Tiempo Argentino | Opinión
Las señales que recibieron en estos días los hombres de negocios son claras: los miles de despidos en distintos ámbitos del sector público dan una idea de que el cuidado del empleo no formará parte de los objetivos de este gobierno.
La postura quedó explicitada en los dichos del ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, quien señaló: «Cada gremio verá dónde le aprieta el zapato y hasta qué punto puede arriesgar salarios a cambio de empleo.»Desde el sector privado también hizo su aporte Carlos de la Vega, presidente de la Cámara Argentina de Comercio, al sostener que los reclamos de aumentos «del 30, 40 o 50% no contribuyen a la paz social ni a bajar las expectativas inflacionarias». ¿Acaso contribuyen los aumentos recientes y esperados de precios (serían del 4% en diciembre y 6% en enero), y la negativa tajante de los empresarios a dar marcha atrás con los incrementos?
Sintéticamente, se apuesta a conseguir la reducción de la inflación a costa de la moderación de los salarios, y si ello no se produce de manera voluntaria, será el mercado el que accione los mecanismos correspondientes (léase desempleo). Sólo de esta forma se alcanzará el objetivo último de toda devaluación, que pasa por la modificación de los precios relativos de la economía, a costa de los ingresos de los trabajadores y de quienes producen para el mercado interno.
Uno de los embates principales sobre el empleo proviene de la propia política comercial. La amenaza de abrir las importaciones como respuesta a la pulsión alcista de los empresarios parece en realidad dirigida hacia aquellos que viven de su salario. Tal es así que en los hechos la apertura ya se está verificando. Las licencias no automáticas para unas 1400 posiciones arancelarias son la única herramienta de contención prevista, y sólo alcanzan para demorar por dos meses la aprobación del ingreso de las mercancías, según las normas de la Organización Mundial de Comercio.
En la semana se anunció el levantamiento de los controles a la importación de libros. El ministro de Producción, Francisco Cabrera, señaló «la restricción, además de aislarnos hizo caer la industria editorial. El libro tiene un enorme valor cultural, pero además genera miles de empleos calificados que queremos promover». ¿Estará pensando en los trabajadores de otros países? Basta echar un simple vistazo a cualquier libro de historia económica para ver los efectos negativos de la apertura en términos de ocupación interna.
Otro impacto que se viene gestando proviene de la órbita del Banco Central, que implementaría un programa de metas de inflación en unos meses una vez que se disponga de los nuevos índices de precios. La información surge de un informe que la autoridad monetaria publicó en diciembre de 2015.
Dentro de este tipo de esquemas, el objetivo excluyente de los bancos centrales pasa por combatir la inflación, mientras que las otras variables se subordinan al cumplimiento de dicha meta. Aunque el fenómeno inflacionario en sí, y las causas que lo generan, son mucho más complejas de lo que permite dar cuenta este tipo de enfoque monetarista, el mecanismo para conseguir la meta es simple: con la suba de las tasas de interés se busca enfriar el consumo y la inversión interna. El desempleo y la reducción de los salarios pasan a ser las variables en las que recae el peso del ajuste. La distribución del ingreso entra así de nuevo en la escena. Vale la pena recordar, no obstante, que no es esto lo que plantea la Carta Orgánica actual del BCRA, ya que «El Banco tiene por finalidad promover (…), la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social». (Art. 3º).
La autoridad monetaria ha comenzado a transitar el camino de las metas al desentenderse prácticamente de la cotización del tipo de cambio y, por ahora, descansa en la reducción de la cantidad de dinero, como forma de controlar la suba de precios. Pero la consecuencia lógica de la devaluación ha sido precisamente el fuerte traspaso a la inflación. A pesar de ello, en el informe se insiste con que «la implementación de un régimen de metas de inflación, en conjunto con una flotación administrada del tipo de cambio, permite desvincular en buena medida el comportamiento de los precios respecto de la dinámica cambiaria».
Para darle legitimidad a este punto, el Banco Central menciona un artículo del economista Sebastián Edwards del 2006, una cita un tanto desactualizada. Sin embargo, en el plano de la discusión académica la experiencia dista de ser concluyente respecto de que los esquemas de metas de inflación contribuyan a reducir por sí solos el traspaso a precios de las devaluaciones. Brasil es un contraejemplo a esta idea, con una significativa suba del tipo de cambio y más del 10% de inflación anual, muy por encima de la meta central (4,5%). El desempleo, por su parte, está en el 8,9%.
Cambio de roles
Profundizando los puntos de contacto entre Argentina y Brasil, un sugestivo artículo del Financial Times (FT) sostiene que ambos países «están intercambiando roles» y que Argentina se parece mucho más al Brasil de 2002, cuando comenzara su romance con los mercados. El artículo agrega que Argentina, «por mucho tiempo paria financiera de la región, está volviendo del frío después de la elección del nuevo presidente que ha prometido reactivar la economía, hacer la paces con los holdouts y recuperar la confianza de los inversores». A futuro, la nota deja un sabor amargo al sostener que «Brasil está empezando a parecerse a la Argentina de 2001». Cabe recordar que la situación de Brasil obedece, por sobre todas las cosas, a la implementación de las políticas amistosas con los mercados (incluyendo las metas de inflación), que llevaron a que en 2008 recibiera el «grado de inversión»: una especie de «maldición» que en un primer momento derivó en el ingreso de ingentes cantidades de fondos especulativos, pero que obligó a subir luego las tasas de interés y a ajustar el frente fiscal, so pena de perder la calificación, algo que igualmente no consiguió evitar.
Respecto de las cuentas públicas, según el FT, la renuncia del «muy competente ministro Levy sugiere que el gobierno no persigue más el objetivo de superávit fiscal, y que tecnócratas competentes están siendo remplazados por políticos». Con este tipo de argumentos se intenta ocultar el fracaso de los técnicos del establishment. De hecho, el déficit fiscal y la inflación ya venían empeorando en la gestión Levy, y ello fue una consecuencia inevitable de las políticas de ajuste y, como se dijo, de la propia devaluación del real. Una enseñanza para Argentina, que incluso acaba de incorporar a una camada de CEOs de las corporaciones en los principales puestos de gestión estatal.
Nuestro gobierno está volcado a la lógica del endeudamiento y del control de la inflación. Algunos de los efectos ya se están contemplando en las últimas proyecciones del Banco Mundial para 2016, que prevén que Argentina crecería un 0,7%, por debajo del 1,8% proyectado en junio de 2015. Entre las razones del cambio se señala la implementación de un ajuste monetario y fiscal en 2016, todo un reconocimiento al impacto de estas políticas. No obstante, pronostica que ello empujará «un rebote en 2017, cuando la inversión se recupere lentamente debido a la renovada confianza de los inversores». Una vuelta de tuerca oxidada a la «mística» de los noventa. Viendo lo que ocurre en Brasil, no hace falta comprar el diario del lunes para visualizar los perjuicios que plantea el nuevo modelo. «
Nota publicada en Tiempo Argentino, Domingo 10 de Enero de 2016.