Página/12 | Opinión
En la actualidad ocho hombres poseen la misma riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres en el mundo, que representan la mitad de la humanidad. Estos datos fueron revelados por la ONG española Oxfam -compuesta por 19 organizaciones sociales contra la pobreza en más de 90 países- en el marco del Foro de Davos que tiene lugar en Suiza.
Hace seis o siete años, para transportar a los ricos que poseían igual riqueza que la mitad de la población mundial hacía falta un Boeing 777; el año pasado ya alcanzaba con un ómnibus de dos pisos y –recuerdo haberlo dicho en varias charlas y entrevistas– ya anticipaba: “seguramente dentro de poco va a alcanzar con una combi”. Bueno, llegamos a ese punto: ya alcanza con una combi, e incluso la combi ya queda grande. Los datos son tremendos.
La velocidad de la información suele conspirar contra su jerarquización. Datos terribles como estos pasan de modo vertiginoso sin abrir interrogantes ni análisis. Así, se desvinculan de las discusiones políticas que deberían estimular. La velocidad los transforma en datos de color, de impacto, sin demasiada vinculación con la deliberación pública.
Entonces, es necesario preguntarse: ¿porqué se produce esta hiperconcentración de la riqueza? ¿Qué le ha pasado a la mayoría de los ciudadanos del planeta?
El informe de Oxfam es muy rico en explicaciones. En un capítulo que se titula “La causa de la desigualdad” afirma que es innegable que el poder de la economía globalizada ha beneficiado principalmente a los más ricos y que en los últimos 25 años el 1 por ciento más rico de la población ha percibido más ingresos que el 50 por ciento de la población en su conjunto. Dice puntualmente: “Y que lejos de transmitirse espontáneamente hacia abajo, en la llamada economía del goteo o del derrame, los ingresos y la riqueza se vuelcan hacia las capas más altas de la sociedad y lo hacen a un ritmo alarmante.” Es que, en 2015, las 10 mayores empresas del mundo tuvieron una facturación superior a los ingresos públicos de 180 países juntos.
El informe se explaya en que el modelo de maximización de beneficios conduce a una devaluación salarial sobre los trabajadores, a una presión sobre los pequeños productores y a sofisticados esquemas corporativos para tributar menos de lo que les corresponde, eludiendo el pago de impuestos que beneficiarían al conjunto de la población, especialmente a los sectores más pobres. Los países en desarrollo pierden cada año al menos 100 mil millones de dólares como consecuencia de la evasión fiscal de las grandes empresas a través de los paraísos fiscales. De allí –resalta el informe– que es una estrategia clave para esta minoría súper rica tributar lo menos posible, utilizando para ello el entramado mundial de los paraísos fiscales. En este sentido, los Papeles de Panamá –y otras filtraciones que salieron a la luz recientemente– demuestran que la evasión sofisticada es una industria a gran escala.
Agrega Oxfam que las grandes empresas están reduciendo al mínimo los costos en todo el mundo, impidiendo que trabajadores, productores y cadenas de suministro se beneficien con el crecimiento económico, lo cual incrementa la desigualdad y ahoga la demanda.
Finalmente, el informe describe las falsas premisas sobre las que se basa la economía al servicio del 1 por ciento de la población más rica: 1. El mercado nunca se equivoca y hay que minimizar el papel de los gobiernos; 2. Las empresas tienen que maximizar sus beneficios y la rentabilidad de sus accionistas a toda costa; 3. La riqueza individual extrema no es perjudicial sino síntoma de éxito y la desigualdad no es un dato relevante; 4. El crecimiento del PBI debe ser el principal objetivo de la elaboración de políticas (aún cuando el aumento del PBI por si solo no resuelve la desigualdad); 5. Este modelo económico es neutral desde el punto de vista del género; 6. Los recursos de nuestro planeta son ilimitados, aún cuando este modelo se basa en la explotación sin límites del medio ambiente, lo cual puede acarrear consecuencias catastróficas para el planeta.
El informe concluye que es necesario desterrar estas seis premisas y hacerlo rápido.”Son obsoletas, son retrógradas, no han servido para alcanzar la estabilidad y la prosperidad compartida sino que por el contrario nos están lanzando al abismo y necesitamos urgente una alternativa al modelo económico.”
Es claro: es necesario construir otro modelo de economía y de sociedad sobre la base de otros valores. Un proyecto de sociedad en el que las empresas funcionen de otro modo.
Y, por supuesto, pienso inmediatamente en un modelo basado en grandes organizaciones cooperativas, cuyo objeto sea brindar buenos servicios a los usuarios y no tener a la máxima rentabilidad como objetivo final.
Cuando la máxima rentabilidad es el gran objetivo, cuando lo es la maximización de la ganancia, éstas se logran a costa de la calidad del servicio y de lo que ganan los que trabajan. Si el objetivo es brindar un servicio de calidad al menor costo posible, la adopción de ese objetivo modifica todas las reglas sobre las que las empresas funcionan.
Tal como se demuestra en el informe Oxfam, el modelo actual no tiene solución. ¿Cómo puede el gobierno argentino plantear que su objetivo es pobreza cero mientras hace todo lo que este informe critica y recomienda que hay que dejar de hacer?
Tenemos que pensar con audacia otro tipo de sociedad basada en otros valores. Y hay que hacerlo rápido.