Los economistas y políticos que adhieren a una visión ortodoxa de la economía han difundido ampliamente una versión sobre el crecimiento económico argentino que lo basa exclusivamente en el denominado “viento de cola”. De esa forma, desconocen implícitamente las políticas implementadas por el Gobierno, orientadas a sustentar el sendero de crecimiento que viene mostrando la economía desde el año 2003.
La intención de este artículo es detallar las políticas económicas tomadas en el mercado doméstico, que son las principales impulsoras de la demanda y el crecimiento de la producción y, también, resaltar que ese famoso “viento de cola”, que efectivamente existe, tendría un impacto muy distinto si se hubieran aplicado otras políticas que las que se han llevado a cabo.
Este “viento de cola” está dado por las condiciones internacionales propicias (como el alto precio de las materias primas), la revalorización del real y del euro, y el ingreso de flujos de capitales, entre las más destacadas. Efectivamente, los elevados valores de las materias primas, en especial de los granos, determinan unos términos de intercambio altamente favorables para nuestro país y generan un resultado en la cuenta comercial muy abultado, incrementan las reservas internacionales del BCRA, así como también elevan la rentabilidad de los productores y los ingresos del Estado, vía retenciones.
Pero esta suba de precios, en especial de los alimentos, también impacta en los índices de inflación, efecto que se hubiera reducido significativamente si se hubieran aplicado las retenciones móviles, uno de cuyos propósitos era evitar que las fluctuaciones de los valores agrícolas afectaran el bolsillo de los consumidores argentinos.
El otro impacto no deseable de este “viento de cola” es que el importante ingreso de divisas que genera, presiona sobre el tipo de cambio, que si dejara de flotar libremente, se habría apreciado significativamente en estos años. Aquí aparecen las políticas públicas, mediante el mantenimiento de un tipo de cambio flotante administrado, para evitar esa apreciación y fluctuaciones bruscas de la moneda. Ello trae aparejado otro desafío para el Banco Central, que viene cumpliendo exitosamente, que consiste en absorber la emisión de pesos que genera la compra de divisas de la exportación, sólo atemperada, en varias ocasiones, por las compras de dólares por parte de residentes. Esta decisión es clave para la conformación del modelo productivo.
Si tomáramos las sugerencias de políticos y economistas de la ortodoxia, con este “viento de cola”, la libre flotación de la moneda, asociada con la reducción de las retenciones a los granos, dejando sólo un 10 por ciento de retención a la soja, apreciaría la moneda, generando una brutal distribución de ingresos y productividad a favor de las actividades agropecuarias, en especial de la soja, que incluso podría muy probablemente desplazar otros cultivos importantes. Ese tipo de cambio no competitivo iría en desmedro de las actividades industriales, dificultando sus exportaciones y abriendo las fronteras a la competencia desleal externa.
Resulta insostenible desligar el crecimiento económico que vive nuestro país de las políticas activas que se han tomado para mantener ese sendero. El otorgamiento de la jubilación a más de dos millones de trabajadores, a la que por distintos motivos no podían acceder, el incremento semestral de los haberes jubilatorios, y la Asignación Universal por Hijo (esta última que requiere una actualización inmediata en los valores otorgados), son ejes esenciales de una política destinada a fortalecer la demanda, generando un fuerte impacto redistributivo.
Otro eje importante es la resiliencia de las políticas anticíclicas instrumentadas desde el Gobierno durante la crisis, puesto que, si no se hubieran adoptado esas medidas, la producción se habría resentido más de lo que sucedió, y la recuperación se habría demorado. Estas políticas, que se encuentran vigentes, pueden agruparse en dos conjuntos: el primero ya ha sido mencionado (son las políticas redistributivas, permitiendo el acceso a un mayor consumo de grandes masas de la población de bajos ingresos), mientras que el otro grupo se conforma con las políticas laborales, algunas destinadas a evitar despidos (como el Programa de Empleo Productivo), otras orientadas a generar nuevos puestos laborales (a través de la conformación de cooperativas, como el “Argentina Trabaja”), y otros programas del Ministerio de Trabajo.
La gran extensión de convenios laborales que se regulan a través de paritarias también es una herramienta que mejora los ingresos de la población y, por lo tanto, su poder de consumo. Estas negociaciones han permitido en los últimos años mejorar el poder adquisitivo del salario real de los trabajadores regularizados, y han traccionado los salarios no regularizados y de los empleados públicos, aunque con menor intensidad. No cabe duda de que un tema pendiente es la reducción de la flexibilización laboral, que si bien viene disminuyendo paulatinamente, todavía alcanza al 34,1 por ciento de la Población Económicamente Activa, una cifra muy alta para trabajadores que no tienen acceso a obra social ni realizan aportes jubilatorios.
La estatización de las AFJP ha permitido los necesarios ingresos para poder desarrollar las políticas de seguridad social enunciadas. A su vez, el manejo del Fondo de Garantía de Sustentabilidad posibilitó implementar políticas financieras anticíclicas, entre ellas haber invertido el 11 por ciento de sus activos en proyectos productivos, unos 19.500 millones de pesos, que generan mayor producción y empleo.
Las políticas de fomento del crédito realizadas desde las organizaciones gubernamentales, como la ampliación de los programas de tasas subsidiadas para pymes de los ministerios productivos, o la solicitud del BCRA a los bancos para que coloquen préstamos a las pequeñas y medianas empresas a tasas adecuadas, junto con el Programa de Préstamos del Bicentenario, son todos esfuerzos que tienen por destino mejorar las condiciones de producción e inversión.
Un tema que no puede dejar de mencionarse, y que es poco conocido, es la importante inversión en Ciencia y Tecnología, política que se inicia con la creación de un ministerio en esa materia, y que generó progresos en amplísimos campos. El nacimiento de la primera vaca clonada transgénica, capaz de producir leche maternizada (desarrollada en la Argentina entre el Inta y la Universidad de San Martín), así como el lanzamiento del satélite argentino Aquarius, demuestran el alto nivel de los científicos argentinos. El satélite es un observatorio espacial para el océano, el clima y el medio ambiente, con el objetivo principal de medir la salinidad y la humedad del suelo, para generar alertas tempranas de inundaciones o sequías.
También se acaba de inaugurar en Martínez el Laboratorio Nacional de Referencia, dependiente del Senasa, que va a ayudar a controlar la calidad sanitaria de los alimentos, y el Sistema Nacional de Radares Meteorológicos, realizados con tecnología argentina, que va a ayudar a pronosticar lluvias y granizo. Son todos emprendimientos que van a forjar desarrollos e información estratégica para los sectores productivos, especialmente los agrícolo-ganaderos y la industria alimentaria, generando un importante aumento de la productividad de estos sectores sin costo adicional alguno para las empresas.
Hacia el final, dejo los planes de desarrollo a implementarse con visión hacia los próximos diez años, como el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial 2020 (ya está casi finalizado), y el Plan Estratégico Industrial 2020. Éstas son apuestas desde hoy hacia el futuro, definiendo cadenas de valor agregado que son las requeridas para un crecimiento armónico de la economía argentina, y que serán la guía para el desarrollo de las políticas con visión del largo plazo.
Se han perdido cerca de tres décadas de políticas industriales y agrícolo-ganaderas, porque la lógica neoliberal dejaba la economía a merced de las fluctuaciones del mercado. Hoy, podemos decir que, con los planes a 2020, se está comenzando el camino para desarrollar una visión estratégica hacia el futuro, diseñando el país que deseamos vivir en este momento, y moldeando el que recibirán las próximas generaciones.
Este cúmulo de acciones mencionado significa una presencia muy activa del Estado, que esperamos se vaya profundizando, en diseñar las condiciones del crecimiento de la economía y cómo éste impacta en la distribución del ingreso. El “viento de cola” ayuda, pero la impronta de las políticas nacionales ha sido decisiva.
Esta nota fue publicada en la Revista Debate el 07.07.2011