El sábado pasado en el programa Marca de Radio –a colación de la suba internacional en los precios de los alimentos- Eduardo Aliverti comparaba la población de uno de los países más desarrollados del mundo, Alemania, con uno de los menos desarrollados, Etiopía. Ambos –comentaba- tienen casi la misma cantidad de habitantes (82 y 85 millones respectivamente), pero según las estadísticas, para el 2050 habitarán en Alemania 70 millones de personas mientras que en Etiopía serán 174 millones. La pregunta que Eduardo se hacía era qué respuesta de alimentación tendría toda esta gente.
Hace unos días se difundió un informe de la FAO (Food and Agriculture Organización of the United Nations) en el que se dice que los precios de los alimentos llegaron al valor más alto en términos reales desde que se calcula, es decir desde el año 90. En términos reales quiere decir descontándole la inflación internacional. En números, esto quiere decir que hay 44 millones de personas en los países en vías de desarrollo que se han sumado al mundo de los pobres.
La suba de los precios internacionales de los alimentos tienen que ver con que dos de los países de mayor población del mundo, China e India, han sacado a millones de sus ciudadanos de la pobreza y los han incorporado al consumo, esto generó un aumento en la demanda, lo que llevó los precios para arriba. La soja tiene el precio que tiene porque -todo el mundo lo sabe- existe una gran demanda por parte de China y de India.
El problema del hambre en el mundo no es la falta de alimentos, lo que hay que mejorar es la distribución de la riqueza, esto es el verdadero problema. Si hubiera, en realidad, una mejor distribución del ingreso y de la riqueza a nivel mundial, y un fuerte fomento a las regiones con potencialidad para producir alimento, estaríamos generando un círculo virtuoso que apunte a que esos 170 millones de etíopes tengan asegurada su alimentación en el 2050 y que no se sumen a la masa de hambrientos que hoy vemos que crece en el mundo.