Revista Veintitrés
El 22 de noviembre se define mucho más que un gobierno nacional para los próximos cuatro años. Ese día la ciudadanía resolverá a través de su voto si continuaremos por el camino del desarrollo económico con inclusión social, la consagración de nuevos derechos, la inserción en el mundo con un proyecto soberano, o volveremos al Estado que gerencia los intereses del privilegio, apuesta al endeudamiento y la subordinación a los grandes grupos económicos locales e internacionales, defiende las políticas de ajuste y promueve el achicamiento del aparato productivo.
Los cantos de sirena del macrismo no nos pueden hacer olvidar sus ocho años de gobierno en la ciudad de Buenos Aires: no resolvió el déficit habitacional que afecta a más de medio millón de personas; recortó los presupuestos de salud y educación; no resolvió el problema de la basura; aumentó los impuestos y no cumplió con la promesa de extender diez kilómetros por año el servicio de subte. Su concepción de “seguridad” se expresó en las represiones del Indoamericano –con tres muertes que lamentar– y del Hospital Borda, y los dos primeros jefes de la Metropolitana están procesados por delitos. Su retórica sobre el diálogo y el respeto a las instituciones no sólo es desmentida por su política represiva: Macri vetó 120 leyes, un récord en el avasallamiento del Poder Legislativo; estuvo procesado por contrabando y está imputado por las escuchas ilegales a familiares de la AMIA, referentes sociales y políticos. El GCBA más que triplicó la deuda externa en dólares, y acumula más de 200 denuncias penales por irregularidades. Botones de muestra de una gestión ineficiente –en el mejor de los casos–.
En las antípodas, desde los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se crearon más de cinco millones de puestos de trabajo, se incrementó el presupuesto educativo a más del 6% del PBI, se ampliaron los beneficios previsionales a más del 97% de los adultos mayores; se avanzó en el campo de la ciencia y la tecnología, a tal punto que nuestro país puso en el espacio dos satélites de telecomunicaciones y está construyendo el tercero.
En el plano internacional, hemos tenido un rol protagónico en la creación y el fortalecimiento de nuevos bloques regionales como la Unasur y la CELAC. Desde esta nueva configuración emancipatoria y de ruptura con las “relaciones carnales” con Estados Unidos, hemos levantado la bandera de la soberanía y estrechado vínculos con los bloques emergentes y países que expresan la multipolaridad del mundo contemporáneo. Como corolario de esta política, la Asamblea General de la ONU aprobó la propuesta argentina de fijar nueve principios para la renegociación de las deudas soberanas.
Con firmeza y decisión política nuestro país se desendeudó y dejó de estar subordinado a los organismos multilaterales de crédito, en especial al FMI, y enfrenta con valentía el asedio de los fondos buitre.
Es cierto que aún queda mucho por hacer: nuevos logros en materia de desarrollo económico y social, reducir la pobreza a cero, lograr la inclusión social plena, sostener el crecimiento de las economías regionales, el fomento a las pymes del campo y la ciudad, profundizar la industrialización, fortalecer el mercado interno, y todo lo que falta para el pleno goce del pueblo de todos sus derechos y la grandeza de la Patria. Todo ello sólo podrá lograrse si votamos al Proyecto Nacional que encarnan Daniel Scioli y Carlos Zannini, porque como sostuvo nuestro candidato a presidente: “La elección ahora es mano a mano, el país del poder concentrado contra los intereses del pueblo”.