El FMI en campaña electoral

Tiempo Argentino | Economía

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El FMI en campaña electoral

En el marco de la Asamblea Anual conjunta con el Banco Mundial que se desarrolló en Lima durante esta semana, y a poco de las elecciones presidenciales en Argentina, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presentó la actualización de sus tendenciosas proyecciones y blandió con inusitada fuerza su triste manual neoliberal.

Valiéndose de ello, La Nación tituló: «Para el FMI, la economía argentina enfrenta una tendencia insostenible» (8 de octubre). En tanto, El Cronista (7 de octubre) sostuvo que el organismo financiero «ahora prevé que el PBI argentino caerá 0,7% en 2016 y el desempleo subirá hasta 8,4%», pasando por alto el recálculo que el FMI se vio obligado a realizar para 2015, con un crecimiento que llegaría al 0,4%, que revierte la contracción del 1,5% avizorada un año atrás. Las proyecciones también quedan expuestas si se las compara con las de la CEPAL, que prevé un crecimiento del PIB del 1,6% para este año, un número más cercano a los parámetros actuales del nivel de actividad (en el primer semestre fue del 2,2 por ciento).

En el plano económico mundial también dejó de manifiesto sus elucubraciones estadísticas al reducir el crecimiento proyectado al 3,1% en 2015, respecto del 3,8% de un año atrás. Se destaca la corrección en Brasil, con una contracción del 3% respecto del valor anterior (+1,38%), es decir, un yerro de más de cuatro puntos porcentuales.

Sin lugar a dudas, vuelve a quedar en evidencia la existencia de dos proyectos contrapuestos y en franca disputa.

Estos errores recurrentes son el resultado de una estrategia que consiste en subestimar las chances de éxito de los países que se salen del recetario (como Argentina), y que por otro lado tiende a «embellecer» el panorama de aquellos que abrazan sus recomendaciones, pronósticos que en este último caso, y tal como sostuvo el ministro de Economía, Axel Kicillof, el Fondo «luego se ve obligado a rebajar».

Al respecto, vale detenerse en uno de los estudios que presentó el FMI en la Asamblea Anual, bajo el sugestivo rótulo «Perspectivas Económicas: Las Américas. Ajustando bajo presión», lo cual marca el verdadero tono de la agenda de los organismos financieros. Es la misma concepción a la que adhirió el economista jefe del Banco Mundial para América Latina, Augusto de la Torre, al sostener que, «si existen correspondencias políticas, se reajusta bien; si no, pues mal, pero se reajusta». También cargó contra el salario mínimo y dijo: «En tiempos de retroceso de la economía, se vuelve un enemigo para el empleo», una idea flexibilizadora típica de los noventa.

En el caso argentino, el FMI sostuvo que «la falta de acceso al mercado (NdR: de crédito) impacta en la actividad» y que se «debe eliminar las distorsiones microeconómicas» (controles cambiarios, regulación de las tarifas de servicios públicos, acuerdos de precios). En tanto, «se necesitará un ajuste fiscal y una orientación monetaria más restrictiva para contener los efectos de la inflación y limitar las presiones de la depreciación», un auténtico esquema «llave en mano» que las élites locales se encargan frenéticamente de agitar.

Deuda y soberanía

Como se descontaba –y según lo pautado en el Presupuesto para el corriente año— el gobierno nacional canceló la última cuota del Boden 2015 y no tardaron en aparecer los planteos oportunistas que intentan sembrar pánico, para luego bajar línea sobre las políticas que debería encarar el próximo gobierno. Por caso, el vicepresidente de Análisis de Riesgo de la calificadora Moody’s, Gabriel Torres, sostuvo que «las reservas del Banco Central sólo alcanzan para sobrevivir hasta el 10 diciembre», muy en línea con aquellos que tratan de instalar la idea del final de ciclo. Según Torres, «resolver con los holdouts y normalizar la macroeconomía permitiría a Argentina que se compare con países unos cuantos escalones por encima (…) y que ciertos cambios de decisiones de políticas pueden abrir la puerta a un cambio de calificación». ¿Acaso estará pensando en emular el camino de Brasil, que en 2008 recibió el grado de inversión y a raíz de ello una lluvia de capitales especulativos, que luego terminaron condicionando severamente a la actual gestión?

Como sea, los números muestran que tras el pago de los 5900 millones de dólares en concepto de Boden, y luego de la suscripción del Bonar 2020 (668 millones de dólares), las reservas se situaron en unos 27.750 millones, monto que seguramente será engrosado antes de fin de año a través de una ampliación del swap con China. Dicho pago es la contrapartida de la reducción de una deuda, y por ende no podía dejar de reflejarse en las arcas del Banco Central, un criterio de contabilidad del más elemental que debe complementarse con las importantes ganancias en términos de soberanía, una herencia palpable de la política de desendeudamiento que la ortodoxia rehúsa comentar. La misma estrategia que llevó la deuda pública desde el 166,4% del PIB en 2002, al 42,8% en 2014, y que tras el pago de esta semana hizo que la deuda con los privados en moneda extranjera quedara en el 7,3% del PIB, números que no muchos países pueden darse el lujo de presentar. Los datos son realmente categóricos, a tal punto que la presidenta Cristina Fernández afirmó que con el pago del Boden «cerramos el último capítulo del gran endeudamiento argentino».

Límites al desarrollo

Mientras los líderes de las principales potencias discuten sobre la suba de tasas en Estados Unidos y dictan cátedra de ajuste, la estrategia neoliberal sigue tratando de cristalizar las condiciones estructurales de la dependencia. De hecho, se firmó esta semana el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), una normativa diseñada a la medida de las transnacionales que profundiza la senda de la liberalización de la inversión y el comercio, y restringe los márgenes de soberanía de los gobiernos. El acuerdo se negoció en secreto y fue promovido desde los Estados Unidos. Involucra a Japón, Australia, Brunei, Canadá, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam, y a tres países latinoamericanos: México, Chile y Perú (que participan de la Alianza del Pacífico, junto con Colombia). Se trata de la mayor zona de libre comercio y abarca al 40% del PIB mundial.

Las implicancias trascienden al plano geopolítico, algo que dejó en claro Barack Obama al señalar que «cuando más de un 95% de nuestros potenciales consumidores vive fuera de nuestras fronteras, no podemos dejar que China escriba las reglas de la economía mundial».

El acuerdo fue saludado por los grupos más conservadores del medio local. Tal es así que esta semana La Nación volvió a decir presente y tituló: «El ALCA no se fue adonde Chávez quería», reflotando el espíritu del proyecto que trató de instalar.

Por su parte, el secretario de Comercio, Augusto Costa, sostuvo que la estrategia de estos países «no apunta a desarrollar una industria diversificada ni profunda sino aprovechar ciertos nichos como los recursos naturales o mano de obra abundante y barata». Costa también señaló que «los países desarrollados pregonan ideas que no tienen relación ni con las políticas que aplicaron históricamente ni con sus políticas actuales».

Sin lugar a dudas, vuelve a quedar en evidencia la existencia de dos proyectos contrapuestos y en franca disputa. El tenor de lo que está en juego –la posibilidad de seguir construyendo un proyecto alternativo que permita sortear los límites de la dependencia y la desigualdad– no se debe perder de vista, más ante un momento tan trascendente como el que vamos a vivir dentro de dos semanas.

Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 11 de Octubre de 2015.

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