
Para reforzar esta postura, el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, fue contundente: «Sin duda, hay una manifestación política en estos reclamos. Es innegable, es obvio. Hay un conjunto de dirigentes que tienen una vocación desestabilizante desembozada, sin pruritos». El ministro también señaló que entre esos dirigentes se encuentran «desde la expresidenta para abajo, como también dirigentes gremiales que la acompañaban».
Para evitar que el malestar económico y social general repercuta sobre sus posibilidades electorales, la estrategia elegida por el macrismo es profundizar «la grieta», analizando los sucesos en un esquema amigo-enemigo. Una guía básica para los trolls del PRO, para quienes, por ejemplo, reclamar en las calles es golpismo.
No hay siquiera despegue
La desocupación llegó al 7,6% en el último trimestre de 2016. Si bien indicaría una aparente mejora respecto del trimestre anterior (8,5%), es el valor más alto para un cuarto trimestre desde diciembre de 2009 (con excepción del cuarto trimestre de 2015, no calculado por el Indec). Para ser desocupado hay que estar buscando trabajo. Lo que sucedió a fines de 2016 es que se produjo un efecto desaliento por el cual muchos dejaron de buscar empleo y por lo tanto no entran dentro de la categoría de desocupados: así es como bajó la tasa de desocupación.
Para el Indec no es un fenómeno de desaliento: «Disminuye la actividad y la desocupación por refugio en la inactividad». Es como refugiarse de una tormenta ¡en el medio del campo! Un comentario técnicamente incomprensible y éticamente reprobable. Los datos muestran además una reducción en el empleo en el trimestre que afecta a 18 mil personas, poniendo en duda los comentarios oficiales sobre el aumento del empleo hacia fines del año pasado.
En la semana también se realizó un anuncio propio de la estética de globos de colores del PRO: el acuerdo automotriz. El mismo no es más que una colección de deseos, debido a que no contiene ninguna medida específica.
El plan prevé alcanzar el millón de unidades producidas y crear 30 mil puestos de trabajo hasta 2023 (Télam, 15/3/17). Como meta intermedia, se planea llegar a los 750 mil automotores producidos en 2019, que es un volumen similar a la producción realizada en los años 2011, 2012 y 2013: muy poco ambicioso. Pero además, la UOM informó que desde el inicio de la gestión Macri se perdieron 15 mil puestos en la industria automotriz y se produjeron 15 mil suspensiones; ante los problemas laborales para estas 30 mil personas plasmados en solo 15 meses, se propone crear similar cantidad de trabajos en siete años, apelando a la mejora de la productividad, una proposición que, ya conocemos, implica incrementar la flexibilización laboral. Una burla más.
En la reinauguración de la planta de Peugeot, Macri sostuvo: «Empezamos una etapa de transición difícil, dura», una obviedad, producto de sus políticas, que tardó 15 meses en reconocer. En este supuesto «sinceramiento», se lamentó porque la economía «para muchos todavía no arranca, porque hay mucha gente a la que hace 20 años que no le arranca». El presidente está dando por sentado que antes de estos últimos 20 años la economía «marchaba» (pleno menemismo), aunque cabe recordar que entre 1995 y 1997 la desocupación osciló entre el 15% y el 17 por ciento.
En definitiva, los neoliberales vuelven siempre a sus fuentes, y si bien las pasadas experiencias han sido decepcionantes, siempre prometen que el futuro será mejor. Una profecía que en la práctica nunca se cumple.