En agosto de este año, el Consejo Suramericano de Economía y Finanzas comprometió a los países miembros a adoptar las medidas necesarias “en prevención de un posible agravamiento de la crisis en gran parte de los países desarrollados”.
Cabe destacar que no hablaron de una nueva crisis sino de la intensificación de la ya existente, que continúa sin resolverse . Dice el Consejo en su declaración: “A pesar de las medidas aplicadas, la desconfianza aún persiste en aquellas economías, en especial en sus capacidades de crecer y generar empleo y de mantener sus niveles de deuda sostenibles”.
Esta cita define las dos cuestiones fundamentales a considerar sobre la crisis internacional: 1. Es un proceso en desarrollo, y 2. Las medidas que se han tomado para anestesiarla no han surtido efecto. Y lo que se deriva de estas dos definiciones es que no se han cambiado los verdaderos procesos que generan esta crisis, cobijados por los preceptos de la economía ortodoxa o neoliberal.
Sucede que el inicio de la crisis no es el 2007 con las hipotecas de baja calidad, sino que es muy anterior, gestado en varios años de políticas de bajas tasas de interés para recuperarse de una crisis anterior, la de la burbuja de las punto com, que a su vez se gestó luego de las crisis de los “bonos basura”, y si seguimos hacia atrás, llegamos a la crisis del petróleo de los setenta, la no convertibilidad del dólar y el comienzo de la pérdida del Estado de Bienestar.
Resulta conveniente caracterizar la crisis actual que, a pesar de ser multidimensional, se centra en la adopción del paradigma neoliberal por parte de los países centrales, paradigma que se ha aplicado con especial ortodoxia para intentar paliar la crisis, y que se ha demostrado ineficaz para ese objetivo. Y esto es así porque la verdad de fondo es que las diversas medidas adoptadas están orientadas a mejorar la tasa de ganancia de las actividades privadas, y principalmente a sostener las ganancias de las grandes entidades financieras que a partir de 2007 están constantemente amenazadas por las malas carteras que poseen producto de las inversiones altamente especulativas, tanto en los instrumentos financieros canalizados a través del mercado de capitales con subyacentes de garantías hipotecarias devaluadas, como en la excesiva exposición a la deuda soberana.