Hace un tiempo ya que la Argentina está cuidando su macroeconomía para mantener un superávit comercial que le permita seguir teniendo la solidez que tienen las cuentas.
Este tipo de política, fuertemente basada en la idea de la sustitución de las importaciones, se llevó adelante en nuestro país entre 1946 y 1955. La Argentina previa al ’46 era la Argentina agropecuaria, la que se había diagramado para los sectores agroexportadoras, con las rutas y los trenes desembocando en el puerto. Es entonces a partir del ’46 cuando comienza una fuerte política de industrialización que luego fue interrumpida en 1976. “Da lo mismo producir acero que caramelos”, decía por aquellos años Martínez de Hoz.
Entre las industrias estratégicas que desaparecieron, se encuentran, por ejemplo, la fábrica de aviones de Córdoba y el proyecto atómico, que era importantísimo y de vanguardia en la región, y que seguramente hoy nos permitiría estar exportando reactores nucleares para fines pacíficos a muchísimos países en vías de desarrollo.
Por suerte, hoy la Argentina ha retomado los conceptos del modelo de sustitución de importaciones, que es otra manera de generar el equilibrio. Porque el equilibrio se puede generar exportando pero también produciendo las cosas que se compran a otros mercados.
La línea de créditos del Bicentenario que lanzó el gobierno con una tasa muy accesible, viene a aportar a este modelo de industrialización. Se trata de créditos blandos a los que, para aplicar, deben cumplirse una serie de requisitos como la contratación de mayor mano de obra, el aumento de las exportaciones, o la sustitución de importaciones.
Hoy la Argentina está en condiciones de producir insumos industriales, maquinarias y equipamientos que cumplen satisfactoriamente los requisitos que la industria exige. Es por ello que la necesidad de importar esas maquinarias va a ir en disminución, generándose un modelo es virtuoso apoyando por estos créditos que ya están teniendo una demanda notable.