Luego del arrollador triunfo electoral de Cristina Fernández de Kirchner, comenzaron a perfilarse las estrategias de la derecha más concentrada. Con el desencanto de las cifras electorales que produjeron los candidatos del arco opositor, y la imposibilidad de llamar la atención sobre alguno de ellos, los dardos se orientaron hacia el espectro político triunfante, y obviamente y sin pudor contra la propia Presidenta.
Un primer rango argumental fue el de alertar sobre el peligro que supuestamente se yergue sobre la democracia al concentrar tanto poder político. Alguna humorada apareció al respecto diciendo que el cuarenta por ciento de los votos significaba ballottage, que el cuarenta y cinco por ciento era triunfo en primera vuelta, y que el cincuenta y más ya era dictadura. Este razonamiento es propio y característico de los sectores que siempre han concebido el sistema democrático desde el tutelaje de sus poderes económicos y que, con distintos grados de elitismo, se expresaron en la defensa del voto calificado. Esto último, a veces, aparece como una nostalgia, de la mano de intelectuales que enfatizan que, sin educación -habría que interpelar aquí a qué tipo de formación se refieren y con qué marcos de sentido-, no hay democracia.
Cuando el mandatario venezolano Hugo Chávez ganó su tercera elección por el sesenta por ciento, un gran titular gráfico decía: “Ganó Chávez por el sesenta por ciento, se teme una dictadura”. Otro afluente discursivo en este rango es el de armar un mapa político en el cual la dualidad oficialismo-oposición se traslada al espectro político gobernante.
La tremenda brecha electoral entre el oficialismo y las fuerzas políticas opositoras ha colocado a todo el espectro de las derechas en un sitio de gran incomodidad e incertidumbre, no sólo en su capacidad de incidir en los próximos cuatro años, sino de gestar durante ese período un referenciamiento político para disputar las legislativas de 2013 y las presidenciales de 2015. Entonces, mientras lanzan globos de ensayo, uno de ellos es el de perfilar a Mauricio Macri como la alternativa aglutinante. Parece que la estrategia de alcance medio será la de aumentar las críticas a las medidas nuevas que se implementen y diseñar campañas mediáticas de disputas, desacuerdos y contradicciones dentro del campo del Gobierno y de sus aliados.
La prueba más palmaria de esta afirmación la proveen los mismos medios concentrados cuando dedican titulares y especulaciones sobre el distanciamiento del líder de la CGT, Hugo Moyano, con el Gobierno. Ya el secretario general de la central no constituye un gran peligro, sino que sería la víctima del autoritarismo presidencial. Incluso, la justa pretensión de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, derecho consagrado en la Constitución, otrora tratado como el signo de la intemperancia sindical, fue tratado mediáticamente poniendo el eje en la supuesta confrontación entre la CGT y el Gobierno. Recuerdo cuando el Grupo A, que se había opuesto a la recuperación por parte del Estado de los fondos jubilatorios, lanzó la campaña por el ochenta y dos por ciento móvil, con el único fin de perjudicar la imagen del oficialismo y desfinanciar al Estado.
Otro guión discursivo editorial es el de “se acabó la fiesta” electoral, y la Presidenta se encuentra ante el vacío que produce, en materia de decisiones económicas, la falta de un verdadero Ministerio de Economía, al frente del cual debe estar alguien con los pliegos merecidos, por supuesto, desde el punto de vista ideológico de la derecha. Entonces, aquí aparece nuevamente la reivindicación de la economía como área de competencia de los iluminados y la consabida relativización de la política para dirigir los destinos económicos de la sociedad.
En forma contraria, y en el marco de la álgida crisis europea, aparecen voces que reflexionan acerca del error cometido por las democracias occidentales en haber dejado la economía en manos de los economistas, y del lamentable resultado, no sólo en materia económica, sino en la desaparición de liderazgos políticos calificados, con visiones estratégicas y humanistas. El desprecio por la política se expresa también en forma patética cuando los poderes concentrados aullaron de espanto en momentos en que el primer ministro griego anunció que pondría a consideración de la voluntad popular, vía referendum, la aceptación del plan de ajuste decidido por la comunidad europea. Siete días más tarde, renunció ante la presión de los poderes económicos concentrados.
En poco más de una semana, después de su reelección, la Presidenta ha tomado decisiones importantes que han causado mella en el sentir profundo de las fuerzas del establishment y sus comunicadores: la de exigir la liquidación de divisas provenientes de las exportaciones en el territorio nacional, por parte de las empresas mineras y petroleras; la de fiscalizar por medio de la AFIP las operaciones cambiarias, y la de mejorar, con una racionalidad segmentada, las políticas de subsidios.
Los medios, rápidamente, encolumnaron sus noticias con dos pilares básicos: la “crispación” que producen los controles en la sociedad y el anunciado colapso de estas medidas, como parte del fracaso del modelo. El “se acabó la fiesta” de muchos comunicadores fue muy claro, se refirieron a la “fiesta del gasto público y del consumo”. Nuevamente, se observa la marca registrada de las aspiraciones verdaderas del neoliberalismo conservador. Las recetas que plantean para que la crisis no nos afecte son las mismas que han generado la debacle, enfriamiento de la economía, ajuste fiscal, desregulaciones y libre circulación de capitales. A esto lo llaman estímulos para la inversión.
Claro está que, para consolidar lo logrado y profundizarlo, habrá que seguir en la disputa de ideas sin pausa y con gran paciencia. Se trata de ir creando una nueva prevalencia de ideas en la sociedad y, para ello, en cada medida que se adopta ir dando luz sobre sus marcos de sentido.
Recientemente, tuve la satisfacción y el orgullo de disertar, nominado por la Alianza Cooperativa Internacional junto con otros cuatro referentes mundiales del Movimiento Cooperativo, en el foro que Naciones Unidas realizó por el lanzamiento del año 2012, como año de las cooperativas, bajo el lema “Las cooperativas contribuyen a la edificación de un mundo mejor”. En ese marco, puse el acento en la necesidad de profundizar un cambio de paradigma para el diagnóstico de la crisis del sistema capitalista. Y para sus soluciones y alternativas, si el mundo sigue construyéndose sobre la base de la búsqueda de la maximización de las ganancias, las crisis se repetirán. Esto implica algunas cuestiones básicas, tales como que la economía es buena si es buena para la gente, que las políticas económicas devienen en resultados sociales. Por eso, los agentes y actores de un nuevo modelo de sociedad no pueden ser los poderes concentrados, devotos de las lógicas autorreguladoras del mercado, sino los Estados reconstituidos como eslabones de otro tipo de integración regional, no basada exclusivamente en la potencialidad de las corporaciones trasnacionales, sino en la potestad política de la sociedad, a través de la democracia participativa. La política, la sociedad y la economía serán, entonces, esferas complementarias y virtuosas, y la construcción de un modelo de convivencia, solidaridad, transparencia, equidad, estará más próxima.
Esta nota fue publicada en la Revista Debate el 14.11.2011