Hace unos días me preguntaban qué pensaba yo respecto del cambio de titularidad en el FMI con la salida de Srauss-Kahn y si es que algo cambiará.
Sinceramente, no creo que las cosas cambien mucho. Si uno observa en qué dirección se está yendo, no se puede ser muy optimista.
Para empezar, la semana pasada se aprobó el rescate a Portugal por 78.000 millones de euros. ¿A cambio de qué? A cambio de reducir aún más los gastos de servicios sociales, bajar los subsidios a la industria, aumentar el IVA, flexibilizar el mercado de trabajo, es decir, lo mismo de siempre.
A Grecia ya le habían dado 110.000 millones de euros, y esta semana que pasó la calificadora Flitch Ratings le bajó tres escalones la nota poniéndolos, además, en la categoría de lo que se llama bonos basura. Lo propio había hecho la semana anterior Standard & Poor´s.
Ahora algunos funcionarios europeos comenzaron a hablar sobre una suave reestructuración de la deuda griega, pero que rápidamente fue desmentido por el Banco Central Europeo, quien sostuvo que una reestructuración sería devastadora para la zona del euro, por los acreedores claramente. Es decir, acá hay, por un lado países deudores, y por el otro los acreedores. Estos últimos, que tienen la manija, obviamente no quieren reestructuración. Incluso Angela Merkel salió a decir que una reestructuración grande obligaría a los tenedores de bonos a asumir pérdidas. Claro, es que los bonos griegos están en las carteras de los grandes bancos de Europa y en el Banco Central Europeo. Por eso, dicen ellos, hay que continuar con las reformas drásticas, es decir, privatizaciones para que puedan pagar la deuda vendiendo lo que tienen. Grecia tendría que vender en dos años, 50.000 millones de euros, casi la mitad del paquete de ayuda. ¿Quiénes aparecen en la lista de empresas a vender? Las empresas de telefonía, de gas, de agua, los peajes, medios de comunicación, y hasta las instalaciones construidas para las olimpíadas de 2004. Es decir, menos el Partenón, casi todo lo demás.