Revista Hamartia
Por Carlos Heller
Las reflexiones sobre las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en la Ciudad de Buenos Aires deben incorporar, desde luego, la especificidad local, su historia, su identidad, sus propias complejidades y dinámicas. Pero el análisis no puede omitir otras variables, más generales, que permitan comprender este acontecimiento en un contexto de cambio de época.
En primer lugar, reconocemos que no estamos satisfechos por el resultado logrado, tanto por el caudal del FPV, como por el que nosotros obtuvimos dentro de ese espacio al que pertenecemos. Formamos parte de una coalición que ha venido transformando el país desde hace más de una década. Nuestra presencia en el poder legislativo nacional y en otros ámbitos de gestión en todo el país es parte y resultado incuestionable de este gran balance que debemos hacer y que nos sirve como marco de referencia para las evaluaciones coyunturales.
En Argentina todos sabemos que este año es muy importante para la continuidad o no del modelo emergente en el 2003; las elecciones presidenciales en octubre, sin posibilidades de reelección de la Presidenta, abren una serie de escenarios posibles e inciertos a la fecha. En este tiempo que transcurre hasta octubre se dan las elecciones provinciales que constituyen una antesala, una referencia ineludible aunque no mecánica para la compulsa presidencial. Dentro de este gran proceso, nosotros percibimos que el kirchnerismo también es un campo de tensiones, de visiones, que para nosotros se sintetiza en una posibilidad o una esterilización.
La posibilidad es que sea la fuerza amplia, plural, diversa y movilizadora de las más amplias mayorías que pretenden consolidar todo lo que se ha hecho bien y bregar por conquistar lo mucho que falta. La esterilización podría ser que el kirchnerismo termine siendo solo una corriente más del justicialismo. Con esta mirada nos metimos en la disputa política interna de las PASO. Una diferenciación conceptual profunda que intentamos instalar, y que no logramos, en la sociedad porteña. Las razones son muchas y variadas.
No obstante, la claridad de nuestras consignas en la campaña, y de nuestro discurso, prendió en el espacio del kirchnerismo y en algunos de los precandidatos estuvo presente este mensaje como una especie de sinceramiento tardío de lo que se debe corregir. La consigna “el futuro del kirchnerismo se disputa hoy” y la apelación a quienes desean un kirchnerismo “diverso, amplio y plural” que levantamos en toda la campaña tuvo una gran resonancia por su valor estratégico. La propia Presidenta le dio volumen a estos ejes de nuestro discurso en los actos que participó durante la campaña, y el propio Recalde lo incluyó como un concepto central en el discurso de la noche del 26 de abril, una vez conocidos los resultados electorales.
Estos aspectos que resaltamos como positivos en nuestra campaña hay que enmarcarlos, además, en un tipo de contienda especial, que fue asumida por todos los precandidatos del espacio como una “no confrontación”. Esto generó que, salvo lo “amplio, plural y diverso”, no fue factible plantear mayores diferenciaciones algo que, sumado a las clarísimas señales de la consagración de Recalde como “el candidato oficial”, restó interés a nuestra propuesta.
Por todo lo dicho debemos justipreciar que, pese a lo magro del resultado cuantitativo, conseguimos que nuestras ideas tuvieran un eco importante en el espacio kirchnerista del cual nos reafirmamos como integrantes. Por ende, y a modo de un primer balance, tomando debida nota de la frustración que nos produce que el FPV no haya sido la segunda fuerza y que dentro de ello, no lográramos la nominación de nuestro legislador Edgardo Form y de los comuneros, nos es posible marcar dos conclusiones cualitativas.
Una: que el propio resultado global logrado por el FPV en la Ciudad de Buenos Aires indica la necesidad de resignificar el kirchnerismo dándole mayor amplitud, pluralidad, y diversidad. Y la otra conclusión, que nos atañe especialmente, es que nuestra misión es justa y necesaria.
Se trata de trabajar políticamente poniendo eje en los sectores medios –con sus facetas más diversas–, de la cultura y en las entidades de la Economía Social de la sociedad argentina, para neutralizar las influencias de las ideologías retrógradas y conservadoras y contribuir a encolumnarlas en un frente de contenido emancipador cuyo objetivo sea construir una sociedad con igualdad de oportunidades y justicia social. Y esto trasciende las fronteras de la Ciudad de Buenos Aires. Continuaremos en esta lucha pues ésa es la razón de nuestra existencia como fuerza política.
Los verdaderos enemigos (no sólo adversarios) del campo popular son los sectores del poder concentrado que sin pudor alguno se disfrazan de gran convergencia republicana para defender sus posiciones de privilegio. Y así lo explicitan claramente como plataforma de exigencia al próximo gobierno; volver al mercado como factor fundamental, negar las potestades de la política y del Estado, eliminar las políticas públicas activas en materia económica, social y cultural y recuperar así el papel hegemónico que otrora supieron detentar. Nos referimos al “círculo rojo” de poder fáctico al que aludió, y reconoció como su real referente, el promocionado y mediáticamente protegido alcalde de la Ciudad de Buenos Aires.
El gran telón de fondo de la agenda electoral
No cabe duda que no solo en nuestro país sino en la región los gobiernos de nuevo signo, que han roto con el paradigma neoliberal, se encuentran atravesando distintos tipos de disputa, de mayor o menor intensidad, que se despliegan en los niveles económicos, sociales y culturales en forma continuada, y se condensan en cada hito electoral del sistema democrático. Y la disputa entre lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no acaba de perecer está inevitablemente encuadrada en forma global, como el atributo fundamental de la crisis de sustentabilidad del sistema capitalista a escala mundial.
Si hay un punto de inflexión del predominio absoluto del proyecto neoliberal conservador es la caída del Muro de Berlín en 1989 y a renglón seguido la implosión y desaparición de la URSS, apenas dos años después. A partir de entonces reinó una incontrastable hegemonía del neoliberalismo, que tuvo como máximo galardón hundir al mundo en un indignante nivel de injusticia social, pobreza, marginalidad y desigualdades sin precedentes en la historia universal.
El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) resulta lapidario en lo que a resultados del paradigma neoliberal se refiere: la desigualdad es la mayor en toda la historia. La desigualdad entre ricos y pobres alcanzó niveles récord en la mayoría de los países desarrollados y es aún más alta en las economías emergentes. El informe reciente precisa que dentro de la OCDE, que agrupa a 34 países, el 10% de las personas más ricas tiene ahora ingresos 9,6 veces superiores a los del 10% de los más pobres. Esa proporción era de 7,1 veces en los años ochenta y de 9,1 veces en los 2000. “Hemos alcanzado un punto crítico. Las desigualdades en los países de la OCDE no fueron nunca tan altas desde que las medimos”, declaró el secretario general de la organización, el mexicano Ángel Gurría, al presentar el informe en París junto con Marianne Thyssen, comisaria europea de Empleo. “Al no atacar el problema de las desigualdades, los gobiernos debilitan el tejido social de sus países y comprometen su crecimiento económico a largo plazo”, agregó Gurría. El incremento de las desigualdades, entre 1985 y 2005, en los 19 países analizados redujo el crecimiento en 4,7 puntos de porcentaje acumulado entre 1990 y 2010.
Las desigualdades resultan más ostentosas aún en términos comparativos de patrimonios. Después de la crisis global de 2008, el ingreso medio global se redujo en un 11%, mientras que los ingresos más altos crecieron un 7%.
Para reducir la desigualdad y estimular el crecimiento, la OCDE recomienda a los gobiernos que promuevan la igualdad entre hombres y mujeres en materia de empleo, que amplíen el acceso a empleos más estables y que alienten las inversiones en educación y formación a lo largo de toda la vida activa. Como vemos, las recomendaciones no están contenidas dentro de las recetas neoliberales que defienden a ultranza los sectores conservadores y restauradores del poder concentrado, tanto en nuestro país como en la región. Además, el informe demuestra que entre 1995 y 2013, más de la mitad de los empleos creados en los países de la OCDE eran a tiempo parcial, temporales o concernían trabajadores independientes. Y más de la mitad de los empleos temporales estaban ocupados por personas de menos de 30 años. Y si de discriminación se trata, en cuanto a las mujeres, sus probabilidades de obtener un empleo remunerado son un 16% inferiores a las de los hombres, y sus remuneraciones son un 15% inferiores a las de los varones. A contraviento de los popes del neoliberalismo, la OCDE provee soluciones regulacionistas como generar políticas que mejoren el trato de las mujeres en el mercado laboral, considerando que son clave para reducir la desigualdad salarial y alentar más el crecimiento económico. Y si de modelos ideales defendidos por los gurúes conservadoras se trata, el informe connota que las desigualdades en los países de la OCDE son más marcadas en Chile, México, Turquía, Estados Unidos e Israel, y menos en Dinamarca, Eslovenia, Eslovaquia y Noruega. Y son aún mayores en los grandes países emergentes, pero se están reduciendo en muchos de ellos, en particular en Brasil. Y como frutilla de postre expresa que el problema es particularmente agudo en Estados Unidos. Entre 2008 y 2013, el ingreso promedio del 10% que más gana subió un 10,6%, mientras que los ingresos del 10% que menos gana cayeron un 3,2%.
El modelo de desarrollo más extendido en el planeta está montado en una lógica predadora que pone en vilo la continuidad de la especie y la vida en el planeta. Los países más poderosos –especialmente EEUU– bajo la doctrina del destino manifiesto y la auto imagen como Pueblo Elegido, no trepidan en promover invasiones, asesinatos selectivos, amenazando y estimulando por todos los medios posibles la instalación de una lógica mundial fundada en la fuerza que proveen las armas.
La América postergada y sus vientos emancipatorios
Con el triunfo de Hugo Chávez Frías en 1998 se inició en el plano regional y mundial un verdadero cambio de ciclo.
En el plano de la región, emergieron un conjunto de nuevos gobiernos que reimpulsaron el proyecto de Patria Grande, soñado por Bolívar y San Martín hace 200 años. Este camino de integración resulta ser un gigantesco desafío integral que avanzó hasta hoy a niveles impensados apenas una década atrás: la ampliación del MERCOSUR, la creación de la UNASUR y la CELAC, el ALBA resultan ser la expresión institucional de un nuevo momento histórico para el continente. Este proceso unitario –que se ralentizó tras las muertes de Néstor Kirchner y Hugo Chávez– avanza sin embargo no sin tensiones ni dificultades.
Dentro del nuevo mapa regional otra novedad significativa es que muchos de los nuevos gobiernos han promovido políticas públicas que han procurado reparar los efectos del neoliberal-conservadurismo. Algunos de ellos, por el impulso de sus pueblos y la decisión de sus líderes, han avanzado más aún y se proponen fundar el socialismo del siglo XXI. Además, emergen como nuevos bloques una serie de países asociados que representan un poder nuevo y desafiante: los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); la ASEAN –con once países miembros, incluida China–, o UNASUR; las nuevas relaciones Sur-Sur están provocando un verdadero cambio en la geopolítica mundial. A pesar de los agoreros pronósticos de fin de ciclo, lo cierto es que los gobiernos populares de la región han sostenido -contra todos los esfuerzos de las fuerzas conservadoras- la dirección política del Estado. Fueron revalidados en sucesivas elecciones democráticas y su legitimidad está fuera de toda duda.
Si la primera década del siglo XXI fue una “década ganada”, el escenario abierto por los gobiernos latinoamericanos ha planteado nuevos pisos y se han generado nuevos desafíos.
Fuentes insospechadas de poseer algún tinte de izquierdismo, como el Banco Mundial, reconocieron que en la región se han expandido de manera notable las capas medias y millones de ciudadanos –privados de los más elementales derechos en el siglo pasado- han pasado a ser sujetos de derecho, han accedido a la satisfacción de necesidades básicas y hoy empiezan a reclamar, con toda la razón que les asiste y con la esperanza de vivir mejor, por nuevas conquistas sociales.
En el marco de las múltiples crisis simultáneas que ocurren en el mundo, los gobiernos populares de la región se ven confrontados a nuevos desafíos. La persistencia de la lógica neoliberal en los países centrales, la financiarización creciente de la economía y la aplicación de las viejas políticas del Consenso de Washington han generado procesos recesivos, estancando en su conjunto a la economía mundial. La iniciativa de los llamados países emergentes -nuevas formas de asociación, nuevos instrumentos para financiar el desarrollo, creación de nuevos canales de intercambio e integración- genera inéditas oportunidades en un mundo en crisis.
En el caso de la región, los problemas del mundo global inducen a profundizar la integración no solo en el plano de la política y las instituciones. Emerge cada vez más la necesidad de impulsar de forma urgente un proyecto de desarrollo regional que integre procesos productivos y de consumo, permitiendo vivir de lo nuestro, como proponía Aldo Ferrer. Solo que “lo nuestro” no se restringe a la Argentina sino a Nuestra América y, más precisamente, a procesos de articulación Sur-Sur.
Un elemento a considerar dentro de este panorama es que las derechas también aprenden. Un primer componente, que no sabemos con certeza si va a mantenerse, es que esta derecha del siglo XXI parece haber asumido el respeto a las reglas de juego democráticas para hacer política. Si bien en momentos de conflicto crítico, como ocurrió con la batalla de las retenciones en 2008, se manifestaron de modo indisimulable acciones destituyentes, los sectores concentrados de poder deben aceptar que no tienen condiciones para asaltar el gobierno por medio de golpes militares.
Cierto es que los casos de Honduras y Paraguay nos alertan sobre la persistencia de ese impulso represivo y golpista de núcleos irreductibles de los sectores reaccionarios más brutales. Sin embargo, no parece haber condiciones para el retorno de fórmulas mesiánicas aplicadas a sangre y fuego. En otro orden mucho más sutil, la derecha no reproduce el discurso descarnado de los años noventa. El propio Mauricio Macri, quien en 2005 dijo en una entrevista que su alcalde predilecto fue Osvaldo Cacciatore, delegado de la dictadura genocida, parece haber renunciado a sus confesiones y a sus propias declaraciones políticas, como cuando en 2009 se pronunció contra la estatización de las AFJP, Aerolíneas, YPF, Fútbol para Todos y de cuanta medida sea a favor de las mayorías populares. Actualmente despliega un discurso oportunista en el que “reconoce” que hay que partir de lo hecho para avanza con “los cambios” que hacen falta. Además de detentar la cobertura de los grandes medios, la derecha clásica ha aprendido a manejar la palabra pública y esconde de manera muy hábil sus inconfesables afanes restauradores. Muestran su esencia cada tanto, pero de ningún modo puede pensarse que se trata de la misma derecha noventista que gozaba de que hacía gala fervorosa de sus ideas.
Haciendo historia, debemos recordar que el triunfo cultural del neoliberalismo habilitó políticas públicas que arrasaron con las instituciones del antiguo Estado benefactor inaugurado por el peronismo. Por cierto, antes de que Menem avanzara a paso de gigante privatizador, el modelo de bienestar desplegado desde los cuarenta sufrió sucesivas reformulaciones, recortes y reconfiguraciones por la acción de sucesivos gobiernos golpistas que en 1955, 1961, 1966 y 1976 desandaron los avances en materia de institucionalidad y lo que se fue conquistando en materia de políticas públicas populares y democráticas.
Esta derecha se exhibe en jornadas como las que promueve la Fundación Pensar, de Macri, donde convergen referentes culturales y políticos de la región y el mundo como Mariano Rajoy, José María Aznar, Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro, Sebastián Piñera, entre otros exponentes de derecha sin fronteras.
Ellos hacen un trabajo sostenido de difusión de la cultura del egoísmo, la competencia y la desigualdad como atributos virtuosos de una manera de concebir la sociedad. Esta concepción resulta expresada, de acuerdo a las relaciones de fuerza, a veces con una impudicia brutal, y otras veladas tras discursos más matizados.
Los objetivos pendientes de los gobiernos populares, la crisis mundial, los aprendizajes de la derecha planetaria y especialmente latinoamericana, son factores que dan cuenta de elementos que se deben ponderar en todo análisis político de coyuntura.
Nosotros los porteños
Hay, finalmente, notas específicas de la cultura ciudadana y su propia historia como parte del país. Buenos Aires, como toda gran ciudad, posee complejidades que no pueden ser reducidas unidimensionalmente.
Históricamente, fue sede de levantamientos sediciosos de derecha pero también de indelebles puebladas llenas de rebeldía.
Parte de su población se identificó con la suerte del país y la región. Esos sectores conviven con otros que cayeron en la trampa de un colonialismo miope, y asumiendo la mirada del opresor hacen propia la mirada de la exclusión, la segregación y la desigualdad.
En su territorio se despliegan infinidad de proyectos solidarios, de experiencias colectivas valiosas, de ámbitos democráticos de construcción cultural, social, política. Pero conviven también lugares donde se promueven lúgubres prácticas de discriminación o violencia.
La ciudad más rica de la Argentina ha sido siempre la más desigual, pero en los últimos ocho años este proceso de desigualdad se incrementó. Cierto es que las políticas nacionales han favorecido el mejoramiento de las condiciones de vida de todos los sectores sociales. Y las capas medias, beneficiarias inmediatas del actual modelo económico, pueden desde luego no vislumbrar que esa mejoría es producto de un proyecto integral de país y no de la gestión mucho más opaca e injusta de un alcalde hábil pero enemigo acérrimo de la igualdad social. El hecho inaceptable de que en estos años se incrementó la mortalidad infantil es un acta de acusación ilevantable que ningún discurso puede disimular.
Nuestro espacio político, que integra el amplio campo nacional, popular y democrático liderado por Cristina Fernández, tiene la responsabilidad de dar en los próximos meses una dura batalla política, cultural, ideológica y organizativa.
Con los rasgos que describimos, lo cierto es que el macrismo ha ganado en todas las circunscripciones de la Ciudad, y esto constituye un gran palo en la rueda para el ciclo nacional iniciado en el 2003. No obstante, creemos que la Ciudad de Buenos Aires tiene extendidas y valiosas reservas morales y democráticas que pueden superar el retroceso que el macrismo supone y contactar con aires de renovación progresista, sumándose al proyecto popular, nacional y democrático del que formamos parte.
Tenemos la responsabilidad de dar batalla y vencer a un proyecto político injusto y autoritario. Y tenemos, para oponer a ese modelo, no solo buenos discursos sino políticas públicas y proyectos que se enmarcan en una batalla de época, acerca del presente y del futuro de esta Humanidad que lucha y construye la esperanza de un mundo mejor.