Tiempo Argentino | Opinión
En una nota reciente publicada en El País (3/10) Paul Krugman, Nobel de Economía, analizó los ejes de las propuestas del ala conservadora estadounidense, que viene promoviendo una rebaja de los impuestos a los más ricos, un tema que encaja perfectamente con algunas discusiones que se dan en nuestro país en la víspera electoral.
Según Krugman, los partidarios de estas ideas parten del supuesto de que con ello se generará un mayor crecimiento económico, lo cual les da pie para decir que los planes fiscales resultarán «inocuos» en términos de recaudación. No obstante, el economista se encarga de dar ejemplos de experiencias históricas en EE UU que demuestran que una menor presión fiscal a los sectores más pudientes no hace más que ralentizar el desempeño económico.
La pregunta obligada entonces es por qué los republicanos apoyan estas grandes rebajas fiscales, y más aun –sigue Krugman– si no se trata de una medida popular, considerando que el 61% de los estadounidenses cree que los individuos con rentas más altas tienen una carga impositiva que debería ser mayor. La respuesta es sencilla: «Porque eso es lo que quieren los donantes ricos.»
El catedrático finaliza sosteniendo que «en realidad, se trata de una guerra de clases de arriba abajo», frase que aclara todo el panorama y que pone de relieve la disputa por la distribución del ingreso y la riqueza; una lucha que también se expresa en los planteamientos acerca del rol del Estado, y que el pensamiento neoliberal trata de invisibilizar.
Algo de esto ocurre con el recientemente firmado Acuerdo de Asociación Transpacífico, cuyo objetivo es, según declaraciones de Joseph Stiglitz, «administrar las relaciones comerciales y de inversión de sus miembros (…) en representación de los más poderosos lobbistas de negocios de cada país», lo que lleva a que «en los hechos (el Acuerdo) funcionaría en contra del libre comercio».
El caso de la industria farmacéutica es un ejemplo paradigmático ya que, según se filtró de las normativas (secretas) del tratado, se ampliarían los derechos de propiedad intelectual de las grandes compañías del sector. En la práctica ello llevaría, según sostiene el también Nobel de Economía, a una menor competencia y a un incremento de los precios de los medicamentos. Queda claro que todo esto es contrario a los efectos benévolos que los paladines del libre juego de la oferta y la demanda intentan instalar, con el agravante de que en este caso lo que está en riesgo es la salud de las personas.
Con este marco conceptual de fondo, durante la semana se llevó a cabo en Mar del Plata el 51º Coloquio de IDEA y como siempre resultaron ilustrativas la cobertura de los medios y las afirmaciones de quienes asistieron al evento.
Así, La Nación (15/10) llegó a titular en tapa: «Podrían suspender más personal luego de las elecciones», para arremeter en el cuerpo de la edición impresa con un «No hay tiempo para gradualismo», dando por sentado que un ajuste y una devaluación serían eventos inexorables, políticas que, vale decir, van en línea con las recomendaciones que dio el FMI en la Asamblea Anual que se desarrolló en Lima.
Los intentos de fijarle la agenda al próximo gobierno giraron en gran medida alrededor del rol del Estado, a punto tal que en la inauguración del evento el presidente de IDEA, Ignacio Stegmann, señaló: «Hay que terminar con la confusión de Estado y gobierno, para evitar que los gobernantes de turno se sientan dueños del Estado y sus recursos», una frase que no se habría dignado a comentar durante los años noventa, cuando las políticas públicas se orientaban hacia la satisfacción del principio del máximo lucro de las grandes empresas.
No resulta casual que esta sea la misma idea que viene sosteniendo Mauricio Macri, quien a finales de agosto había señalado que «el gobierno tiene que ser como un canchero de fútbol», es decir, cuidar la cancha, para que el sector privado juegue y a su vez sea el director técnico. En sintonía con ello, estos días sostuvo que «con reglas claras y políticas consistentes el campo va a crear más de un millón de puestos de trabajo», frases que bien podrían haber sido extraídas de alguno de los documentos del Foro de Convergencia Empresarial.
Cabe recordar que en su texto más reciente, «El rol del Estado y el buen gobierno republicano», el Foro afirma que el Estado debe remitirse a «establecer reglas de juego claras y hacer cumplir las leyes, pero más allá de este marco, su injerencia en el ámbito propio de la actividad privada (…) lesiona gravemente la economía y obstaculiza el desarrollo económico y social». Queda en evidencia cómo, con la excusa de la «institucionalidad», se intenta redefinir todo el conjunto de prácticas que rigen la vida en sociedad, neutralizando cualquier posibilidad de aplicar políticas de planificación, de redistribución de ingresos, o de regulación en cuestiones clave como son la administración de las divisas o del tipo de cambio.
Los empresarios también llevaron a IDEA sus banderas en materia de reducción impositiva, con la mira puesta en el incremento de su rentabilidad, un pedido que encuentra puntos de contacto concretos con el accionar de los republicanos norteamericanos, y que algunos políticos locales se encargaron de levantar; tal es el caso de Sergio Massa, quien dijo que «Argentina está enferma de impuestos», o Macri, que aboga por doquier acerca de la eliminación de las retenciones, planteos que sólo cierran con un duro ajuste del gasto. Adrián Kaufmann, nuevo presidente de la UIA, fue claro al respecto y señaló: «Vamos a tener que realizar los ajustes necesarios para volver a crecer.»
Brasil es un buen espejo del derrotero inaceptable que conllevan las políticas ortodoxas, que parten del razonamiento falso de que una mayor confianza llevará a un mayor dinamismo de la actividad. Tal es así que el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, acaba de declarar que «hay necesidad de apretarse el cinturón» para que la economía pueda «respirar» y que las familias recuperen la «esperanza», una frase que vulnera cualquier regla, no sólo de la economía, sino también de la biomecánica más elemental, y que lleva a pensar en el carácter perpetuo que adquiere el ajuste dentro de la lógica ortodoxa. Como parte de esta dinámica se insertan la rebaja de la calificación de Fitch (de este jueves) y la noticia de que en agosto el PIB cayó un 4,5% interanual, lo que indica que se profundiza la recesión.
A pocos días de las elecciones presidenciales, en Argentina no quedan demasiadas dudas respecto de la existencia de dos proyectos contrapuestos. El que expresan los candidatos de la derecha, y el que expuso Daniel Scioli en el Teatro Ópera, donde habló de «crecimiento económico sostenido, pleno empleo y de calidad, distribución del ingreso y mayor calidad de vida», que será el Estado el que defina el tipo de cambio, y no el mercado, y que tenemos que seguir fortaleciendo el vínculo con los emergentes (por ejemplo, China y Rusia). Una línea que es preciso sostener, tal como comentó al candidato del FPV la propia presidenta: «Daniel, queremos a este proceso de reindustrialización que vos vas a profundizar, darle mayor entramado, porque ya se hizo la primera parte pero falta la otra, porque esto no es una cuestión de uno, dos o tres períodos de gobierno, esto tiene que tener una continuidad en las convicciones y en el proyecto.»
Soy optimista respecto de que seguiremos avanzando de manera decidida en la construcción de un país más justo y solidario. Están dadas las condiciones para ello y contamos con la voluntad colectiva necesaria para lograrlo. «
Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 18 de Octubre de 2015.