El domingo 28 de noviembre leí un artículo de Clarín, firmado por Jorge Castro, en el que se analizaba el altísimo nivel de ganancias de las empresas en Estados Unidos, curiosamente el más alto en los últimos 60 años. Claro, la contrapartida es el desempleo.
En ese análisis Castro daba algunos datos curiosos, como el de General Motors, que con 52 mil trabajadores estadounidenses produce dos veces y media más que los 468 mil que empleaba en 1970. Es cierto que la tecnología de hoy no es la de los 70 y eso favorece a la productividad. Pero la pregunta que cabe hacernos es ¿a favor de quién ha sido esa inclusión de la tecnología?
Vivimos en un mundo inmensamente rico que es una gran fábrica de pobres. A mi me gusta decir que si en el medioevo se hubiera socializado la riqueza seguramente se hubiera terminado con la desigualdad pero no con la pobreza, por la simple razón de que la humanidad no era capaz aún de producir la cantidad de bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades del conjunto de la población del mundo. Hoy no es así, hoy el desarrollo científico y técnico ha generado la posibilidad de generar bienes y servicios por muchísimo más valor que lo que necesita la humanidad para poder vivir en un mundo sin pobres, un mundo sin desigualdades intolerables.
La FAO dice, por ejemplo, que el mundo de hoy está en condiciones de generar la producción de alimentos para 18 mil millones de personas, casi tres veces la población mundial, sin embargo, la misma FAO dice que hay más de mil millones de personas que pasan hambre. Ya lo he dicho muchas veces, el gran desafío de este siglo sigue vinculado a la puja distributiva: cómo esta humanidad acumula y cómo esta humanidad distribuye.